≫Capítulo 11: La marca≪

684 108 47
                                    

Hubo una vez; el Rey más odiado de la historia.

Sus súbditos repudiaron lo débil que se demostraba. Para ellos, alguien que no se atrevía a usar la violencia para castigar y formaba una alianza con las brujas, no era merecedor de la corona.

A pesar de las negativas ante el nuevo sucesor, el joven Rey ascendió al trono, manteniendo su personalidad tan benévola. Pocos opinaban que era demasiado bueno para una población tan despreciable. La otra parte, la mayoría, pensaron que era muy blando para gobernar.

El Rey hizo oído sordo a las voces mientras se sentaba en el trono por primera vez. Su silencio fue principalmente por la muerte de su padre, haciendo honor a un duelo interno que duró tres días enteros. Quizás sí fue muy bondadoso, pero no tonto. Fue uno de los pocos Reyes en reinar de manera admirable.

Y aunque nadie estuvo de acuerdo con la alianza de las brujas, trajo una enorme paz entre ambas especies.

—"Débil" — Se murmuraba por los pasillos del palacio cuando el Rey se enamoró de una doncella.

Sin importar lo que hiciera, era criticado con libertad, ya que él jamás quiso amenazarlos o levantar su espada contra aquellos que pensaban diferente. Así es como se fue creando un plan cruel a sus espaldas mientras se casaba y tenía a su primer hija; la luz de sus ojos, su bella heredera.

Creyeron que un amor y una niña como próxima sucesora al trono traería problemas. Demostraron su disgusto cuando el Rey anunció que una mujer, su hija, sería reina en unos años.

Ajeno al odio que sembraron sus súbditos, organizó un baile para celebrar el primer año de su hija tras volver del reino vecino. Su corazón emocionado no lo dejó ver más allá, dando su confianza a quienes no lo merecían.

Hermosas melodías resonaron en el enorme salón. Sonrisas coquetas, abanicos al compás, hombres interesados y copas con champaña fueron parte de la celebración, sin embargo, el Rey no tenía nada de eso. Parado al lado de su trono, su inquietud floreció cuando aún su esposa no había regresado de cambiar a su hija. También, sus ojos curiosos buscaron algún rastro de sus viejas amigas brujas, pero ninguna estuvo presente pese a lo emocionadas que se veían cuando las invitó.

Preocupado por la tardanza, decidió ser descortes por un momento al ausentarse. Sus pasos se volvieron cada vez más inseguros a medida que se acercaba a sus aposentos, por alguna razón, sintiendo un escalofrío por todo su cuerpo.

—¿Beatriz? —llamó a su esposa cuando apoyó la palma de su mano en la puerta, empujando lentamente para abrirla.

Los guardias no estaban custodiando, lo que ocasionó su primer miedo latente de la noche.

Dio un paso dentro de la habitación, vacilante. Sus ojos no dejaron el frente, hipnotizados en su cama de sábanas blancas. Quizás si hubiera tenido la fuerza, habría reaccionado, pero su cansancio no se lo permitió. Aunque sus ojos se volvieron llorosos y su corazón sangró por dentro, no hizo nada. Solo se quedó parado a un metro de la cama de sábanas blancas, pero decorada con tintes carmesí.

Su esposa yacía boca arriba, su garganta profanada por una daga, mientras tenía a la bebé acunada en su pecho. La pequeña manchando su vestido rosa con su propia rojez, pero luciendo tranquila a comparación de la expresión afligida de la mujer. Inocente a lo que le sucedió sin saberlo.

—Fuí un Rey tan ejemplar, tan benevolente, ¿y así me pagan? Con traición. — Algo en él se quebró, apagando hasta la última pizca de luz en su interior.

Su espada, nunca antes usada contra nadie, fue deseivainada. Un ruido de elementos chocando resonó en las cuatro paredes, cuando con destreza, el Rey detuvo el ataque silencioso del hombre escondido en la habitación. Sus pupilas dilatadas vieron de reojo al mayor, quien estaba incrédulo por la rapidez de su gobernante.

La sirvienta del Rey |Sesshome|Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang