Capitulo 1.

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No había duda, ese hombre era insufrible.

A pesar de ello, ahí estaba, en su camioneta, en el aparcamiento de las oficinas principales de Western Oil, en el Paso, con el achicharrante sol de mediodía de Texas abrasándole el rostro.

Silvia Navarro no había visto a su cuñado, Jorge Salinas, director ejecutivo de Western Oil, desde el funeral de su hermana tres años atrás. La llamada de él le había sorprendido. Lo que le había sorprendido era que hubiera tenido la cara dura de decirle que estaba demasiado ocupado para ir a verla a Peckins, a dos horas en coche en dirección norte, y le  había pedido  que fuera ella a verle. Pero claro, Jorge era un multimillonario, un magnate del petróleo, y ella era sólo una ganadera, y suponía que su cuñado estaba acostumbrado a que le dijeran a todo que sí.

Pero no era por lo que había accedido. Hacía ya tiempo que necesitaba hacer una visita al almacén para comprar provisiones y, además, también había podido ir al cementerio, algo que hacía con muy poca frecuencia últimamente. Pero ver la tumba de Rebecca por la mañana, recordar que había pasado de ser la hija menor a ser hija única, la había entristecido profundamente. No era justo que Becca, con tanto a su favor, hubiera muerto tan joven,  que  sus padres sufrieran el dolor de perder una hija. 

Silvia miró el reloj en el panel de mandos de la furgoneta y se dio cuenta de que iba a llegar tarde, y como presumía de ser sumamente puntual, abrió la portezuela y sintió ese calor abrasador como una bofetada. Cruzó rápidamente el aparcamiento en dirección a la puerta principal y, al entrar, el frío aire del interior del edificio le produjo un escalofrió.

A juzgar por la forma como la miraron los guardias de seguridad mientras pasaba por el detector de metales, se dio cuenta de que no debían de haber visto allí a muchas mujeres con vaqueros y camisa. Y, por supuesto, como llevaba botas con punta de acero, la alarma comenzó a potar. 

- Vacíe sus bolsillos, por favor. - le dijo uno de ellos. 

Estaba a punto de de contestar que sus bolsillos estaban vacíos cuando una profunda voz ordenó: 

- Déjenla pasar. 

Alzó la cabeza y vio a su cuñado al otro lado del mostrador de seguridad, y el corazón le dio un vuelco. 

Al momento, los guardias la dejaron pasar, y Jorge se le acercó para saludarla. 

- Me alegro de verte, Silvia. 

- Y yo a ti. - respondió ella ofreciéndole la mano. 

Pero cuando la mano de Jorge se cerró sobre la suya, se preguntó si notaria los callos y las durezas de la piel, además de las uñas cortas y sin pintar. No le cabía duda de que Jorge estaba acostumbrado a mujeres como Rebecca, que pasaban horas en los salones de belleza sometiéndose a tratamientos para los que ella no tenía tiempo ni ganas. 

Por supuesto, carecía de importancia lo que Jorge pudiera pensar de sus uñas. Pero cuando le soltó la mano, ella se metió las dos en los bolsillos. 

Por el contrario, Jorge era la viva imagen de un director ejecutivo multimillonario. Se le había olvidado lo alto que era. No sólo tenía aspecto de pasar mucho tiempo en el gimnasio, sino también era más alto de lo normal. Pocos hombres la sobrepasaban en altura, ya que medía un metro setenta y cinco, pero Jorge tenía un metro noventa y tres de estatura por lo menos.

Tenía el pelo oscuro y lo llevaba muy corto, y ahora unas hebras grises le salpicaban las sienes. Por supuesto, como solía ocurrir a los hombres como él, le confería un aspecto más distinguido. También tenía algunas patas de gallo y arrugas en la frente, quizá le habían salido tras la enfermedad de Rebecca. 

Un acuerdo especialWhere stories live. Discover now