El origen de Áyax

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Voy a recordar ese día con total perfección hasta el resto de los míos. Y no, no hablo en sí del día que nació Áyax en mi cabeza, que también lo recordaré, por supuesto. Hablo de los días previos a que eso sucediera. Porque el motivo de que Áyax exista, de que naciera en mi mente y esta, a su vez, creara toda esta historia, es uno solo:

La muerte de Carl Grimes en The Walking Dead.

Voy a explicarme mejor.

Yo estaba estirada en el sofá de mi salón, a mi izquierda, tenía a mi padre sentado en su sillón y a mi madre tumbada en el otro sofá. Los tres estábamos viendo The Walking Dead en la televisión, más concretamente la emisión en directo del capítulo número 8 de la octava temporada (el final de la mitad de la misma) titulado en España como "Lo que hay que hacer". En mi casa se había vuelto algo común ver The Walking Dead los lunes por la noche cuando estrenaban la siguiente temporada. Algo que a día de hoy seguimos haciendo.

Veréis, voy a remontarme un tiempo más atrás: yo vi TWD por primera vez el 27 de noviembre de 2016, y me acuerdo porque subí una fotografía a Instagram de ello en la que decía "A ver si es verdad eso que dicen..." sobre que la serie era tan buena. Para aquel entonces, y si mal no recuerdo, mis compañeros y compañeras de clase estaban consternados porque un tal "Negan" había matado a un tal "Glenn", y yo no entendía nada. Así que imaginad si llegué tarde a la serie. Todo el mundo que me conocía decía que me iba a encantar, que iba a amar a Daryl y a Rick, que esa serie era muy "mi estilo". Y yo siempre he amado la temática de los zombies, pero nunca le di una oportunidad porque creía que me daría miedo. Sí, así era yo. Así que la empecé.

Y me alegro cada día de ello.

Porque la devoré en poco tiempo. Porque nunca había visto nada igual. Porque amé (y amo) con locura cada uno de sus personajes. Y, porque si yo creía que estaba enamorada verdaderamente de The Walking Dead, lo hice de corazón cuando vi como Rick Grimes le arrancaba medio cuello de un mordisco a un tipo.

Porque jamás había visto nada igual. Nada que se atreviera a ser tan salvaje. Nada que te hablara de forma tan descarnada de la realidad a la que nos someteríamos los humanos en un mundo sin normas. Nada que hiciera evolucionar de forma tan bestial a sus personajes como habían hecho con Carl Grimes, Carol Peletier, Daryl Dixon o el propio Rick Grimes, que empezó siendo un policía, un hombre de la ley, y yo acababa de ver como ese señor le arrancaba el cuello a uno de un bocado y destripaba a otro por proteger a los suyos.

Y me enamoré locamente (todavía más) de The Walking Dead.

Esa serie fue la primera serie a la que me enganché y que me robó el corazón. Y lo sigue haciendo.

Así que, cuando "la terminé" (es decir, que llegué a la temporada en la que terminaba en ese momento, tras la aparición de Negan, a quien por supuesto también amo con locura). Me la volví a empezar, y esta vez, con mis padres.

Lograr enganchar a mis padres a una serie es todo un logro, y conseguir que encima fuera con The Walking Dead, aún más. Así que la vi entera de nuevo junto a ellos, hasta a día de hoy. Y se ha convertido en una tradición familiar entre padre e hija, prácticamente.

Desde entonces hasta ahora, la he vuelto a empezar un total de seis veces.

Estoy loca, sí, y no me importa demostrarlo.

Pero es mi zona de confort, es aquello a lo que me encanta volver cuando lo necesito. Es, en algunos aspectos, mi salvación.

Ahora, volvamos a nuestro momento familiar visionando el octavo capítulo de la octava temporada. Porque, para mí, esa temporada es la peor de todas las que la serie tiene. Soy su mayor fan, sí, pero también su mayor hater, porque sé cuándo hacen las cosas bien y cuándo no. Y esa, fue una de las que no.

Libro-guía de The Walking Dead: Nuevo MundoWhere stories live. Discover now