Parte II (Final)

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Victoria se encontró sola en una habitación con el cabo de un ovillo de lana en una mano y un porta velas en la otra. No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero tampoco se detuvo a analizarlo. De lo único que estaba segura era del hecho de que debía seguir aquella guía con premura. El amor de su vida podía estar sujetando el otro extremo, o mejor aún, podía haber iniciado la búsqueda de su pareja ideal hacía tiempo. ¡Y ella no podía quedarse atrás bajo ninguna circunstancia!

Comenzó a desentramar el cordel que se hallaba enredado entre los muebles, salió de la estancia y subió las escaleras hacia el segundo piso hasta posicionarse frente a la puerta de una nueva habitación. Giró el pomo y siguió el estambre con vehemencia, como si se tratara del hilo de su destino. Finalmente, divisó el otro extremo de la madeja atado en torno de un antiguo espejo.

"¿Qué extraño?" Caviló. El juego de emparejamiento de invitados era distinto al que conocía, pero le pareció más atrayente e ingenioso, ya que la anfitriona lo había mezclado con otro muy popular y apto para las damas solteras, que consistía en colocarse frente a un espejo y elevar un ruego a los "espíritus" para que estos revelen el rostro del futuro marido.

Sin demora, se acomodó frente a aquel iluminandolo con la única luz de la vela. La llama tembló ligeramente antes de descubrir la imagen. Para su sorpresa el único amor que vio materializarse en el cristal fue su amor propio. No obstante, el reflejo de la joven bella y lozana que era duró apenas unos momentos.

Gritó horrorizada al ver la figura de una mujer longeva manifestarse en el espejo. Al principio creyó que se trataba de una aparición, pero llevaba su ropa y pudo reconocer su propia mirada en los deslucidos ojos de la vetusta dama.

Intentó alejarse pero sus pies yacían inmóviles, fijados al suelo de aquella desdeñable estancia como si estuvieran atrapados en una fosa de alquitrán. Mas, su pavor aumentó al darse cuenta que aquel estado de deterioro no se reducía al reflejo, sino que su figura real también había sufrido los cambios.

Su corazón comenzó a acelerarse, mientras su cuerpo experimentaba los avances del paso del tiempo. Se sintió cada vez más débil, enferma, y advirtió que su físico transmutaba más y más conforme los segundos pasaban: su piel estaba desmejorada, sus huesos resecos, sus órganos marchitos. Su ajado músculo cardiaco emitió un último y débil palpitar y sus agrietados labios tomaron una postrera bocanada de aire antes de que todo su ser se volviera un cúmulo de despojos cenicientos.

 Su ajado músculo cardiaco emitió un último y débil palpitar y sus agrietados labios tomaron una postrera bocanada de aire antes de que todo su ser se volviera un cúmulo de despojos cenicientos

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William pestañeó varias veces mientras sus orbes se adaptaban a la nueva fuente de luminosidad proveniente de las calabazas talladas. Las tenues llamas le mostraron que se encontraba en la cocina de la estancia, frente a un largo mesón de negro nogal repleto de aquellas exquisiteces que tanto le gustaban.

Al igual que Victoria, el interés en descubrir cómo había llegado allí se había esfumado. Su única prioridad era la de darse un atracón con esas delicias culinarias que su insidiosa esposa se esmeraba en prohibir de su dieta diaria.

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