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OLIVER

Después de la llegada de mi madre a casa, mi reputación cayó en picada, ahora para todos soy el hijo malagradecido que no quiere a su madre, lo que no saben es que esa mujer nunca fue mi madre.

Cuando era pequeño siempre me maltrataba junto con mi padre, recordar cada cosa que me hacían es doloroso, es por eso que los dejé para no seguir sintiendo dolor.

Los hombres que metía a casa siempre me golpeaban, se preguntarán porque lo permitía, fácil crecí siendo golpeado por mis padres y ya para mí es algo normal.

Llevaba varias semanas inactivo en las redes, dejé de escribir por pasión, ahora lo hacía solo por obligación, ese pequeño sentimiento de felicidad que alguna vez sentí al hacerme cantante desapareció.

La depresión me consume y el haber perdido a la persona que siempre me apoyaba hacía más grave este sentimiento.

Hace ya una semana decidí salir de ese lugar sin importarme mi madre, dejé de pagar mi antiguo departamento causando que ella hablara aún peor de mí.

Cada día que pasaba me sentía peor, el vacío, la depresión y el odio por las personas y la vida crecía cada vez más, pero todo esto llegaría a su fin y hoy era el momento de dejar de sufrir.

Me encontraba en uno de los bancos del parque central, eran alrededor de las once de la noche, la lluvia caía a cántaros, era el escenario perfecto para hacerlo, todo triste como lo era mi vida.

Saqué lo que tenía en mi bolsillo, aproximadamente veinte pastillas que acabarían con mi vida, lentamente empecé a llevarlas a mi boca, pero una voz me detuvo.

—Si haces eso, los culpables habrán logrado su objetivo.

HANNAH (Horas antes)

—Todo lo que dicen de ella es cierto, es una puta, según soy su mejor amigo, pero ayer no me decía eso mientras cogíamos.

Mis lágrimas no tardaron en salir en cuanto escuché a Josué mentir, ayer sí que había estado con él, pero siendo su pañuelo porque lo habían usado y desechado.

—¡No te creo!, así que no es tan santa como creíamos —se burló Cassie, mi "amiga".

—¡Claro que no!, es una perra en la cama —todos rieron.

No pude seguir escuchando las mentiras que decía Josué porque salí de aquella fiesta.

Anduve dando vueltas por el pueblo, no quería llegar a casa si mi padre me ve así se preocuparía y es lo que menos quiero, ya tiene suficientes preocupaciones como para agregarle una más.

Empezó a llover justo cuando entré al parque central, caminé hasta el último banco donde siempre venía con mi madre cuando me sentía mal. Al llegar vi a un chico llevando un puñado de pastillas a su boca, en su otra mano tenía una botella de alcohol, estaba claro lo que iba a hacer, estaba por pasar de él, pero algo me hizo querer impedir que se suicidara.

—Si haces eso, los culpables habrán logrado su objetivo.

El chico bajó la mano guardando las pastillas en su bolsillo para luego girarse.

— ¿Qué crees que iba a hacer? —preguntó borde.

—Ay por favor, es más que obvio, pastillas, licor, moretones, está claro que ibas a suicidarte —respondí obvia.

— ¿Y hay alguna explicación por la que decidiste intervenir?

—No, solo dije la verdad, si haces eso le darás lo que quieren, en su lugar deberías hacer lo contrario, eso les dolerá más.

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