Fantasía

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En la Mansión Ascort, Lynette había llamado con emoción a su planificadora de eventos favorita, la Dama Hanna Davis, una mujer de aguda creatividad, revosante de ideas y con la capacidad de crear una fantasía en cualquier evento para el que le contrataran, desde la llegada de los Ascort, Hanna había entablado una agradable amistad con Lynette, tanto, que podría decirse que eran mejores amigas, por lo que Hanna no dudó en apoyarla cuando le informó del cumpleaños de su hijo mayor.

Para cuando Albert regresó a la mansión despues de dejar a Freda, se encontró a su madre y esa mujer rodeadas de telas, manteles, cubiertos, imagenes de flores, todo lo que le anticipaba una larga y tediosa conversación acerca de su cumpleaños.

- ¡Al!, que bueno que has vuelto, Hanna ya está aquí con muchas buenas ideas, ven, toma partido, es tu cumpleaños a final de cuentas.- saludó Lynette emocionada.

Al alzó una mano evitativo.

- No hay necesidad madre, confío en su criterio.- concluyó el chico decidido a escapar, pero Lynette no aceptaba un no como respuesta.

Se acercó al chico y lo tomó del brazo, lo llevó frente a la mesa de las decoraciones.

- Hueso, crema, beige, marmoleado, ¿cuál te gusta más?- presentó Lynette muestras de manteles, ante los ojos de Al, todo lucía exactamente igual, pero no elegir tan sólo alargaría su martirio, por lo que al azar señaló uno de los pañuelos.

- Tienes razón, querido, el color hueso quedará mejor con con la vajilla, te lo dije Hanna, mi querido Albert tiene un muy buen ojo.- aplaudió Lynette, mientras Al forzaba una sonrisa ante su inesperada victoria.

Entre el papeleo y las decoraciones Al encontró una lista, por mera curiosidad la tomó, era la lista de invitados, llena de damas casaderas y lo mejor de la sociedad, la evidente intención de conseguirle esposa y conexiones en esa fiesta eataba presente, la revisó y no pudo evitar un gruñido.

- Madre, tenemos que agregar a la Condesa de Byrne y a su sobrino, Laurent.- dijo Al con pesadez, Lynette lo miró curioso.

- ¿Por el incidente con Freda?- cuestionó Lynette.

- Más que eso, hoy la Condesa y yo charlamos y le aseguré una invitación, mera cortesía.- dijo Al, pensando que por su cortesía tendría que lidiar con la presencia de aquel estiraducho don nadie en su casa.

Para su pesar, Hanna y Lynette retuvieron a Albert el resto de la tarde, tanto que perdió la noción del tiempo, y con ello, la hora para recoger a Freda.

Era tarde por la noche, el mayordomo acompañó a Freda a la puerta donde supuestamente le esperaría Albert, confiado, el mayordomo de Byrne volvió a su puesto dejando a la chica sola.

Pero pasada casi una hora, el mayordomo se asomó y vio que la chica seguía parada en la acera.

Con cada minuto que pasaba, Freda suspiraba con mayor pesar, ¿se había olvidado de su promesa?, ¡claro que sí!, era un heredero de ducado, tenía cosas más importantes qué hacer que cuidar a una sirvienta, momentos como esos le hacían recordar a Freda lo alejada que estaba de ser alguien para Albert, con cada pensamiento, el nudo en su garganta crecía, hasta que una voz la sacó de su tortura.

- Freda, aún no te vas.- la Condesa se posó a su lado con altivez.

- Señora, por favor regrese, la noche es fría, yo pasaré a retirarme.- se despidió Freda rápidamente con una reverencia, avergonzada comenzando a caminar en dirección a la Mansion Ascort.

- Espera.- la Condesa la detuvo, Freda no tuvo más remedio que volver.

La anciana miró a la chica, parecía decepcionada.

- Un consejo niña, nunca confíes del todo en la palabra de un hombre, jóvenes, viejos, ricos, pobres, todos por naturaleza hablan con mínimo un 50 porciento de fantasía en sus palabras, por cada verdad hay un cuento que se crean para alzarse...- comenzó la Condesa con una pequeña sonrisa astuta, Freda entendía la intención de la mujer.- ...tómalo de mí, una mujer que ha vivido mucho, tuve un esposo, tuve un hijo varón y ahora me viene a "cuidar" el niño de un sobrino con el que poco hablé.- las palabras de la Condesa alertaron a Freda, hablaba de Laurie con poca confianza.

- Señora...- Freda intentó hablar, pero la Condesa la detuvo.

- No ahora, ya tendremos tiempo de hablar, pareces una niña inteligente, me vendría bien una mujer con quien conversar, pero será otro día.- concluyó la Condesa.

- ¡¿Tía?!- la voz de Laurie sonó a la lejanía.

Freda vio al chico unirse a ellas con gesto contrariado.

- ¿Qué ocurre?, Joe me dijo que usted y Freda estaban acá.-

- Sí, sí niño, parece que nuestro joven futuro Duque se ha retrasado, acompaña por favor a la Señorita Mason a la mansión Ascort.- ordenó la Condesa, Laurie asintió.

- Por su puesto, traeré el carruaje.- se apresuró Laurie.

- Nos vemos la próxima semana Freda.- se despidió la Condesa cuando Laurie llegó junto al chofer en el carruaje de la Condesa, Freda le asintió con una media sonrisa.

Por un rato, Laurie parecía querer comenzar una conversación mas no sabía cómo, hasta que se decidió.

- Me parece de muy mal gusto que el joven Ascort haya faltado a su palabra.- comenzó Laurie.

La mente de Freda seguía dando vueltas a la leve acusación se la Condesa, Laurie ya no le parecía tan gallardo caballero como antes, con seriedad lo miró.

- El joven Ascort debe tener asuntos de mayor importancia que una sirvienta.- dijo Freda cortante.

- Igual su palabra de caballero no fue honrada.- insistió Laurie.

- Supongo que lo que sí es honorable es buscar un título nobiliario a cuestas de una mujer que nunca fue importante hasta que resultó oportuno.- soltó Freda.

El gesto de Laurie cambió a uno de confusión y horror, pero para su mala suerte, ya habían llegado a la mansión Ascort y sin dar oportunidad de respuesta, Freda bajó del carruaje.

- No, espera, Freda...- la llamó laurie torpemente, la chica tan solo se giró a verle con gesto sombrío.

- Buenas noches, gracias por el carruaje, no será necesario en futuras ocasiones.- concluyó la chica tan digna como si fuese de la realeza.

Atónito, Laurie se tumbó en el carruaje y así quedó el resto del camino de regreso.

Freda entró a la mansión por la puerta de los sirvientes, con cierto orgullo, que no notó a la figura que le esperaba, fue un repentino tirón de su muñeca lo que la hizo saltar con un grito ahogado oportunamente para no despertar al resto de la servidumbre

La Dama del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora