Pared Blanca

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No es que Lionel no supiera manejar la situación, él no es un miedoso, toda su vida lo ha sabido. Ha vivido con la creencia de mirar hacia adelante, de sortear obstáculos y levantarse después de caer. Lionel no conoce otra manera de vivir y eso lo enorgullece, le llena el pecho de la emoción de saberse fuerte y de poder cargar con el peso de sus responsabilidades. Nunca ha huido de nada y no planea empezar ahora, pero entonces ¿por qué tiene tanto miedo de una llamada?

El celular en su mano nunca ha pesado tanto como ahora, es como una piedra que a medida que pasa el tiempo aumenta su peso y lo arrastra con ella. Sus manos sudan, sus pies hormiguean, y estÁ seguro de que debe parecer un loco para las demás personas; pero eso no importa ahora, nunca ha importado menos. Por primera vez Lionel dirige su mirada a la pantalla de su celular desde que lo encendió hacía diez minutos, y el “Memo” que se encuentra ahí le parece una llamada a lo inevitable, a lo desconocido y terrorífico. Vuelve a mirar al frente en medio de otro ataque de cobardía y frente suyo ve una pared blanca, o al menos lo que queda de ella. Se encuentra manchada de lo que parece ser los restos de la pintura amarilla que había antes, pero que el color blanco no terminó nunca por cubrir. Las manchas se extienden aquí y allá, solamente alguien que se fijara en los detalles, alguien extremadamente observador sería capaz de notarlas; pero Lionel las ve, porque observar la pared blanca es lo único que puede hacer en esta situación, y lo frustra. Por primera vez en todo el tiempo que lleva ahí decide no arrepentirse. No mira la pantalla ni se cuestiona si lo que hace es correcto, solo observa fijamente la pared blanca.

La observa y ruega.

La observa y ruega para que no conteste.

—Hola—escucha Lionel. Es bajo, tan bajo como un susurro, pero está ahí y le corta la respiración. Ninguno dice nada. Lionel agradece no encontrarse frente a frente, sino lo vería boquear en busca de oxígeno y palabras coherentes.

«Por Dios», piensa Lionel

—Hey, ¿Qué sucede? ¿Dónde estás?

—Hola—dice, y sabe que Guillermo se ha dado cuenta de que algo no está bien.

—Por Dios, dime qué sucede. Te fuiste sin decirle a nadie y después solo llamas como si nada.

Ojalá fuera tan sencillo. En este punto de su vida, de su existencia, querer huir es la única opción viable, pero no puede decirle eso cuándo sabe que Guillermo también lo sabe, pero no logra admitirlo. A pesar de eso, Lionel puede imaginárselo sobándose el puente de la nariz, un pequeño tic que solo le sucede cuando está nervioso. Esa pequeña visión, para su descontento, todavía le causa ternura.

—Me voy, Guillermo. Eso es lo que sucede. Estoy cansado de todo—susurra, y espera que su voz no suene tan débil.

Pasan unos segundos en lo que Guillermo trata de procesar todo. En esos pocos segundos tres personas han pasado frente la pared que mira Lionel y no hacen más que, por alguna razón, hacerlo sentir mareado.

— ¿Qué? ¿Por qué no me dijiste nada? ¿A dónde se supone que irás?

— ¡Oh, por favor! Siempre es lo mismo, nunca entiendes nada—dice Lionel, sintiendo que la rabia que bulle desde la boca de su estómago le da un poco más de valor—. Ya no puedo con esto. Ambos no podemos con esto.

—No puedes ser tan egoísta—dice el otro, y Lionel tiene miedo que la llamada termine en una discusión más hiriente de lo que debería—. Dijiste que estabas bien.

—Sí, lo dije, pero ya no puedo. No puedo con la culpa, Guillermo, no puedo mirar a los demás.

—Lo que haya pasado no es tu culpa, no es culpa de nadie, ¡entiende!

— ¡No me importa! No puedo mirarme al espejo y verme de la misma forma—solloza cuando no puede más con el nudo que de a poco se ha formado en su garganta—, no puedo mirarte y olvidar. El estar con todos los demás y aparentar que no pasa nada nos lastima.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Cómo puedo hacer que vuelva a hacer como antes?— dice Guillermo desesperado.

—No lo sé, no lo sé…

A este punto de la conversación las lágrimas que tanto tiempo tenía miedo por liberar caen y dejan un rastro húmedo en sus mejillas. La pared blanca es casi en su totalidad un borrón blanco, aun cuando todavía le son visibles las motas amarillas. Las personas pasan y seguro piensan que algo delicado está pasando con el pobre hombre descuidado y ojeroso sentado en la pequeña silla de aluminio, pero no importa. Lionel es un adulto, un adulto que huye de la culpa como un animal sucio y herido, pero que todavía tiene el valor de salir del lodo de miseria en el que está estancado , aun cuando muera en el intento.

—Por Dios, Lio… Al menos dime a donde te irás. Hazme ese favor—Lionel sabe que Guillermo está llorando, pero también sabe que su llanto es silencioso, de ese tipo de llanto que duele todavía más porque nunca terminas de sacar lo que llevas dentro.

—No puedo, no puedo. Sabes que no puedo decirte—dice Lionel mientras llora y se restriega sus manos en el rostro en un intento de no verse tan miserable.

—No pensé que fueras así…—sisea con odio e ira en un tono bajo que sabe qué lastimará a Lionel, y por primera vez busca hacerlo.

—¿Así cómo?—cuestiona—. Vamos, dímelo. Terminemos con esto de una vez.

—Tan maldito.

Sabe que no debía esperar nada mejor, después de todo él es quien está tirando todo por la borda, aun cuando cree que es por el bien de los dos, además de que es el calor del momento lo que vuelve a Guillermo tan rudo. Desde el punto de vista de Guillermo solo está buscando el beneficio propio mientras toma sus maletas y desaparece huyendo de sus responsabilidades, como si Guillermo no necesitara su hombro en el cual llorar; y si, es justo lo que está haciendo, pero no encuentra otra solución. Quedarse implica incrementar la inmundicia que los persigue y que los terminará ahogando, significa terminar odiándose por obligarse a estar atados al otro por la culpa, y Lionel no quiere eso. Lionel quiere recordar los momentos con Guillermo sin dolor, sin nostalgia, sin tristeza; solo quiere que sean momentos incoloros en su vida, momentos pintados de blanco y con el sutil eco de fondo de la felicidad de antaño.

Si no lo hace sabe que lo extrañara.

Si no lo hace nunca podrá irse.

Si no lo hace irá a buscarlo y abrazarlo, aún si duele.

—Guillermo…—jadea en un hilo de voz mientras su cuerpo tiembla. El celular arde cerca de su oreja y no tiene más que ganas de arrojarlo y hacerse a la idea de que esa llamada nunca pasó—. Memo… no quiero seguir con esto… Nos estamos hundiendo.

Lionel oye como Guillermo suelta un jadeo sorprendido, seguramente no esperaba que usara su apodo en un intento de apelar a su sentimentalismo. Es una jugada baja, pero es el único recurso que le queda para no recordar por siempre la ira y la tristeza de la despedida.

— ¿Y no podemos hundirnos juntos?—la voz de Guillermo ya no está enojada, ni triste, ni de ninguna otra forma que se le parezca, solo es la voz de la resignación.

—Adiós, Memo—Lionel corta la llamada sin esperar respuesta, seca sus lágrimas y por primera vez es consciente del ardor de su garganta por los sollozos reprimidos. Mira por última vez la pared blanca del aeropuerto, da media vuelta y desaparece entre la gente que lo voltea a ver con extrañeza.

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⏰ Última actualización: Dec 16, 2022 ⏰

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