I . Nombre Raro

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Domingo 11 De Marzo De 1870.

Bajo los últimos rayos de sol, en un pequeño pueblo del Distrito de Texcoco, en el ahora Estado De México, corrían por las calles de terracería dos jóvenes muchachas, Elena y Verónica.

La parroquia del pueblo daba el último y tercer repique de campanas, llamando a los feligreses a la última misa de ese día domingo; eso justificaría el escape, su asistencia a la celebración eucarística dominical, la primera de la cuaresma.

—¡Corre! ¡No lo veré! —Insistió Elena, desesperada en llegar—.

—Solo espero que tu mamá no nos regañe por salir sin avisar. —Tratando de seguirle el paso a su amiga—.

El recaudó para la comida del día era razón para asistir a la verdulería todos los días, pero, había un desconocido uniformado que a Elena había enamorado. El pretexto para verlo ese día; debían comprar para la primera tarta de fresa del año.

Encontrar al hombre tan recurrentemente, lo hacía parte de su rutina, un juego que obligaba a las amigas a salir para "encontrarlo", para sentir emoción en la monotonía e ir lejos de la presión que significaba ser mujer, hecha incluso por el corsé. Se detuvieron para tratar de respirar, por sus costillas apretadas, casi, de par en par.

—¡Detente, Elena! —Gritó, Verónica, poniéndose firme para detener la carrera—.

Se detuvieron y después tomaron un ritmo más lento pero veloz, no perdiendo la oportunidad de verlo por tercera vez en la semana.

—Y ¿Qué harán en Semana Santa ahora que está tu papá? —Verónica, poniendo una mano en su pecho para regularizarse—.

—Falta un mes… —Indiferente y jadeando, respondió—.

—Catalina cree que las llevará a la hacienda.

—¡Podría aprender a andar en caballo! —Entusiasmada, mostrando una sonrisa repentina—.

Mientras caminaban, obtenían miradas de personas desconocidas, entre ellas, jóvenes caballeros que amaron los colores que vestían, la elegancia en su sonrojar; ellas fingieron su reacción en admirar el arte barroco de las casas, acompañadas por la sombra de un, cada vez, más oscuro cielo.

Llegaron a la recaudería, sostenida por una familia de campesinos, orgullosa por ser independientes, y aún, dueños de sus tierras. Elena compró su kilo de fresas, mientras volteaba a todos lados, buscándolo e incluso, ahí con Verónica unos minutos, esperándolo.

—Para verlo con más seguridad, cuándo quieras vamos al cuartel a preguntar su turno de trabajo. —Se burló, Verónica—.

—¿Dónde estará? ¿Y sí le pasó algo? Hace dos días no lo vemos. —No hizo caso a la burla. Volteó por decimocuarta vez a la izquierda—.

—A lo mejor esta casado y hoy su esposa no lo dejó salir de casa. —rio fuerte, tomándola del brazo para continuar el recorrido— ¡Vámonos!

Elena, encontrando bellas pinceladas de naranja en el cielo, trató de ignorar su desilusión y preocupación por un extraño.

—¿Sabes adónde fue mi papá? Salió y ni siquiera se quedó a comer… —cuestionó Elena, mirando hacia adelante—.

—No, es más, tu mamá me preguntó dónde es que había ido. —La miró a su lado, encontrando su sonrisa esfumada—.

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