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Día 4.

Tres dias.

Tres malditos dias sin poder dormir, sin comer bien, sin poder hablar con nadie. Encerrada en una habitación de cuatro paredes blancas, una cama de madera y un colchón de espuma tan fina que por las noches me hace sentir como si solo durmiera sobre maderas. En una esquina, hay un inodoro, no quería usarlo, sobre todo porque hay dos cámaras vigilandome de muy cerca desde el día en el que desperté aquí dentro, como una loca esquizofrénica dentro de un manicomio. No tenía opción, tuve que hacer mis necesidades allí dentro y fingir que no siento las miradas clavadas en mi trás una pantalla.

Las luces son fluorescentes, no la apagan de día ni de noche. Solo puedo identificar la hora por medio del reloj digital a un lado de la cama, es lo único que me dieron.

La comida me la dan a través de una pequeña entrada en el centro de la puerta. Puré de papas, así es, creyeron que con un jodido puré de papas, dos veces al día, sobreviviría, y el agua en un maldito vaso de plastico desechable del tamaño de mi dedo meñique.

¿Qué clase de lugar es este? Siento que quieren volverme loca...

Escucho un sonido de alarma, la misma que suena cuando es hora de entregarme el intento de comida. La escotilla se abre y veo un plato con una ración de puré de papas entrar por la misma. La tomo seguido con... Ah, esta vez no es un vaso, es una botella de agua.

Me siento en la cama/pura madera para comer con mi tenedor de plástico desechable. Son las 7:50. No he dormido casi nada y las raciones no me son suficientes, me siento sin energía, sin fuerzas. Bebo mi agua como si hubiera caminado horas en el desierto, derramando algunas partes por la túnica blanca que llevaba puesto.

Es inevitable pensar en la incomodidad de haber sido desvestida mientras estaba inconsciente, me colocaron ropa interior nueva y esa fea túnica o como se llame para luego dejarme tirada aquí.

En eso escucho un nuevo sonido, uno que no había escuchado en estos tres días, parecía...como si estuvieran deslizando un palo de hierro de la puerta y con ella, comenzando a abrirse con lentitud.

Me pongo de pié de inmediato tomando la botella ya vacía entre mis manos con lo único para defenderme, si...no creo que ayude mucho.

—¿Quién está ahí? —pregunto una vez que, aquella puerta que me tenía encarcelada, estaba abierta. Allí, frente a mis ojos. Pero sé que no podría correr. No aún.

El sonido de unos tacos resuenan en el espacio, y enseguida logro ver unos zapatos elegantes completamente negros, unas piernas largas, un traje igual de negro ajustado a la silueta de la mujer alta frente a mi, una cabellera igual de oscura. Comienza a acercarse, y yo, sin tener la menor idea de que hacer, alzo mi botella y me coloco en posición de ataque...

—¿Quién eres? —le tiro la pregunta, sin embargo, ella solo sonríe con delicadeza dejando marcar algunas arrugas en ella. Unos 39 o 40 años, mas o menos. —¡¿Que quién eres?!—vuelvo a preguntar perdiendo la paciencia.

Y allí, baja la mirada a mí, sus ojos se conectan con los míos, una sensación extraña invade mi cuerpo. Ella sonríe como si hubiera notado mi expresión, una que ni yo misma puedo describir.

Rojos.

Sus ojos, sus iris, son rojos.

Unos que me observan como si fuera una de las siete maravillas del mundo, como si me conociera, como si supiera exactamente quien soy y a donde pertenezco.

Y no unos claros que se confunden con rojizo, oh no, ésto es lo que los mellizos tanto pronunciaban: Los ojos del infierno. Cuanto más lo miro siento que me absorve, me consume, una pizca de curiosidad y temor es lo que siento al observarlas. Si son los ojos del infierno, ¿También sería una entrada a ello?

GUILT - CULPAWhere stories live. Discover now