Capítulo VI

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Mis manos están temblando, tomo el celular y con dificultad hago una llamada, el teléfono resuena sin ser atendido. Repito y al tercer repique, contesta – Hola Paolo ¿Ya cambiaste de opinión e irás conmigo al festival?

-¡Acabo de atropellar a alguien en una bici y no sé qué hacer!- le cuento sin más, esperando que así sea su solución a mi situación.

-¿Qué? Definitivamente no te puedo dejar solo ni cinco minutos. Ya tomé el tren, así que haremos lo siguiente. Primero ¿puedes cargar el cuerpo?

Su pregunta me deja frío, así que contesto en sobresalto -¡No hables de muertos! Solo está inconsciente o eso parece. -respondo tomando de nuevo su pulso -y sí, puedo cargarlo. Parece que solo tiene raspones.

-De acuerdo. Lo que vas a hacer es lo siguiente: vas a llevarle a tu casa hasta que despierte, si reacciona y no tiene mayores contusiones, arreglas de una manera económica y así evitar daños en tu licencia. Si luego de un rato no despierta, te lo llevas para el hospital en un taxi y dices que te lo encontraste en la calle, lo dejas allá y listo. ¿Entendiste?.

-¿Eso sí funcionará?- pregunto con escepticismo y sorpresa, creo que Cristian han visto demasiadas series de asesinos.

-¿Tienes un mejor plan? Más bien avísame si hay alguna novedad, yo iré por las entradas al festival y luego volveré para ayudarte.

Miro alrededor y no viene nadie, afortunadamente es una zona poco transitada. Lo cargo y siento en el auto a mi derecha, con mucho cuidado. Su bicicleta necesita algunos arreglos, pero aún sirve o eso creo. La meto en la cajuela, aunque no cabe completamente, logro acomodarla. Conduzco con mucho cuidado para evitar que alguien me vea.

-¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! ¿Por qué me sucede esto justo hoy que está haciendo un lindo día? Bueno, quizás por eso él andaba en su bici.

Vamos a mitad de camino y aún no despierta. La luz del sol cae sobre su rostro, su tez blanca contrasta con sus cabellos y cejas negras, son abundantes. El viento. juega con su pelo, es muy atractivo. La bocina del auto detrás de mí me saca del transe avisándome que el semáforo está en verde. Finalmente he llegado a casa, entro por el garaje; no está el auto de Ámbar.

¿Y si se muere? ¿Lo entierro en el bosque? respiro profundo para entregar en calma. He aprendido hacer pociones y recuerdo algunas que me pueden ayudar. Lo tomo en mis brazos y entramos. Es delgado, pero aun así pesa un poco al subir las escaleras. Con mucha dificultad abro la puerta y entro, pero sin querer lo golpeo a un lado de su cabeza, justo en la oreja, con la puerta. No despierta ¿Será que se murió? Lo acuesto sobre mi cama, reviso sus signos y están en orden. Luce  tan inofensivo y vulnerable.

Mejor esperaré unos momentos hasta que recobre el conocimiento; pero… ¿Y si no lo hace? ¿Si se muere en mi cuarto? Amatista lo curaría en un segundo si no estuvie… ni al caso, tengo que resolver esto solo.

Vuelvo a revisar y su pulso sigue normal, solo está inconsciente por el golpe. Sabiendo que no es una buena idea, uso unas esposas de mi arsenal para atarlo a la cama. No creo que responda muy bien cuando despierte; pero es lo mejor que se me ocurre, estoy improvisando.

Es bastante guapo y así inconsciente con esas esposas, vaya que mi mente comienza a imaginar cosas.

Me acercó más a él; está un poco sudado, así que bajo la cremallera de su traje ciclístico y se descubre su pecho, el aroma que se libera me envuelve. Mi respiración se marca, poco a poco, más profunda y rápida. La piel de su cuerpo formado por la calistenia, luce lubricada por el sudor. Soy cómo el ladrón frente a un Rembrandt en un museo; bueno, pero este museo no tiene guardias… -¡No!- grito airadamente dándome una bofetada para alejar cualquier pensamiento indebido, no se despierta a pesar del ruido; me retiro y bajo deprisa a la alacena.

Amantes en la Oscuridad Where stories live. Discover now