Capítulo 7

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JASPER

El profesor Anderson lleva en las manos un libro que lee en voz alta. La clase de literatura inglesa siempre ha sido de mis favoritas. Amo los libros y las letras. Todo lo que tenga que ver con eso, me parece de lo más interesante.

—Phoenix, lee el poema de Willian Shakespeare de la página 115 —le indica el profesor Anderson.

El chico pelirrojo se levanta de la silla con mucha flojera. Por lo poco que llevo observándolo, parece que vive cansado. No sé si es por su condición o si realmente es así. Siempre llega tarde a las clases y lleva el uniforme mal puesto. Me da la sensación de que nada le importa.

Los ojos de mi dama al sol ni se asemejan;
Ni el rojo del coral en sus labios se encuentra;
Si blanca es la nieve ¿por qué son sus senos de barro? Si el cabello pudiera ser alambre; alambres le salen del tarro.
He visto rosas blancas, rojas y adamascadas,
Pero en sus mejillas no puedo encontrarlas;
Y he hallado en perfumes más deleite,
Que en el vaho suspirado por mi amada.
Adoro escucharle hablar, aunque bien admito,
Que comparada con la música su voz son gritos.
Jamás he visto a una diosa caminar,
Más sólo sé que mi amada al andar, la tierra hace temblar.
Y por dios juro mi amor es tan excelso,
Como cualquier otra excelencia que a su lado se apagase.

Phoenix toma asiento de nuevo una vez que termina de leer.

—¿Qué entendemos con este poema? —pregunta el profesor Anderson—. ¿Qué es lo que nos quiere decir?

—Es un poema donde describe a su amada de una manera poco común —añado, recargando los codos sobre la mesa—. A pesar de que no la describe como una mujer hermosa, él la ama no por la belleza externa, sino por su hermosura interior.

—¿Qué más? —pregunta el profesor mirando al grupo.

—Utiliza palabras totalmente distintas a lo que solemos encontrar en otros poemas de amor —añade Phoenix a mi costado, lo volteo a ver en silencio—. Por el contrario, valora a la persona por lo que es desde el interior y no da ninguna importancia a la apariencia.

—Así es —responde el profesor Anderson cerrando el libro y colocándolo sobre la mesa—. William Shakespeare no se centra en absoluto en la belleza de la amada. Por el contrario, enfatiza una y otra vez que no es bonita ni agraciada. Y eso lo hace para demostrar que no la hay ni en sus rasgos ni en su apariencia.

—Pero también es importante el físico —añade Calvin desde su asiento.

—La poesía y el amor van más allá de eso, joven Kennedy —le responde el profesor recargándose sobre el escritorio—. Ahora bien, cuando un poeta escribe un poema utiliza recursos literarios que den forma a sus pensamientos, sentimientos e ideas. Aquí podemos observar, el uso de símiles y metáforas para mostrar, en este caso, las diferencias entre la mujer y los varios símbolos de la belleza con el fin de dar un retrato lo más digno posible de la dama.

—Yo creo que ese tal Shakespeare era un raro, como el cabeza de zanahoria —suelta Calvin entre carcajadas.

—Joven Kennedy, le pido más respeto hacia su compañero, segundo comentario despectivo y se va de mi clase —lo regaña el profesor Anderson—. Jóvenes, lo que quiero que entiendan, es que ciertas cosas no solo las vean por lo que son, sino sentirlas y apreciarlas. Miren el mundo de diferente manera. Vean más allá de lo que leen y no se vayan solo por lo superficial. Quiero que encuentren su propia voz y su esencia. Así que, me gustaría que cada uno escriba su propio poema, uno original creado por ustedes mismos. Deberán leerlo el próximo lunes frente a la clase.

Todos comienzan a rezongar ante la idea.

•◦ ❈ ◦•

—Calvin, debes dejar de molestar a Phoenix —le hago saber mientras caminamos por el segundo pasillo.

—¿Qué te pasa Bennet? ¿Acaso te cae bien ese tipo? —pregunta mirándome con desconcierto.

—No es eso, Calvin. El chico está enfermo del corazón. Podrías incluso provocarle la muerte —añado, siguiéndole el paso.

—¿Te preocupa qué algo malo le pase al cabeza de zanahoria? —inquiere con un tono serio.

—Olvídalo. Es inútil hablar contigo —suelto, resignado.

—Escucha Bennet, esto ya no se trata de ti, sino de mí y el cabeza de zanahoria.

—¿Qué quieres decir? —pregunto frunciendo las cejas.

—Ese idiota cree que puede hacer lo que quiera, pero está equivocado —responde.

—¿Y tú si puedes hacer lo que quieras? —inquiero.

Calvin me voltea a ver confundido.

—¿Qué te pasa Bennet? Has estado actuando muy extraño estos días.

—No me pasa nada, solo te estoy advirtiendo.

—Y lo agradezco, pero yo haré lo que quiera ¿Entiendes?

—¿Si recuerdas que Baxter tiene reglas? —cuestiono, deteniéndolo del brazo—. Y una de ellas es no pelearse entre alumnos.

—¿Por qué siento que estás defendiendo a ese imbécil?

—Solo estoy recordándote las reglas, eso es todo —añado encogiéndome de hombros.

—Sabes muy bien que siempre he echo lo que me plazca, no veo el malentendido —comenta.

Yo lo miro incrédulo.

—¿Lo dices por la directora Margaret? —añado mirándolo fijamente—. ¿Crees que tienes el privilegio de hacer lo que sea por el simple hecho de ser su hijo?

—¿Qué mierda dices? —suelta con enfado—. Pero ya que lo dices, sí. Así que no te metas.

—¿Si sabes quién es la persona que mantiene este lugar? —pregunto—. Mi madre. La presidenta. Y si hablamos de quién tiene más beneficios y poder aquí, ese soy yo.

—¿Qué dijiste?

—Digo que si yo quiero, le digo a mi madre que deje de colaborar con el internado, eso no sería bueno para ti ni para Margaret.

—¿Me estás amenazando? —pregunta, dando un paso hacia mí.

—Te estoy advirtiendo —respondo con seriedad—. Así que por una maldita vez en tu vida, haz lo que te digo.

Me doy la vuelta sin darle la oportunidad de añadir algo más.

Un amor inesperadoWhere stories live. Discover now