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𝕾ujeté mi estómago cuando rugió y le dediqué una mirada de soslayo a mi madre. Me hallaba tan hambrienta, había sido imposible en todos los pasados meses acostumbrarme a la falta de comida; mamá sólo me permitía desayunar y tomar algún refrigerio extra ligero por la tarde.
Decía que de lo contrario, de comer todo lo que quisiera, mi cintura crecería, mis muslos se volverían gruesos, mi rostro redondo y ninguna agencia de modelaje me seguiría queriendo.
Ya estaba tan cansada de mirar el fantasma en mi espejo, esa chica no era yo. Pero, nadie iba a ayudarme, nadie iba a sacarme de las garras de mi propia madre, y seguiría siendo su muñeca muerta.
━━Prepárate, Katsuki. ━━Le escuché decir, arrastrando la silla en la que estaba sentada hacia atrás para ponerse de pie━━, peina ese cabello hasta que quede brillante y ponte bastante maquillaje; en tres horas debemos estar en la sesión de fotos.
━━¿No se supone que allá van a maquillarme? ━━pregunté en voz baja, sin moverme un centímetro.
Ella suspiró, y muy seguramente, giró los ojos con hastío.
━━Te ves espantosa sin maquillaje, Katsuki, por favor. ━━Rió con amargura. Sentí que mi garganta se cerraba ante las lágrimas que quisieron salir de mis ojos━━. Y si yo pienso así, imagínate lo que pensarán los demás. ━━Emitió otro suspiro.
Hundí los hombros mientras el líquido salado resbalaba por mis mejillas pálidas.
━━No quiero ir ━━susurré.
En un segundo, los dedos huesudos de mi madre habían atrapado mi mandíbula con excesiva fuerza, e hizo que la mirara a los ojos. Temblé, aún llorando.
━━Vas a hacer exactamente lo que te dije, Katsuki ━━ordenó en un tono duro━━. Péinate, maquíllate y arregla tu ropa. Maldita niñata insolente.
La observé marcharse a pasos furiosos y me dejó sola, lo que me permitió sollozar mientras apretaba los puños con fuerza, arrugando la falda que usaba.
Pronto corrí a mi gigantesca alcoba, cerré la puerta con seguro y me senté frente al tocador repleto de productos de belleza. Nuevamente, el fantasma en el reflejo del espejo me dio un horrible saludo, recordándome una y otra vez el infierno que era mi vida.
Con las mejillas húmedas y los ojos hinchados me miré; me había convertido en algo espantoso, ya no quedaba nada de la antigua yo, absolutamente nada. El cabello rubio tan lacio por los constantes productos, la piel pálida sin imperfecciones, el cuerpo tan delgado y curvilíneo por el ejercicio y las dietas, ¡odiaba toda esa basura!; esa chica tan triste, rota y temblorosa en el espejo no era yo, no podía ser yo.
