II

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Una vez Julio se ha ido sin despedirse, vuelve al salón en el que normalmente se siente bastante cómodo. Coge mucho aire, observando a Raoul sentado en el sofá, masajeándose a sí mismo la nuca mientras se inclina sobre un mapa de mesas que su prometido ha preparado.

—¿Todo bien? —Se inclina con cuidado de no molestar.

—Sí, solo necesito encajar a algunos amigos, no he invitado a tanta gente y esto es una locura...

—Me refería a la bronca de tu novio, que se ha ido tan deprisa...

—Ya, es que está trabajando para un ascenso. Nos vendrá genial para los gastos de la boda, así que no me importa acabar con esto yo solo. —Se muerde el labio—. Sobre todo teniendo en cuenta que yo lo he retrasado.

—Si necesitas ayuda, ya sabes.

El rubio sonríe, soltando toda la angustia en un suspiro. Acaba apoyando los codos sobre las rodillas.

—Me ayudaría saber si estarás para la boda. Me gustaría invitarte, y ya no solo por la narrativa de que eres mi amigo de la infancia, sino porque... lo eres de verdad.

—Me encantaría, pero realmente espero que no, Raoul. Eso significaría demasiado tiempo y me gustaría que estuvieras bien antes de primavera. Ya sabes, sin necesitarme.

Hace un mohín, pero asiente. Le gustaría necesitarlo en su boda. Se está acostumbrando a su presencia demasiado rápido y ahora pensar en una boda en la que él no estuviera presente..., no sería lo mismo, eso está claro.

Pasan los días, la vida sigue, pero Julio solo le habla para temas de preparativos. Raoul está con el agua hasta el cuello con los informes en el trabajo, y de nada sirve tener a Agoney cuando vuelve a casa si siente a su chico distante.

Una semana después, tras comprobar que su amigo imaginario no ha intentado seguirlo de nuevo, cambia de dirección al salir del trabajo. Cuando llama a la puerta del bajo de Julio, con una botella de champán ocupando sus manos, está listo para arreglar lo que ha pasado.

El moreno abre y se queda congelado al encontrarlo allí. Mantiene la mano en el picaporte, sin saber qué hacer.

—¿Puedo pasar o me vas a dejar morir de frío aquí? —Suelta un bufido envuelto en un hilo de humo helado. Diciembre ha empezado más frío de lo esperado.

—¿Qué haces aquí?

Se encoge de hombros.

—He pensado que podríamos despedir tu piso antes de la mudanza con una tarde a solas.

—¿No está tu Pokemon por ahí? —Mira en ambas direcciones, sin soltar la puerta.

—En casa —murmura—. Deja de ser así, quiero pasar una tarde a solas contigo. —Acaricia el cuello de su camisa—. Un poco de intimidad no nos vendrá mal. Te echo de menos —añade, porque lo ve demasiado callado e indeciso.

Tras menear la cabeza, aparta su cuerpo de la puerta para darle paso. La sonrisa de Raoul se amplía, así que besa su mejilla y entra en una estancia mucho más caliente que el exterior. Suelta un escalofrío y se relame del gusto.

—Bien, ¿qué quieres...?

Julio se ve interrumpido por los labios de su prometido, que lo ataca, ya con las manos libres. Raoul lo arrastra, manos tras su nuca, hasta el sofá, sentándose sobre sus muslos una vez lo tiene donde quiere.

Media hora después, el moreno se enciende un cigarrillo, todavía con el aliento de Raoul sobre su cuello. Lo mira, y por un momento le parece el chico de siempre, del que se enamoró hace tiempo. Traga saliva y menea la cabeza. Seguramente sea cosa suya.

Entelequia-RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora