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Es el dolor de cabeza lo que saca a Ochako de la cama. Del sofá, mejor dicho — un mueble cojo y de cuero descolorido cuya presencia ha dejado ya huella bajo el alféizar de la ventana, y del que Ochako ha hecho un reemplazo demasiado frecuente de sus sábanas.

Los muelles crujen bajo su peso cuando se acomoda en una posición más erguida, despacio y llevándose una mano a la herida inflamada que le palpita en un costado. Apenas amanece. La franja de vidrio que asoma tras las cortinas está fría bajo sus dedos, teñida con la luz inusual de las horas donde las calles parecen privadas. Aun sin conciliar el sueño, Ochako había estado obligándose a aguardar los primeros rayos de sol; pero ahora, con la vista perdida en los pájaros que trazan círculos en el aire antes de desaparecer en la copa de algún otro árbol, tiene la sensación de estar todavía esperando.

El apartamento contiene también el aliento. Sobre las estanterías sin limpiar y la cama deshecha se ha instalado una fina capa de polvo, suficiente para convertir el desorden transitorio en caos asentado. Hace casi medio año que Ochako se mudó aquí para lo que creía un máximo de dos meses, y sin embargo las botas tiradas junto a la puerta y las llaves colgando en la entrada ocupan su lugar con la quietud de quien finge seguir durmiendo. Quizás sea eso. Ochako aún no está segura de haber despertado.

Es que hay algo paralizante en las mañanas llenas de nuevas posibilidades. Ochako necesita varios minutos de inmovilidad callada, con el reposabrazos del sofá sosteniéndole la espalda, antes de decidirse a empezar por su pijama. Se deshace de él con un par de tirones costosos, lanzándolo al azar junto al montón arrugado que forman sus prendas en una esquina. Es la ropa de anoche — manchada de sangre y con más restos de ADN de los que Ochako debería conservar, pero todavía no ha logrado convencerse de quemarla. Se trata de Toga, al fin y al cabo. La sangre de Toga, el ADN de Toga. Ochako tiene demasiado claro que nadie va a investigar su muerte.

Podría guardarla como trofeo, a cambio de todos los que no pidió llevarse — una serie de cardenales que le amoratan la piel allí donde la golpeó la rodilla de Toga, el muro de un callejón, el filo de un escalón mientras rodaba por el suelo de la azotea. En su cuello y bajando hasta su pecho, Ochako conserva marcas de las uñas de Toga. Son arañazos que atravesaron la tela, surcos rojos que guardan, seguramente, más calor que el cuerpo que dejó en aquel tejado. Helado por el recuerdo del último aliento de Toga, el vello se le eriza en sus brazos al descubierto.

Algo que ponerse. Con eso en mente y un gruñido de dolor escapándole de los labios, Ochako se levanta del sofá y cruza la habitación que le hace las veces de cocina, estudio y dormitorio. Su espejo de cuerpo entero, al pasar, le regala la imagen de un corte bajo la clavícula y un brazo plagado de cicatrices más y menos recientes. Pero las ha pasado peor, se recuerda Ochako mientras corrige su ceño fruncido con una expresión satisfecha. Oteando por encima del hombro, vuelve a alisar el vendaje que empieza a despegarse de su espalda. Cuando se habla de Toga Himiko, de todos modos, es fácil decidir. Ochako estaba peor antes. Antes de que Toga muriera, eso es. Antes de matarla.

El interior del armario ofrece una selección más bien decepcionante. Hasta ahora, Ochako no había notado que poseía tantas copias del mismo top de tirantes negro. Pero debió de guardar un conjunto para esta ocasión. En algún momento. Apartando un mono de lycra y pantalones vaqueros, Ochako rebusca con obstinación, y si su mano vacila al rozar una vieja funda de pistola abandonada al fondo del armario, no hay nadie para verlo. Cinco minutos después y vestida con la combinación más caprichosa de una falda de volantes y una vieja camiseta de los Yakult Swallows, toma asiento en el taburete junto a la encimera de la cocina. Cerca de un plato sucio y un montón de migajas olvidadas, el móvil que había puesto a cargar emite una luz tenue.

Ochako no tiene mensajes, pero sí cuentas de nombres falsos diseminadas por la red. "Última hora sobre las Ninjas de Sapporo", clama la primera publicación en la que se detiene mientras baja por el hervidero que son las aplicaciones sociales: "abro hilo".

Manía | TogachakoWhere stories live. Discover now