III

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Años antes

   Lauren entendía porque tenían que mudarse al otro lado del estado. Su madre había conseguido un empleo —según ella era espléndido, buen salario, casos grandes, el despliegue de su carrera, aunque la niña ya le parecía que era muy exitosa—, sin embargo nada de eso evitó el llanto. No quería dejar al único conocido que tenía, él iba a su casa a jugar los martes, probablemente obligado por sus padres, pero igual le gustaba tener compañía de su edad.

   Su papi le prometió que la nueva escuela sería mejor, que está vez haría amigos de verdad, que la casa sería más grande a tan solo diez minutos de la playa y que después de un tiempo podrían tener a ese hermanito que le prometieron. Esperaba que fuera así, pero sabía que mentía. Aquí o en China ella seguía siendo un fenómeno, un cyborg. Odiaba a su abuelo por su sordera y también la vida que le esperaba, había visto en las películas la adolescencia que le esperaba en unos años no sería fácil, serían más crueles, mas estaría preparada, había ahorrado los últimos años para cuando alguien rompiera su audífono comprar otro.

   Entró a su nueva habitación con una caja liviana, era un lugar grande y sus cosas a pesar de no ser pocas, no iban a llenarlo. Por lo que pudo ver desde su ventana el barrio era lindo, pero ya era de noche, mañana comenzaría en su nueva escuela...

   —¿Estás asustada, princesa? —Su papá se sentó en su cama.

   —No.

   No lo estaba, estaba resignada, triste y enojada. Cada noche le pedía a la luna que la volviera una niña normal, cada mañana despertaba esperando que se hubiera cumplido y cada mañana se le salían unas lágrimas por la decepción.

   —Está bien estarlo.

   —No, sólo algo resignada a ser el bicho raro.

   —No será así, si te molestan ¿Qué tienes que hacer?

   —Decirles.

   —Exacto. —Le dio un beso en la cabeza y se despidió, era su hora de dormir.

   No perdió la esperanza, le pidió el deseo a la luna, pero está vez deseó que las personas fueran buenas con ella, aunque sea solo una.

   Cuando despertó más por costumbre que esperanza revisó su oído, seguía sin oír por supuesto, pero hoy no lloró porque ayer pidió algo distinto.

   Se duchó, la peinaron con dos colas con prensitas de mariposa en ella y la línea en zig zag para que todos vieran lo asombrosa que era. Este uniforme le sentaba mejor que el pasado, se puso el brazalete que le dieron hace años y siempre llevaba puesto.

   —¿Esa hermosa e inteligente niñita es nuestra, Jonas?

   —Oh, sí. —Le respondió, ambos sonreían.

   Habían sido testigos de los muchos desplantes que la niña había tenido, pero después de un tiempo ella empezó a ocultarlos. ¿Para qué les diría? No podían cambiarlo y sólo se preocupaban más.

   —Gracias. —Desayunó un poco y la fueron a dejar.

   La escuela era grande, mucho más que la anterior, allí la esperaba una maestra que fue muy amable al presentarse, la llevaron a una oficina a preguntarle sobre sus intereses para las actividades curriculares, no había realizado una antes, pero eligió hacer natación y tennis. La señora le aseguró que era un lugar tranquilo y que no tendría mayor problema, mas si tenía algún incidente lo informará.

   Los niños aquí no fueron tan malos como lo eran allá, aunque sí hubo unas burlas disimuladas y miradas curiosas o de desprecio, los maestros sí fueron todos muy amables, pero no podía almorzar con ellos.

   Se sentó en una pequeña mesa en la esquina del comedor, sola. La luna le había fallado, de nuevo. Abrió la lonchera, desenvolvió uno de los sandwiches que le habían enviado —ellos estaban tan convencidos de que haría amigos que le enviaron comida para compartir—, lo que solo era un recordatorio de su fracaso.

   —Hola. —Una niña con unos colochos grandes se sentó al frente de ella.

   —Hola... —Tomó fuerte su jugo por si la niña venía a lanzarselo.

   —Soy París. ¿Quieres ser mi amiga?

   —¿De verdad quieres ser mi amiga? —Preguntó asombrada.

   —Sí. —Le pasó por la mesa un pedazo de chocolate, con el simple acto Lauren casi se pone a llorar de felicidad.

   —Lauren. —Dijo con una sonrisa de oreja a oreja y le pasó parte de su merienda.

   Las niñas se conocieron mejor y en cuestión de días se habían vuelto inseparables tanto que Jonas y Shivani pidieron que las niñas estuvieran en las mismas materias, Paris entró a los equipos de natación y tennis.

   La rubia agradeció cada noche a la luna, porque estaba segura de que le había cumplido su deseo, Paris notó la fascinación que ella tenía y le regaló un collar con un colgante.

   Descubrieron que eran muy buenas en los deportes, los niños dejaron de lado la discapacidad y se les acercaban más, incluso se podría decir que eran amigos, pero ninguno llegaba a ser tan importante o cercano para interponerse o integrarlo entre ellas, eran una sola unidad.

   El único secreto que Lauren se guardó para sí misma, fue la verdad detrás del infante que ahora era su hermano, George. Le aseguraron a todos que él era su hermano de sangre, que su abuela había estado cuidando mientras terminaban de acoplarse y encontrar a una nana.

   George no hablaba mucho —por no decir que no lo hacía—, no jugaba y tenía comportamientos extraños como era llevarse comida a escondidas y guardarla en su habitación como si fuera un hámster, le daba pánico la oscuridad, los cuchillos y las cámaras. Pero según le dijeron sus padres él estaría bien, porque un doctor lo veía casi todos los días. Lauren esperaba ansiosa de que estuviera bien para que jugará con ellas dos, él sí podía ser parte de ellas y Paris no tenía problema con ello.

SilasWhere stories live. Discover now