VIII: El viaje - parte II

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Sintió como sacudían su hombro, un movimiento insistente y molesto, él deseaba seguir durmiendo más tiempo, sentía su cuerpo exhausto y sus ojos no estaban para nada de acuerdo en eso de abrirse y ver para que le llamaban.

Movió su mano y apartó la otra, luego volvió a enrollarse en las cálidas mantas que cubrían su cuerpo y le salvaban del espantoso frío que atravesaba los muros de esa cabaña.

Había estado soñando, soñando con un mundo libre, con una vida tranquila en una pequeña casa de madera en el campo, poder correr por todas partes y compartir su vida con Hinata, soñaba que aprendía a coser y fabricaba hermosos vestidos para ella, y ella era muy feliz a su lado.

Esos eran buenos sueños.

De repente, un escozor sorpresivo en el trasero le hizo dar un brinco en la cama y abrir los ojos de sorpresa, inevitablemente se llevó una mano a sus glúteos, acariciando una de sus nalgas que ardía por alguna razón.

Alzó la mirada y se encontró con Hinata que sonreía dulcemente, pero sus mejillas tenían un color rojizo que apenas pudo ver por la luz de luna que cruzaba la ventana, luego miró a su lado, al hombre alto y pelinegro cruzado de brazos y con el ceño fruncido.

Deidara se imaginó que la nalgada se la debió dar él.

Itachi se inclinó y el rubio retrocedió al instante, no le gustaba de amucho sentirlo tan cerca, además todo estaba apagado, no había ninguna lámpara que iluminara la habitación, solo la luz natural que entraba por las ventanas.

-Haz silencio – le susurró – y apúrate, o te dejaremos atrás.

Deidara parpadeó un par de veces y fue allí cuando notó que ambos vestían capas largas que cubrían sus cabezas y ya se encontraban calzados, es decir que saldrían en ese preciso momento a mitad de la noche.

¿A dónde? Él realmente no lo sabe, pero si Hinata iba, él también lo haría.

Se bajó de la cama rápidamente pero procurando ser silencioso, como el rey le había pedido y entró al baño con rapidez para enjuagarse la boca y la cara, luego buscó sus botas y se las puso.

La mujer cerca de él fue la que le entregó la capa con una sonrisa dulce, la cual Deidara tomó después de agradecer y se la puso sobre su ropa, cubriéndose el rostro y el cuerpo con ella.

Buscó al rey con la mirada y se sorprendió al ver a alguien más en la habitación, era joven, tenía el cabello largo y negro, su piel era como porcelana y sus labios finos y pequeños al igual que su boca.

¿Quién diablos era?

Esa persona le miró por unos segundos y le sonrió amablemente haciendo que el monarca también le mirara, pareció mirarlo de arriba abajo y acto seguido él se subió también el gorro de su capa y fijó su atención en ellos dos.

-Hora de irnos – murmuró pero fue claramente audible para los dos.

Deidara pensó que bajarían por las escaleras, pero nada que ver.

Itachi se dirigió a la ventana y miró directamente hacia abajo, luego con una maestría que a Deidara se le hizo asombrosa anudó una cuerda que él ni siquiera había visto que traía, la amarró con fuerza y luego dio media vuelta observándolos a ambos.

Le hizo una seña directa a Deidara el cual dio unos pasos hacia él con un poco de dudas.

-¿Puedes hacerlo? – la duda ofendió un poco al rubio, aun así asintió y miró abajo. – sujétate fuerte, no te voy a dejar caer.

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