Capítulo 13: Il bacio all'inferno.

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Gracias a su personalidad cualquiera pensaría que Antonio Ferragamo es el tipo de persona a la que no le importa comer enfermo en un restaurante lleno de clientes a los cuales podría contagiar con un estornudo, pero no lo es y su amigo, el dueño, hace que uno de los meseros nos tienda cuatro bolsas repletas de comida y bebidas tanto para la cena de hoy como para el desayuno de mañana. Además de eso el hombre promete mediante un grito desde la caja registradora llevarnos el almuerzo él mismo al mediodía.

Después de eso regresamos a pie al taller de Nicoletta.

En el piso superior de este preparo la mesa mientras Antonio intenta hacer que el viejo refrigerador de su madre funcione. No puedo evitar girar el rostro hacia él con una sonrisa cada vez que maldice al electrocutarse porque según él tiene una falla eléctrica. Conozco al técnico que repara las cosas en la mansión y sé que de solo llamar a Donato podría conseguir el número, pero se negó a hacerlo alegando que podría resolverlo por sí mismo y cada vez que me río me dedica una mala mirada que solo me hace reír más.

No sabía que el diablo fuera tan terco.

Quizás por eso Dios lo expulsó del cielo.

―Finalmente ―dice cuando la cena está completamente servida sobre la mesa y llevo más de veinte minutos esperándolo. El zumbido extraño del refrigerador me hace sonreír, pero mi estómago ruge y Antonio no tarda en unirse a mí tras guardar el resto de las bandejas de comida en su interior, convencido de que lo reparó por sí mismo. Pensé que le molestaría comer la cena fría, pero ni siquiera lo menciona mientras la saborea. La habría calentado, pero el gas fue cortado hace mucho y fue cuando salimos que se puso al día con la factura. La compañía prometió restaurar el servicio en tres días―. Filippo prepara el mejor risotto de Italia, ¿no es así?

Lo pruebo después de que él lo hace.

Es exquisito, pero no puedo evitar estar en desacuerdo y negar tímidamente. Es un buen restaurante el de su amigo y el risotto no está para nada mal, pero no es el mejor que he probado.

―Su pasta a la carbonara es la mejor que he probado, pero el nuevo chef de la Mansión Ferragamo merece que le dé una oportunidad de reconsiderar quién es el poseedor de ese título, Señor.

Antonio deja de comer al escucharme, su ceño fruncido.

Habla tras limpiar las comisuras de sus labios con una servilleta que luego deja caer odiosamente sobre la superficie de la mesa.

―¿Lo has probado?

Afirmo.

―Sí, Señor.

―¿Cuándo? ―pregunta y mi frente se arruga.

¿Quizás a Antonio no le gusta que le lleven la contraria en lo que se refiere a sus cosas favoritas?

―Ayer ―susurro―. Cesare preparó un picnic para nosotros después de que nuestro turno acabó. Estaba cenando el risotto que hizo para Catalina cuando Alessandro apareció para explicarme que su compromiso con Jane es falso. ―Lo miro por encima del candelabro con velas que adorna nuestra mesa, insegura sobre cómo continuar con esta conversación, pero lo hago―: Sus acciones hacia mí han sido buenas y se lo agradezco, pero no soy tan ingenua. ―Agacho la mirada antes de recordar cuánto odia que lo haga y conectar de nuevo nuestros ojos―. Creo que merezco saber la razón por la cual necesita convencerme de que arruine esta unión, Señor.

Antonio deja de comer de nuevo y extiende su brazo por encima de la mesa, tamborileando la superficie con sus dedos. Sus ojos dorados permanecen en los míos por un largo rato. Por un momento creo que me mandará a callar de nuevo para evitar que me meta en sus asuntos, pero no lo hace. Se echa hacia atrás y me contempla por encima del fuego entre nosotros mientras habla.

Cómo atrapar a un FerragamoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora