XXIII

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- Yo te cubro... - musitó Dante mientras veía a su hermana tomar su lanza eléctrica de las manos de la chica caída. Clarisse no respondió, y sin armadura ni escudo, se abalanzó sobre el drakon. La hija de Ares se echó a un lado para evitar la acometida de la bestia, que pulverizó el suelo que acababa de pisar, y se encaramó de un brinco a su cabeza.

Dante se había ofrecido a ayudarla, pero no pudo hacer nada. Clarisse levantó su lanza por encima de su propia cabeza y se la clavó en el ojo sano con tal fuerza que el mango se partió en pedazos, liberando de golpe todo el poder mágico del arma. Un arco de electricidad se propagó por la cabeza de la criatura, convulsionando todo su cuerpo. Clarisse saltó y rodó a salvo por la acera, mientras al drakon le salía una columna de humo por la boca. Su carne se fue disolviendo por dentro, y en un abrir y cerrar de ojos sólo quedó de la bestia un túnel hueco de escamas blindadas.

- Vaya... - musitó Dante impresionado. Él mismo había matado un drakon en el pasado. Pero la facilidad con la que lo había hecho Clarisse había sido insultante. Ella no pareció darle importancia. Corrió otra vez junto a la chica malherida que le había robado su armadura. Annabeth había logrado por fin quitarle el casco. Todos se agolparon a su alrededor: los campistas de Ares, Chris, Clarisse, Annabeth, Percy y Dante. La batalla continuaba con furia a lo largo de la Quinta Avenida, pero por un momento fue como si todo dejara de existir, salvo aquel reducido grupo y la chica tendida. Sus rasgos, antes hermosos, habían quedado abrasados por el veneno. Todo el néctar y la ambrosía del mundo no lograría salvarla.

- Silena... - susurró Clarisse mientras contenía las lágrimas - ¿Qué pretendías, insensata? - acunó la cabeza de Silena en su regazo.

Ella intentó tragar, pero tenía los labios resecos y resquebrajados - No me... habrías escuchado... La cabaña sólo te... seguiría a ti -

- Así que me robaste la armadura - comprendió Clarisse, aún incrédula - Esperaste a que Chris y yo saliéramos a patrullar, te apropiaste de la armadura y te hiciste pasar por mí - miró furiosa a sus hermanos - ¿Y ninguno se dio cuenta? -

Los campistas de Ares experimentaron un repentino interés por sus propias botas - No los culpes - dijo Silena - Ellos querían... creer que eras tú -

- Estúpida hija de Afrodita - gimió Clarisse - ¿Y por qué te has enfrentado al drakon? -

- Todo ha sido por mi culpa - admitió Silena, mientras una lágrima resbalaba por su rostro - El drakon, la muerte de Charlie... el campamento amenazado... -

- ¡Basta! - exclamó Clarisse - ¡No es cierto! -

Silena abrió la mano. En la palma tenía un brazalete de plata con un amuleto en forma de guadaña. El mismo símbolo que había grabado en la moneda de Fóbetor... La marca de Cronos. Entonces, Dante sintió como un puño de acero le atravesaba el corazón - Tú eras la espía - susurró sin aliento.

Silena intentó asentir - Antes... antes de que me gustara Charlie, Luke me caía en gracia. Era... encantador. Apuesto. Más tarde quise dejar de ayudarlo, pero él me amenazó con contarlo todo. Me aseguró... que así salvaba vidas; que menos personas sufrirían daño. Me dijo que no le haría daño... a Charlie. Me mintió -

Dante miró a Annabeth. Estaba blanca como la cal. Daba la impresión de que le hubieran arrancado el suelo de los pies - ¿Por qué no me pediste ayuda...? - le preguntó Dante mientras la tomaba de la mano - Podías confiar en mí... Te habría protegido -

La hija de Afrodita le apretó la mano e intentó sonreír, aunque solo le salió una mueca torcida - Lo siento... -

A la espalda del grupo la batalla proseguía. Clarisse miró ceñuda a sus compañeros de cabaña - Rápido, ayudad a los centauros. Defended las puertas. ¡Deprisa! -

ARES #5 // DIOSES DEL OLIMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora