CAP XII - El Refugio

48 7 0
                                    

—¡NOOOOO! ¡JAKE! ¡JAKE! —grité. Mi corazón se quebró, así de fácil. Rompí en llanto. Jamás pensé sentir tanto dolor como ahora. Royk tenía razón, de nada vale atacar el cuerpo si no se lastima también el corazón... Ese dolor era peor que el físico—. ¡NO, POR FAVOR! ¡JAKE! ¡ÁBREME! Te lo suplico... por favor...

    Si alguna vez tuve ganas de destruir esa puerta, no se comparaban en lo más mínimo con las que tenía en este momento. Empecé a patearla, darle puñetazos y gritar su nombre inútilmente. De nada servía.

    —¡Diane! ¡Vámonos! ¡Por favor! —suplicó el niño que se había separado de su madre. Tomó mi brazo e intentó llevarme con él, pero de un tirón me solté su manita y regresé a la puerta, a esa maldita puerta que me separaba de él.

    —¡No! ¡Tengo que entrar de alguna manera! —insistí aunque sabía que no me funcionaría de nada.

    —¡Por favor! ¡Mi mamá está a punto de desmayarse! ¡Tenemos que escapar!

    Me detuve. Tenía los puños pegados a la puerta. Miré a Amanda. Estaba sentada en suelo, abrazándose las rodillas y con la cabeza descansando en ellas. Mi respiración estaba entrecortada. Sabía que tenía razón. No podía dejarlos aquí, estaba poniendo sus vidas en juego, y eso era más de lo que podía soportar. No podía perderlos a los tres en un mismo día. Desprendí mis puños de la puerta. Fue como desprenderme de su vida también.

    Fui hacia donde estaba Amanda, la levanté, me pasé su brazo sobre mi nuca y la ayudé a caminar. Estaba increíblemente pálida. Mike tomó su mano y nos adentramos en Infrytate.

    Sabía perfectamente a donde ir. Una cabañita aislada, en el bosque. Antes vivía ahí un herrero, o al menos eso suponía, por todas las cosas que ahí había: hachas, espadas, flechas, cuchillos y muchas otras armas. También había un fogón de leña de gran tamaño, eso era lo más lógico.

    Cuando era niña y quería estar sola, siempre iba ahí. Era el lugar más cercano al castillo, y además, nunca había nadie allí, como si nadie conociese su existencia. Era mi refugio.

    —¿A dónde estamos yendo? —preguntó débilmente Amanda.

    —A un lugar donde los puedo esconder.

    —¿Por qué...?

    —No hables más —la atajé—, estás muy débil.

    Observé el sol, estaba ligeramente desalineado del centro del cielo... Apenas eran las dos. ¿Cuatro horas? ¿Apenas habían pasado cuatro horas desde que entré al castillo? ¿Lo que yo sentí como un infinito infierno, habían sido tan sólo cuatro horas? Esas escasas horas, habían sido las peores de mi vida.

    Y entonces lo vi, mi refugio. Tanto tiempo y seguía igual. Estábamos ya muy cerca. Habíamos pasado media hora caminando, y al fin, entramos.

    La cabaña estaba justo como yo la recordaba, todo estaba en su lugar. Recordaba que aquí había tirado la primera flecha de mi vida, claro, ni siquiera lo había logrado. En ese tiempo no tenía la necesidad de aprender, no tenía la necesidad de lanzar una flecha.

    —Siéntate —dije, mientras ayudaba a Amanda a sentarse en una empolvada silla—. ¿Cómo te sientes?

    —Mejor, sólo necesitaba un poco de aire fresco, gracias a Dios, me acababan de dar agua. ¿Cómo te sientes tú?

    "Yo sí me enamoré de ti."

    Bajé la mirada, negué e intenté no llorar de nuevo. Pero me fue imposible contener las lágrimas cuando ella me abrazó. Me sentía tan vacía. Ya había logrado sacar a Amanda y a Mike de ahí sanos y salvos. Cualquiera diría que debería estar feliz, logré escapar dos veces de Royk. Pero yo no quería que esto fuera así, no quería salvarlos a costa de su vida. Ya no tenía nada por lo cual ser fuerte.

Rescate de otoñoWhere stories live. Discover now