Capítulo 5

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La residencia Foster era una imponente construcción que databa del siglo XVI y ahora pertenecía a madame Foster, una anciana viuda adinerada que gozaba una vida bastante tranquila por lo habitual, pero ese día, un trajín inmenso se había apoderado de su mansión, por lo general, silenciosa. Los trabajos habían empezado desde hacia varias semanas antes. Todo se debía a que ese día, su nieto regresaría de Rusia. Había dado órdenes de que todo estuviera brillante.

La regia dama se encontraba en su salón de estar, acompañada de su doncella que más que una doncella común y corriente, se había convertido en su cuidadora. Cuando su hija mayor había contraído matrimonio con el hermano del príncipe ruso en aquel entonces, ella supo de inmediato que no volvería a verla con la asiduidad con la que le gustaría. Aun así, no la detuvo. Esa unión había dado lugar al nacimiento de Dimitri, y posteriormente Elena, sus nietos. Su hija había pasado de pertenecer a la nobleza británica para formar parte de la familia real rusa y por ende, una de las más poderosas tanto política como económicamente. No podía quejarse, sus nietos habían crecido recibiendo una excelente educación y ahora Dimitri regresaba para permanecer con ella lo que durara la temporada, para luego volver a Rusia.
Así que, como siempre ocurría en Londres cuando alguien nuevo llegaba, el cotilleo estaba en auge. Las señoritas casaderas suspiraban con dramatismo al imaginarse al descendiente de la familia real rusa bailando en los salones mas exclusivos. Se deleitaban viéndose a sí mismas de su brazo y las más optimistas se veían ya en los imponentes salones de Moscú y codeándose con los zares y las zarinas más honorables.

-¿Y si no le gusta bailar? He escuchado que los rusos son bastante hoscos. –dijo lady Gabrielle mientras se centraba en su labor.

-Su padre es ruso, pero su madre es inglesa, querida –la informo lady Josephine, mientras tomaba un sorbo de su té con el meñique estirado.

-Bueno, ya podrás comprobar cuál es su personalidad esta noche–Gabrielle no parecía muy interesada en ello que digamos.

-Podremos comprobarlo –la corrigió su amiga- no me dirás que tú no sientes curiosidad por el, ¿o sí?

-Me tiene sin cuidado –Gabrielle apartó la vista de su labor por un momento, soltando un suspiro- aunque sospecho que no se hablará de otra cosa por los días siguientes. Qué tedioso.

-A ti todo te parece tedioso –dijo Josephine poniendo los ojos en blanco- si resulta ser un hombre amargado y hosco, como dices, quizas puedan congeniar ustedes dos.

-Tal vez sí –dijo Gabrielle sin ánimos de contradecirla. Después de esos largos años de amistad la conocía lo suficiente como para adivinar sus intenciones y lo que ella pretendía, así que era mejor ignorarla.

-Ah, sí, olvidaba que ya tienes una aventura con el conde de Somerset –dijo Josephine con una sonrisita maliciosa- y todo gracias a mi idea de irnos a aquella mascarada. Quien lo diría. He dejado sin trabajo a cupido. ¡Soy fantástica!

Gabrielle le dirigió una mirada de pocos amigos, dejando claro lo que opinaba sobre ello.

-Más bien ha sido gracias a tu fantástica idea que he pasado por la situación mas vergonzosa de mi vida –dijo.

-Bueno, tampoco me eches toda la culpa, que yo no te obligué a fingir que eras una italiana misteriosa con afición a las mascaradas, eso ha sido cosa tuya, querida –ella volvió a tomar un sorbo de su té, sentándose muy erguida.

Gabrielle negó con la cabeza.

-Ya dije que trataba de despistarlo.

-Pues no ha funcionado.

-Como sea. Ya todo quedo atrás –afirmó Gabrielle.

Como era de esperarse, las ansias fueron en aumento y se hizo sentir con toda su intensidad esa noche en el baile de bienvenida que ofrecía la anciana madame Foster, en honor a su nieto. Todos los pertenecientes a la nobleza inglesa fueron invitados. Bueno, todos los que figuraban en la lista exclusiva, claro. Obviamente, Edmund y su madre estaban incluidos.
La tensión y la ansiedad podían sentirse en el ambiente, y Edmund tuvo la sensación de que estaba viviendo un dejavú ya que algo igual había sucedido hace un tiempo atrás con el regreso de su mejor amigo Frederick. Era evidente que todas las mujeres se habían esmerado en su arreglo personal aquella noche, todas llevaban vestidos espectaculares y se notaba que habían tardado como mínimo, un par de horas en peinarse. El objetivo era el mismo: destacar.
La que últimamente destacaba mucho y sin apenas pretenderlo, era Lady Gabrielle. Él no sabía por qué ahora se fijaba demasiado en ella, tal vez más de lo necesario. Es que todavía lo divertía recordar que se había hecho pasar por una italiana solo para que él no la reconociera. Por supuesto, tambien solía dedicar unos momentos a recordar ese par de besos que compartieron. No había estado mal, aunque claro, no había sido suficiente como para tentarlo y desear que se repitiera. Ella no era su tipo, ni siquiera le atraía físicamente. No era desagradable, de hecho, podía resultar bonita. Sus ojos eran grandes y de color marron, su cabello oscuro aunque sin llegar a ser negro, su piel aterciopelada y su figura esbelta. Pero aunque fuera la mujer mas hermosa del mundo, tenía cierta actitud que la hacía levemente repelente, o al menos para él lo era. Nunca sonreía, al menos no con naturalidad, sus ojos siempre se encontraban fríos como si su único objetivo de vida fuera congelar todo lo que encontrara a su paso, incluyendo las ganas del mas interesado caballero. Se decía que podía hablar de cualquier tema con una facilidad increíble, también que podía realizar cualquier tarea del hogar con excelencia y por supuesto, tenía unos modales intachables, bueno, casi. Él sonrió de lado al recordar su inesperado y quizas, único desliz. Como si la hubiera invocado con la mente, la mirada de ella cambió de dirección y sus ojos se clavaron en los de él. Él levantó la copa de la que bebía e hizo un asentimiento. Fue ignorado magistralmente, claro. Ella se giró y volvió a centrarse en su interlocutor, que era un duque o algún marqués, no estaba muy seguro.

¿Y si fueras tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora