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Dame un kilo de pan, le pidió a la muchacha que atendía la panadería Elca

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Dame un kilo de pan, le pidió a la muchacha que atendía la panadería Elca. La joven, visiblemente nerviosa, le entregó lo solicitado y, con un esfuerzo sobrehumano, logró cobrarle. ¿Cómo alguien podía ser tan lindo? No era de este mundo, pensaba la muchacha mientras Pablo controlaba su cambio. Luego, cómo si con existir no le fuera suficiente, se retiró del local con una brillante sonrisa de cortesía que alteró los corazones femeninos allí presentes. Aimar, ignorando el efecto que provocaba en los demás, caminó como si nada de vuelta a su hogar. Aunque su camino se vió obstaculizado por cierta persona que ya identificaba fácilmente, aunque esta no pareció notarlo.

Lionel se encontrará esperando la verdulería a mitad de cuadra, una pequeña de claros rizos dorados, tal vez sería su hermana o su sobrina, se hallaba entre sus brazos agarra de su cuello para no caerse. Parece padre soltero, pensó Pablo con una sonrisa sobre sus labios de la que no se había percatado. El hijo del sodero se volteó por orden de la niña, que señalaba una mariposa amarilla que revoloteaba a sus espaldas. Al girarse, llegó a ver la espalda de Pablo caminando hacia su casa con la cabeza gacha en la calle de enfrente, parecía estar especialmente apurado.

Supongo que será mucho si le grito desde acá, dedujo mordiendo su labio inferior, hubiese querido saludarlo, pero tal vez se estaría tomando demasiada confianza con un pibe que apenas conocía. Aunque era una lástima no deleitarse con ese rostro angelical en una mañana tan propicia cómo aquella. No, no, no, no pensé en esas cosas, pelotudo. Se regañó mentalmente respirando hondo. Su hermana, quien no dejaba de observar todo lo que tenía alrededor suyo, agarró una uva de un racimo, que se asomaba fuera del cajón de madera de una las góndolas de exposición, y la aplastó sobre la frente de Lionel.

—Ya veo quien es la que anda de confianzuda por acá —comentó aguantando la risa mientras limpiaba los restos de la fruta de su rostro. Los demás presentes no optaron por disimular sus carcajadas; tanto la niña como el verdulero y las demás señoras de la zona, habían estallado en cómicas risotadas que se escuchaban por al menos media cuadra.

 Los demás presentes no optaron por disimular sus carcajadas; tanto la niña como el verdulero y las demás señoras de la zona, habían estallado en cómicas risotadas que se escuchaban por al menos media cuadra

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Aimar, que con un visible nerviosismo abrió la reja de su casa, se sintió aliviado al estar dentro de ella. ¿Por qué se había puesto así de nervioso por el pibe "macanudo" de anteayer? Creo que tendría que haberlo saludado, se dijo así mismo en voz alta. ¿A quién? Preguntó su madre saliendo de la cocina. A la señora de la esquina, a esa que atiende la librería. Se excusó rápidamente.

El pibe del 382Where stories live. Discover now