Día Menos, Día Más

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Jueves. Aún bajo el aprisionamiento de las sábanas. Doble capa cubre mi cuerpo, adobado de harapos que dejan entrever aspectos lineales y circulares. La vida es un movimiento circular, me digo, en la que nos encontramos diariamente con rastros de lo precedido. Huellas, formas, geometrías, siluetas, cuerpos disimulados, apenas visibles.

Recorro con mis ojos el tenue cuarto en el que estoy, con el cuerpo sin fuerza suficiente para desperezarse tan siquiera; la dirijo al estante en el que están algunos libros, los cuales distingo paulatinamente según su lomo. Jamás me había dado cuenta de que la forma que tienen son siempre tubulares o rectangulares, no llegan a formar un cuadrado independientemente de su extensión.

Un azul marino llama mi atención. Pequeñas letras doradas en la parte central de la obra hace que aguce la vista, entrecerrando los ojos, descifrando letra por letra el título. Es indudablemente El Principito, la obra maestra de Saint de Exupéry, aquel aviador cuya muerte fue un misterio al igual que el origen del niño, producto de alucinaciones del autor por haber estado en una etapa de deshidratción, en el árido y agobiante horizonte del Sahara.

Si tuviese que elegir una forma geométrica para los días jueves, sin ocultar dudas, le otorgaría el triángulo escaleno, pues a primera hora de la mañana es un movimiento llano, y cuando surge un brusco movimiento todo incurre en el fracaso. Es un día menos, innecesario, no suma nada a mi vida.

Postrada aún, varios escenarios pasados pasan por mi imaginación, formándose algunas y extinguiéndose otras. Selectiva, dejo proyectar una frase que leí en un libro del colegio, en la clase de Literatura. "Con el perecer del tiempo, uno va comprendiendo ciertas cosas", decía la oración. Recuerdo que el dueño de la cita fue un argentino, nacido en una familia de angloparlantes, cuya afición por la lectura fue casi natural. Coincido con el autor. Con el pasar del tiempo, todo se nos va haciendo ridículo lo que antes nos parecía sorprendente. Nos hacemos más viejos, y eso lo indica el propio cuerpo: más pereza, más encorvamiento, más paz, más espera. Aguardamos, en esta etapa de la vida, la absurdidad misma, caracterizada por una oscuridad aterradora. 

Que coincidamos con nuestros escritores favoritos no significa que lo expresado forme parte pretérita de nuestro ser, sino que es un deseo condicional. Por ejemplo, si tuviera que definirme, más allá de mi nombre y mi sexo, diría que no soy nadie. Simplemente una nube oscura que navega de escondrijo en escondrijo huyendo de la incapacidad exterior. Alguien, alguna cosa, que navega una y otra vez, al igual que El Principito, apartando objetos que obstruyen el destino, intentando hallar una personalidad. 

Creo ser quien lee esto, con quien comparto el mismo sentimiento, donde cada extremo está sostenido hacia el suelo. Muy en el fondo siento algo. Cuando emerge, me produce un dolor en el pecho. Este dolor se extiende y compacta en distintas partes de mi cuerpo, como queriendo brotar. Aunque realmente no sé si está bien elegida la palabra, porque podría ser el monstruo de mis pesadillas, formado a partir de una bola carbonizada; oscura y áspera acaso.

Necesito despertar, aunque me cueste mil almas lineales hacerlo, pues la única alma con la que puedo abonar es la mía, si es que aún existe en algún lugar. Me resulta muy difícil presionar el interruptor introspectivo que el ser humano común lo tiene en su mente para poder apagar el objeto extraño y caliente que agota mi físico diariamente...


El SIlencio de lo ArtificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora