dos.

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Omnisciente

Llegó al restaurante pasada las siete de la tarde. Con sus ganas por el piso y una opresión en el pecho desde que vió al joven de ojos añil irse, con los suyos brillosos a causa de unas discretas lágrimas que amenazaban asomar de ellos. Cruzó de forma perezosa la puerta principal, dirigiéndose hacia el mostrador, dónde tomaban los pedidos. Caminó al lado de la barra, ingresando por la puerta que indicaba el paso específicamente al personal.

— ¿Souya no está?— preguntó al ver a Smiley moviéndose de acá para allá en la cocina. Uno de los ayudantes hacía lo que podía meneando la sartén, cuidando que la cebolla y los otros vegetales salteados no terminarán por quemarse.

Nahoya suspiró cuando vio a su amigo ya con el delantal puesto, dispuesto a ayudar en todo lo posible ese día.

— Hola, Mitsuya— saludó sonriente—. No, hoy tuvo que irse. Hakkai le preguntó si podían pasar el día juntos y él aceptó. Dijo que tu turno del sábado a la mañana lo cubre él.

Nuevamente ese sentimiento de culpa se formó como un fuerte y pesado nudo, que le obstruía la garganta. Smiley no pasó por desapercibido el hecho de que Mitsuya evitó mirarlo a los ojos, a pesar de que, irónicamente, él prácticamente los tenía cerrados.

— ¿Si? Bueno. . .— murmuró, suspirando levemente mientras comenzaba a revolver el contenido en una de las ollas. El vapor le dio de golpe en la cara cuando elevó la tapa, y el aroma a cebolla y condimentos no hicieron más que acumularle las lágrimas.

— ¿Cómo estás?— cuestionó siempre sonriendo. Emplató correctamente la comida, teniendo extremo cuidado en el patrón de la salsa alrededor de los alimentos, dándole así un toque sofisticado a la vista. Aún recuerda a su nana diciéndole que la belleza del plato se centra en la presentación de la comida y el sabor de ésta—. Te ves medio decaído— agregó.

— Bien, supongo. Ya sabés, proyectos y horarios— levantó sus hombros, a pesar de saber que Nahoya no lo estaba mirando, intentó convencerse de que debía restarle importancia. Aunque claramente no podría hacerlo.

Colocó los platos en una bandeja, entregándosela al mesero. Luego, giró sobre su eje, cruzando los brazos sobre su pecho. Una ceja se alzó, sonriéndole a Takashi buscando que le tenga la confianza de siempre.

— ¿Qué les pasó?— notó como su amigo se puso tenso, deteniéndose en su labor. Giró lentamente para mirar al Kawata. Quien le observaba expectante a su respuesta.

— Soy un pelotudo— soltó, agachando la cabeza. Con Nahoya y la empatía que desbordaba, aunque alguna veces también malicia, le era imposible ocultárselo—. Lo traté para la mierda.

El pelirrojo hizo una mueca. Ya sospechaba algo al respecto sobre aquello. Pues, si bien era normal para él ver llegar al Shiba menor en busca de Souya, o lloriqueando luego de sus clases. Algo que no era habitual es verlo callado, con un aura de extrema tristeza rodeándolo, deprimido al punto de creer que incluso las plantas del mostrador se iban a marchitar de la tristeza contagiosa que estaba en su mirada.

— Smiley, no sé que me pasó— arrepentido dejó de lado la comida tras sacarla del fuego, evitando así que se quemara—. Me sentía mal, no sé. Y como el idiota que soy me desquité con él. Yo no quería, fue sin querer. . .

La voz poco a poco se quebrajaba, el mesero que acabada de ingresar para dejar un nuevo pedido salió disparado en cuánto Nahoya torció la sonrisa en una escalofriante, dando a entender que le convenía dejarlos solos— Mierda, que miedo— pensó aquél al desaparecer. Tendría que pedirle a Ryohei que le haga mimos para olvidar esa cara de pesadillas.

— Mitsuya, fuiste un pelotudo. Sí— dijo sincero, acercándose para palmear la espalda ajena—Al parecer, Hakkai se sentía mal— mencionó—. Ni siquiera se puso a discutir con Sanzu cuando los llevó en su auto, así que imagínate.

La sinceridad del Kawata mayor era un arma de doble filo. A pesar de ser un buen mentiroso, nunca tuvo pelos en la lengua para decirle las verdades a sus amigos cuando era necesario. Podría excluir esa vez que tuvo que mentirle a Sousou fingiendo tener fiebre para que dejara plantado a Sanzu en una de sus primeras citas.

Que buenos tiempos fueron esos.

Volviendo al tema, las palabras honestas del sonriente no consiguieron más que hacerle sentir un grandísimo idiota. Si alguien quería golpearlo el día de hoy lo aceptaría sin objeción alguna, se lo merecía a su parecer.

El de cabello corto mordió su labio inferior al sentir la mano del más bajo en su espalda brindándole algún tipo de apoyo.

— ¿Sabés que dijo Souya también?— Takashi negó, volviendo a su labor— Que si tenía que ver con vos te golpeara, pero ambos sabemos que no lo haré. Al menos no ahora.

Tragó el nudo en su garganta al visualizar la cara, siempre enojona, del menor mezclada con su voz sería pidiéndole eso a su gemelo. No le convenía hacer que ese enojo se vuelva en su contra.

— ¿Qué hago ahora?— preguntó desanimado, colocando la carne a la salsa para condimentarla—. Hakkai debe odiarme.

— Pff. Dudo eso— sonríe, encargándose ahora de los platos dulces que, esta vez , el mesero si pudo alcanzarle sin riesgo de salir herido—. Después de todo, sos su Taka-chan. Él va a entender si se lo explicas. También podés cogertelo, así se te va el estrés y a él la tristeza.

Sonrojado, toma el cucharón de madera, aún manchado de tomate, y golpeó a Nahoya en la cabeza. Ocasionando que éste empezará a quejarse de lo mucho que le costaba lavar sus hermosos y perfectos rizos naturales.

— Sabés que no somos más que amigos— replicó, en el fondo frustrado porque en sus cuatro años de amor platónico no ha podido confesarle que lo ama. Cuatro años sintiéndose un cobarde con miedo a perder esa lucecita azul que él mismo se encargó de entristecer.

— Por ahora— sentenció como si estuviera prediciendo algo.

Suspiró tratando de concentrarse. Anhelando verlo el próximo día para implorarle perdón. Deseando que en el fondo el malentendido no demostrara intenciones definitivamente diferentes a las que le quería mostrar a Hakkai.

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silencio || MitsuKai.Where stories live. Discover now