EL MIOLOGO

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EL MIÓLOGO

Desde niño, Emeterio sentía una sensación de ardor y dolor leve antes de orinar. Nunca se lo dijo a sus padres ni lo revisaron los médicos. Cuando llegó a la pubertad, aumentaron las molestias sobre todo en la espalda baja, en la llamada zona renal. Ya estaba acostumbrado a ese malestar y tampoco fue al doctor. Al cumplir los 22 años las cosas cambiaron. Una tarde, en el baño del hospedaje donde compartía con otros estudiantes, dejó la puerta abierta del único baño compartido. Sacó su instrumento urinario, apuntó hacia la taza sanitaria y soltó el chorro. Justo en ese momento del día, un rayo de sol se filtraba por un cristal roto de la ventana y atravesaba la curvilínea trayectoria de la meada. Quedó admirado al ver cómo, el color ambarino de la orina destellaba un sinfín de chispas y estrellitas doradas. Fue entonces que se percató de que su orina era diferente. No olía como las otras, no hacía tanta espuma y siempre tenía dolor antes de orinar. Ahora el color resplandeciente lo confirmaba. Pasó varios días analizando las posible causas. Emeterio era un empleado de una tienda de ropa en el centro de la ciudad. Contaba con estudios truncos de Química, se había retirado temporalmente de la universidad, por motivos económicos y de salud. Esperaba regresar algún día. En las noches comenzó a investigar en internet, pero de todos modos fue a la biblioteca más cercana y obtuvo una credencial para sacar libros. Empezó a investigar seriamente. Con sus pequeños ahorros, fue comprando libros, manuales y materiales de laboratorio para analizar su orina. En el hospedaje empezaron las bromas. Entonces en lugar de Eme, le decían el alquimiado o el miólogo, porque cada vez necesitaba más espacio parar hacer sus experimentos. Además en el balcón del baño, ubicado en el segundo piso y que daba a la calle, ya no cabían mas matraces, tubos y recipientes con orina. Un estudiante de Biología, llamado Ruperto que compartía el mismo piso, le dijo que se mudaría a otro apartamento más cómodo y con baño propio, pero que por el coste se rentaba para dos personas. Lo invitó a compartir el espacio y por supuesto los gastos. Emeterio aceptó y se mudó con Ruperto a ese nuevo hospedaje. Había más espacio y sobre todo tenía baño propio. Era lo que necesitaba para hacer sus experimentos, que por cierto estaban ya muy avanzados. Su hipótesis era que, había nacido con cierta condición renal desconocida, aún no reportada por las revistas médicas, que se manifestaba a través de cierta sintomatología. Por eso desde niño tuvo molestias, ardor e incluso dolor al orinar. Su orina era diferente a los demás y sobre todo no olía

tanto a urea. No olía ni apestaba a meados. Su dieta era omnívora y los fines de semana bebía cerveza, vino y hasta brandy. Ahora estaba a punto de comprobar de que, sus riñones y todo su sistema urinario producían oro, en pequeñísimas partículas, pero oro al fin. Diseñó una especie de alambique para destilar y sedimentar la orina, separando el oro. Al cabo de dos meses en su nuevo alojamiento y con la ayuda de Beto en la alquimia, lograron juntar una onza de oro, procesando un promedio de 2 litros de orina por día. Fueron al centro de la ciudad donde están las joyerías, talleres y locales de compraventa de oro. Al venderlo, le dijeron que era oro de 22 kilates con un promedio de 98% de concentración de oro puro, el llamado oro blando, un oro muy suave para ser trabajado para joyería, por lo que debe ser rebajado con otros metales a 18 o 14 kilates para que aguante y no se doble. Le pagaron mil quinientos euros por 29 gramos de oro de 22 kilates. Le dijeron que cuantas veces quisiera podría llegar y vender, sin decirles su origen o cómo lo obtuvo. Le dio cien euros a Ruperto, quién quedó super contento, aunque un tanto interesado. Al otro día, Emeterio muy de mañana le dijo a Ruperto que se sentía mal y no iría a trabajar. El amigo se fue a la universidad y regresaría hasta la tarde. Eme aprovechó para recojer su ropa y sus materiales. Fue a comprar unas cajas y regresó. Empacó y le informó a la dueña del apartamento que había surgido un imprevisto en su pueblo y que tenía que acudir urgentemente. Pagó el resto del mes prometiendo regresar. La ciudad era muy grande, ya había localizado un piso en el otro extremo de la ciudad, en un barrio de clase media alta. Llegó y lo alquiló por tres meses. Para no levantar sospechas, dio otro nombre y dijo que se dedicaba a las ventas de material para farmacias y droguerías. Hizo sus cálculos. Sí en dos meses comiendo y orinando normal obtenía una onza, podría forzar su sistema urinario y lograrlo en un mes. Planificó su futuro inmediato y decidió no regresar a su trabajo. Para estar seguro de su producción, fue a un doctor y laboratorio clínico. Solicitó una orden médica para hacerse un CT Scan de abdomen, argumentando fuerte dolor renal. Acondicionó su habitación para destilar su orina y surtió el refrigador de vino, cerveza y alimentos nutritivos. Tenía internet y cable tv, programó salir dos veces al día a caminar y ejercitarse levemente. Dos días después, fue a recojer sus análisis de CT Scan en el laborotario. Lo hicieron pasar a una oficina privada y le dijeron que era un caso excepcional. Le mostraron las radiografías y pudo ver claramente que no tenía dos, sino cuatro riñones. Le dijeron que esperara un

momento porque el director estaba por llegar y quería conversar con él. Obviamente Emeterio había dado un nombre falso, pero se sorprendió y les dijo que sí, pero que tenía que salir a fumar un cigarrillo porque estaba nervioso. Salió presuroso y abandonó el lugar. Exactamente al mes, logró completar una onza de oro de 22 kilates. Esta vez eligió otra joyería y ofreció su mercancía. Sacó su bolsita de gamuza y la pesaron. Exactamente una onza. Le pagaron $ 1500 € y le preguntaron que sí era minero o gambusino. Él, riéndose, les dijo que era alquimista. Transcurrió otro mes e hizo lo mismo, produjo una onza sin ningún problema. Fue a las calles de las joyerías y la vendió en otro negocio. Emeterio era muy observador y notó que alguién lo vigilaba. Dando un gran rodeo llegó a su apartamento. Se propuso obtener dos onzas en 30 días. Ahora, su alimentación varió un poco, comiendo y bebiendo alimentos diuréticos y mucho café. Evitaba sudar y orinaba cada hora y media al día, algo así como diez meadas al día de un cuarto de litro. Bajó un poco de peso, pero logró juntar 55 gramos de oro puro. Hizo su cálculo y serían algo así como tres mil euros. Se cortó el cabello y cambió completamente de look. Se dirigió de nuevo al centro de la ciudad y también cambió de negocio para vender su oro. No hubo problemas para venderlo, pero notó que al salir, una persona se le quedaba mirando y cómo que le tomaba fotos con el celular. Ya en la calle, a media cuadra, se detuvo en una vitrina para ver unos relojes y pudo darse cuenta de reojo, que el tipo del celular lo venía siguiendo. Fingió no percatarse y siguió su trayecto, analizando cómo desaparecer de la vista de su perseguidor. Se metió a un pasillo de electrónica donde había mucha gente y salió rápidamente por donde entró, para regresar rápidamente en sentido contrario a la misma calle. Miró en todos los sentidos y no vió al perseguidor, logró perderlo. Tomó un taxi y sin dejar de ver por los espejos retrovisores llegó a su apartamento. Debía de tener más cuidado, ya había levantado sospechas. Llegaban las Navidades y decidió pagar otros tres meses de alojamiento. Se surtió de alimentos, bebidas y pasatiempos. Se encerró a mear y mear, destilar y decantar oro. Solamente salía cada semana al supermercado y tampoco iba a caminar, por lo que se compró una bicicleta estática y un juego de pesas. Llegó marzo y había juntado seis onzas. Esta vez, no fue al centro de la ciudad, fue a la zona cara, de grandes joyerías y talleres en uno de los más selectos malls de la ciudad. No levantó sospecha alguna, pero le solicitaron su número de registro o factura de origen. Al no tenerla le dijeron que le descontarían unporcentaje extra. No tuvo más remedio que aceptar, esperaba nueve mil euros pero salió con ocho mil doscientos. Llegó a su alojamiento. Había empacado lo necesario y disfrazado de mujer salió sigilosamente sin despedirse. Tomó un taxi rumbo a la estación ferroviaria y abordó un tren con destino a la ciudad capital. Ya en el coche planificó estar un año sometido a un extremo tratamiento de alimentación, bebidas y medicamentos. Ahora su nueva meta era juntar 3 onzas al mes o sea 29 gramos cada diez días. Cumpliría 23 años en agosto y estaba en plenitud de sus capacidades físicas. Con cincuenta mil euros podría comprarse una casita en su pueblo o bien, iniciar un negocio y después mear normalmente sin forzar sus riñones. Se quedó dormido. En la Estación de Atocha, el Grupo Especial de Operaciones y un extraño equipo de hombres de negro, aguardaban expectantes el arribo de Emeterio, el miólogo.

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