Las pases.

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A la mañana siguiente, un exquisito aroma inundó la naricita de Severus. Gracias a un viejo hechizo que los padres usaban con sus hijos, Albus supo de inmediato que el ojinegro estaba despierto, así que subió a la habitación en la que se encontraba mientras su esposa terminaba de preparar los alimentos.

Por un momento, al joven mago le llamó la atención los gestos que hacía Severus, pero pronto comenzó a reír en silencio, pues descubrió que aun con los ojitos cerrados, este trataba de identificar a qué comida pertenecía el aroma que percibía con su naricita.

— Son tartas de maleza y...

— ¿Empanadas? — Severus abrió sus ojitos y miró al mago de pie frente a él con una sonrisa.

— De calabaza, sí. — Albus se sentó a su lado sobre la cama y peinó con cariño su largo y negro cabello — ¿Cómo dormiste, Severus?

— Bien — Antes de responder algo más, se percató de que no se encontraba en su cama habitual, ni su baúl de cosas estaba frente a él — ¿Dónde estamos?

— Antes de responder a esa pregunta, ¿te parece si desayunamos?

— ¡Sí!

Severus se bajó de la cama con cuidado y tomó su mano. ¡A Albus le animaba bastante el ver que Severus confiaba en él!

Al bajar las escaleras, Minerva los recibió con una sonrisa y la mesa llena de comida, no obstante, en cuanto la vio, el ojinegro se escondió detrás de Dumbledore y bajó la carita.

— ¿Severus? — Albus lo miró desconcertado — ¿Qué sucede?

— No tengo hambre — Respondió en voz baja.

— Pero hace un momento me dijiste que sí. No se te puede ir el hambre así

— Hice el desayuno especialmente para ti, Severus. Espero que te guste. — Minerva se tragó el nudo que sentía en la garganta y sonrió levemente — Albus, te veré más tarde.

Su esposo trató de detenerla, pero Minerva desapareció de inmediato, dejando a su paso solo un pequeño destello de luz.

El joven mago no entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que debía apresurarse a aclarar las cosas pronto.

— Lo siento... — Un audible sollozo por parte del pequeño lo devolvió a la realidad en segundos — Soy malo. Soy malo con todos...

— ¿Severus? — Albus se agachó para mirarlo a los ojos — ¿Por qué dices eso?

— Porque yo le dije cosas muy feas a la profesora McGonagall en la escuela, ¡y no me va a perdonar!

Albus suspiró. Ahora entendía que eso era lo que su esposa venía cargando en su corazón desde hace días. Con habilidad sacó un pañuelo del bolsillo y lo ayudó a limpiar su carita.

— Pequeño, ¿recuerdas lo que hablamos ayer?

El ojinegro asintió con tristeza.

— Bien. Es hora de empezar a pedir disculpas.

— Sí...

— ¿Quieres desayunar primero?

— ¿Podemos ir antes con la profesora McGonagall?

— ¿Estás seguro?

— Sí

Albus miró la comida en la mesa y en su mente le dijo, «adiós». Realmente tenía hambre, pero hacer esperar a las dos personas (ahora) más importantes de su vida no era una opción.

Con delicadeza, el mago tomó a Severus entre sus brazos y se apareció en la oficina de su esposa.

— Espérame aquí un segundo, pequeño.

— Profesor... — Lo detuvo — ¿Y si la profesora no me perdona?

— Las acciones tienen consecuencias, Severus. A veces la consecuencia es esperar, porque todo puede pasar. Sé sincero y espera. ¿Puedes hacerlo?

— Sí...

— Muy bien, ahora vuelvo.

El joven mago caminó hasta el salón de clases en el que se encontraba su esposa. Cuando entró, se percató de que no había ningún estudiante, solo estaba ella de pie frente a uno de los grandes ventanales.

— ¿Minnie?

— Debí haber hecho más... — Respondió después de unos segundos de silencio.

— Mon minou, hiciste lo que podías hacer. Severus lo entiende.

— Severus me odia, Albus. ¿Cómo puedes decir eso?

— Él te odia, si tan solo...

— Sé que no lo crees, pero sé que es así. Maldito sea el momento en el que solté su mano y lo dejé ir...

Albus la contuvo entre sus brazos y repartió besos por todo su cabello, tratando de transmitirle un poco de consuelo.

Mientras esperaba en la oficina, la curiosidad se apoderó del ojinegro y comenzó a observar detenidamente los artefactos que había sobre el escritorio y algunos otros que colgaban de la pared. El sol iluminaba magníficamente el lugar y el dulce aroma a pino, manzanilla y lavanda estaba impregnado en todos lados; era simplemente inconfundible.

En un gesto casi imperceptible, Severus puso sus manitas sobre su pancita. Le dolía un poco, pues tenía hambre y también se sentía nervioso. El hecho de que ambos profesores estuvieran tardando tanto en regresar a la oficina, no ayudaba en nada a calmar su ansiedad.

— ¿Severus? — Minerva entró con pasos inseguros.

Al oír su voz, el niño dio un pequeño salto por la sorpresa.

— Eh, yo... Yo...

La mujer sonrió con amor.

— Parece que no soy la única que está nerviosa

— ¿Usted está nerviosa? — Un gesto de sorpresa apareció en el rostro del ojinegro y unos segundos después fue reemplazado por uno de confusión — ¿Por qué?

— Porque tengo algo que decirte, Severus. ¿Puedo?

— Yo también tengo algo que decirle, profesora...

— ¿Es así?

— Sí

— ¿De qué se podría tratar?

Severus inhaló el aire suficiente para armarse de valentía y alzar la carita.

— Lo siento. Siento haber sido grosero. Siento haberte respondido mal en clases y también por todas las veces que falté y que le grité... — Los ojos verdes de la mujer se llenaron de lágrimas. Definitivamente, ella esperaba todo, menos escuchar una disculpa. Al percatarse de esto, el ojinegro sintió el pánico y la incertidumbre acechar su corazón — De verdad lo siento. Siento mi comportamiento. No volverá a suceder. Lo siento.

Minerva dio un paso hacia adelante e instintivamente, Severus dio un paso hacia atrás.

— No te voy a lastimar, Severus. Te lo prometo. ¿Me puedo acercar?

— ¿No me hará daño?

— No, cielo. Quiero darte un abrazo. ¿Puedo?

Los ojitos del pequeño se llenaron de lágrimas y prácticamente se lanzó hacia sus brazos en busca de consuelo.

— Yo también lo siento mucho, Severus. — Se disculpó sinceramente mientras peinaba con ternura aquel largo cabello negro — Siento haberte dejado ir... Jamás voy a dejar que alguien te aparte de mí y mucho menos voy a permitir que te hagan daño de nuevo, mi pequeño.

Desde la puerta, Albus miraba lo qué ocurría frente a sus ojos con ilusión y ternura. ¡Por fin las cosas mejorarían!

Le PrinceTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang