26 Tyler: Post-its

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Esa mañana me levanté resuelto a invitar a Melodía a salir

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Esa mañana me levanté resuelto a invitar a Melodía a salir. Armé treinta y siete post-its de colores que planeaba pegarle en la puerta de su departamento. Los papeles decían: «Perdí la oralidad y por eso no te he llamado, pero quiero decirte que me encanta todo lo que haces. Te admiro, me gustas, muero por besarte y verte todos los días. Quiero que seas mi novia».

Sonaba cursi, lo sé, pero, como dije antes, iba en serio. Ya me ardía la piel por verla y me preocupaba que no me creyera. Ya sé, ya sé. Yo fui quien dijo que no se comprometía, pero de verdad nunca me había gustado alguien así y si ella estaba embarazada ya no me espantaba tanto la palabra «compromiso», solo porque sería con ella. Fany me tenía loco e imaginar a otro ser pequeño cachetón con ese nivel de carisma y que fuera mío... me hizo sonreír. Estoy perdiendo todos mis putos tornillos. Melodía me tenía así, sin un solo tornillo. Cómo quería besarla. Moría por una segunda ronda de su cuerpo. Mel tiene el sonido perfecto, sus expresiones, sus movimientos, sus arañazos... No dejaba de pensar en su piel, su perfume, su sexo... Mierda, no lo soportaba. Pronto dejaría de ser yo. Quizá mi corazón y su jodida hacha al hombro se aburrió de golpear mi caja torácica y se pasó a darle de hachazos a mis neuronas, provocándome un enamoramiento inesperado. Juré que la besaría en cuanto la viera, aunque dijera que no.

Con la mano enyesada, no podía hacer mucho en el Oscuro Despertar, pero Gina, la encargada, era bien creativa y me agarró de mandadero. Me pidió que fuera al supermercado de la esquina por desinfectante de baños, azúcar y... ¿Qué puta madres...? Pero qué simpática.

De todas las cosas que una mujer puede pedirte, siempre habrá uno de esos mandados cuya finalidad es emascularte el cerebro. Gina me dio una hoja que pensé sería una lista larga de productos, pero debajo de los tres artículos que pedía, dejó una serie de especificaciones sobre marcas y aplicadores largos para escoger ¡tampones! Si no encontraba los que pedía, debía comprar mejor las toallas sanitarias, pero no cualquier toalla sanitaria. Me escribió de alas, grosores, ¿flujo abundante?, ¡Aaaaaaaj! Se me revolvió el estómago. Me cae que haré corto circuito... Ni siquiera Leda abusó de mí así.

El pasillo de los artículos de higiene femenina me dio más grima. La diversidad de productos destinados a una sola finalidad era sobrecogedora. A diferencia de esto, una vitrina de condones era más compacta y mejor organizada. Todos los tipos: texturizados, saborizados, con aro vibratorio, con espermicida, extra sensibles, etc... cabían perfectamente en un espacio de menos de dos metros, y si la urgencia era mucha, podías confiarte de señalar con un dedo, casi sin ver, y obtendrías el mismo resultado. Este pasillo sin fin era una pesadilla de lo absurdo.

Tomé una de las cajas donde se veía uno de esos «tampones» y una muñequita sonriendo. La agité, la golpeé contra el yeso de mi bazo y pegué un oído al cartón. Qué madres, no pesaba nada. Tomé otra igual de ligera. Miré de una a otra caja y leí varias veces las instrucciones de Gina. ¿Será que está vacía? Leda nunca usaba tampones. Esto era terreno minado. Debía cerciorarme de que el producto estaba dentro o Gina me fusilaría, así que abrí un paquete descubriendo varias bolsitas alargadas de color morado. Alzaba una para inspeccionarla cuando ¡pang!, un carro de súper me golpeó por detrás. Hubiera mentado mil majaderías de haber tenido voz.

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