Epílogo

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Solo que... Aquel día planificado de su cita no fue el mejor.

La rutina de la pareja estaba bien establecida, y ambos disfrutaban de ella sin quejas, pero esa mañana en particular, Spreen no se despertó por su alarma habitual más entrada la mañana, fue de hecho una llamada de uno de sus amigos más cercanos en medio de la madrugada.

Se fue a la mierda, boludo, ¡se re jodió todo! —gritó la voz de Betra a través del comunicador una vez contestó. La voz estridente, pero rota de su amigo lo hizo preocuparse al instante, sin entender del todo la situación.

—¿De qué hablás, capo? No te entiendo una pija —le contestó, con la bruma de sueño despejándose al notar el terror en su amigo, que apenas balbuceaba, con la voz de Robleis oyéndose de fondo.

Spreen, se llevaron a Carrera —logró decirle el de máscara de naranja, justo en el instante en que Robleis le arrebató el aparato, dirigiéndose directamente al híbrido de oso.

Escúchame, pelotudo. ¡Sabíamos que era arriesgado ayudarte en tu negocio, pero no que se iban a llevar a Carrera, estúpido! —exclamó. El oso distinguió a Betra intentando quitarle el comunicador a su amigo, pero Robleis parecía iracundo contra él. —El hijo de puta del profeta se lo llevó esta mañana, Spreen, acusándolo de narcotráfico. Nos está buscando también.

Mierda. La mente del híbrido empezó a trabajar rápidamente, con un montón de dudas asaltándole en cuánto escuchó el nombre del padre de su pareja. ¿Qué era lo que quería el viejo? ¡El doblecara esa incluso era su cómplice! ¿Por qué de un momento a otro le había dado la vuelta a las cosas y había empezado a intentar castigar a sus amigos? No lo entendía y tampoco tenía demasiado tiempo para hacerlo.

—Chupa pija —masculló bajo, con unas increíbles ganas de torturar al hombre mayor. —Robleis, vos y Betra volván a Spreenfield. Escóndanse en el subterráneo, iré a ver al viejo.

Si no notó que estuvo a punto de romper con sus propias manos el comunicador, terminar la llamada lo salvó. No perdió tiempo en ponerse de pie, vistiéndose, buscando a tientas la ropa regada que había dejado ayer luego de la noche con su Juan. El hechicero, pese al ruido molesto, no se dignó a despertar. Spreen se vio incapaz y sin tiempo de despertarlo y explicarle la situación. Además, ¿qué se supone que le iba a decir? ¿qué iba a matar a su padre?

No podía hacer eso. No cuando lo veía entusiasmado de tener una familia con el hombre, desesperado del afecto familiar que no recibió de otros. Su mente no trabajaba con claridad cuando se dividía, ahora mismo entre la rabia y la preocupación no solo por su amigo secuestrado, sino también por qué le diría a Juan luego al enterarse.

Y aunque le doliese... Él no iba a traicionar a sus amigos. Iba a recuperar a Carrera fuera como fuera.

—Perdóname, wacho, juro explicártelo a vos después —dijo parado en el marco de la puerta, sabiendo que el hechicero no estaba escuchándole.

Juan...

Ni siquiera logró recordar el día especial que era.


Horas más tarde, no fue solo la sorpresa del hechicero de hallarse solo entre sus sábanas en el día libre que ambos tenían, y que ya había planeado con Spreen con días de anticipación. No solo eso, Juan estaba emocionado de mostrarle el regalo que llevaba semanas preparándole al híbrido.

Pero él no estaba.

El aroma de Spreen se había disipado tenuemente de la habitación, lo que hizo entender a Juan que este se había ido temprano, pero por más que revisara su comunicador e intentara contactarle, incluso habiendo buscado si dejó para él algún aviso, no logró nada. Spreen no le respondía, ni dejó ninguna nota que lo justificase.

¿Lo había abandonado en la cita que planearon juntos? ¿Justo hoy, cuándo por fin tenía su presente listo?

No era cierto, ¿verdad?

Spreen no le haría eso...

Spreen no le abandonaría sin motivo.

Solo que... a medida que la mañana acabó y llegó la tarde, Juan tuvo que empezar a considerarlo seriamente. El oso no volvía, lo había plantado en la cita que se supone iniciaría temprano por la mañana en una zona de pueblo central que el hechicero había descubierto mientras estudiaba sus hechizos.

Acurrucado como estaba encima de su desastrosa cama, con apenas su sudadera rosa y su ropa interior, Juan intentaba contener las ganas de llorar. No entendía porque, pero incluso estaba empezando a hiperventilar, con una creciente preocupación en el fondo de su mente que opacaba en parte su absoluta tristeza.

Y ojalá hubiera tenido más tiempo de pensar en que estaba pasando consigo mismo, en vez de haberse distraído con el sonido de un mensaje en su comunicador, emocionado de pensar que podía ser Spreen contestándole por fin, pero no lo fue.

Era Drako.

"Juan, ¿podemos hablar?" 


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¡Nos vemos en la siguiente parte, avisaré por aquí por si acaso cuando pase!

Adiós<3

El Bosque - SpruanWhere stories live. Discover now