010 | Il est entré dans mon cœur

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La primera vez que escuchó aquella armoniosa voz fue cuando se le olvidó el bendito premio sorpresa. Lo recordaba bastante bien, con cada mínimo detalle, y es que, en un lugar en donde la belleza no tiene cabida, escuchar tan linda, pero inusual melodía es algo que simplemente no puedes ignorar. Cuando duermes en la tierra y te comes tus ansiedades, sólo basta una canción, una sonrisa, un cielo despejado para levantarte el ánimo.

Aunque para Keonhee aquella canción fue mucho más que levantarle el ánimo. Fue, para él, transportarse a otro mundo; fue como reírse hasta que le doliera el estómago, fue como comer chocolate, fue como dormir cuando estás muy cansado.

Keonhee simplemente no pudo olvidar la primera vez que escuchó a Seoho cantar.

''¡Bien, muchachos! ¿Están listos?'' Preguntó Youngjo, observando a todos los presentes con un entusiasmo que se esforzaba por mantener a raya.

Todo el batallón del pequeño sargento se encontraba reunido a las afueras del campamento. Estaban rodeando una mesa que sacaron de la tienda, en la cual Youngjo se encontraba sentado al centro, como si él fuera un jefe cuyos súbditos escuchaban atentos, a la espera de una orden. La luz de la lámpara les proveía a todos una luz y penumbra típica de los campamentos, y a menudo hombres de otros batallones los observaban con curiosidad.

''¡Ya empecemos, pendejo!'' Se escuchó a alguien decir, por lo cual Youngjo abrió la boca ofendido. El grupo comenzó a vociferar entre risas.

''Bien, tú no participas, imbécil.'' Replicó con el ceño fruncido, para inmediatamente echarse a reír sacudiendo la cabeza. ''Bueno, no, no, es mentira, pero tengan paciencia, ¿Sí? Ahora, repetiré los premios para los que aún no se han enterado. Hay tres premios, por supuesto para los últimos tres finalistas; aquellos que serán denominados los hombres más valerosos y fuertes de todo el campamento, ¡y...!'' hizo un redoble de tambores con la manos sobre la mesa, y soltó con entusiasmo: ''¡Para el tercer lugar hay, traído directamente desde las europas, un chocolate exquisito de nuez, que se te derrite en la boca al primer contacto!''

Se escucharon exclamaciones entre todo el grupo de hombres, y aún más cuando Youngjo sacó desde debajo de la mesa un pequeño chocolate, envuelto en un papel de aluminio, que brillaba con la luz de la linterna. Parecía casi de mentiras, a decir verdad, y es que, compañeres, en aquel campamento en el cual la comida enlatada era a lo máximo que se podía optar, el chocolate era algo que se había vuelto místico, celestial, junto con un montón de alimentos más. ¿Chocolate? diablos, sí, es delicioso, aunque ya olvidé su sabor. ¿que cuando comí uno por última vez? bueno... ¿Sería antes de la guerra? Ja, ¡sí, es bastante tiempo! hombre, cuánto daría por comer tan sólo un cuadradito... y es por esto que un chocolate causaba tanta euforia. podría ser, incluso, la última oportunidad que tengan de comer uno.

''Aunque, Dongju, hombre, este chocolate te lo mandó tu abuelita, ¿No?'' Youngjo sacudió la cabeza reprobatoriamente. ''Quiero decir, me parece muy amable que lo hayas donado para esta causa tan justa, pero dios, es tu abuela. La viejita quería que te lo comieras tú.''

Se escucharon abucheos, a lo cual Dongju, en algún lado, se rió, y se dejó escuchar:

''Es que soy alérgico a las nueces. Que me perdone mi querida vieja, pero si muero que sea por una bala y no por un ataque alérgico.'' Y dicho aquello, envió un beso al cielo.

Youngjo le guiñó el ojo, suspirando contento.

''Ya, ya. Ahora, para el segundo lugar, chaaaaan, ¿Qué premio hay? ¿Quieres hacer el favor de presentarlo tú, compañero?''

Un hombre que se encontraba junto al muchacho sonrió ampliamente, antes de tomar su mochila y sacar de allí una caja que dejó caer sobre la mesa. Era una caja metálica de color burdeo, de tamaño más a o menos mediano. A los soldados les parecía de lo más normal, hasta que el hombre la abrió. Todo el mundo contuvo la respiración por media fracción de segundos, observando su contenido con ojos abiertos de impresión, y uno que otro comenzó desde ya a estirar los músculos, y es que no era nada más ni nada menos que una caja que contenía diez habaneros dentro ella: esos habaneros tan comentados dentro de la guerra; tan famosos que incluso el primer ministro de inglaterra los consumía en su tiempo. Para un montón de adictos al tabaco como lo eran todos esos soldados, era como oro.

𝐿 𝑈 𝐾 𝐸 𝑾 𝑨 𝑹 𝑀Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt