Primer plato

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Ya he dejado de envidiar a todas aquellas que han conseguido que las saborees, ninguna de ellas quiere lo que yo. 

 Quiero que te despiertes por la mañana con ganas de comerme, llenarte de energía y continuar con tu día. Quiero ser tu primer plato, no tu segundo, y mucho menos tu postre. Quiero que me elijas entre tantas opciones, que me prefieras y no tengas que hacer hueco en tu estómago para no tirarme a la basura.

Quiero que, entre una amplia selección de alimentos que puedan saciar tu insaciable hambre, no dudes ni un segundo en elegirme a mí, en saborear cada ápice de mi volátil ser; que tus papilas gustativas se encarguen de distinguir qué sabor tengo. No quiero que frunzas el ceño cuando te des cuenta de que mi sabor es casi tan amargo como el del café, porque tú me has hecho así. Dejaste mi bolsa abierta y permitiste que me pudriera, como si del fondo de tu despensa se tratase.

Después de una larga reunión con mi sistema nervioso, mi organismo y yo hemos decidido correr de tu alacena. Sí, deslizándome por el resto de estanterías hasta llegar al poyo, cayendo bruscamente en las ovaladas paredes de tu fregadero.

Mierda, me estoy descomponiendo, ¿otra vez olvidaste cerrar el grifo? Eres igual de despistado en el amor, ¿verdad? Será por eso que duele tanto querer ser tu primer plato.

Me duele que no tengas hambre.

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