XXVII

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Douxie entró corriendo a sus aposentos, y cerró su puerta de un portazo, para más tarde apoyarse en esta aun con los ojos abiertos como platos. Su cuerpo temblaba, y no podía controlarlo.

Deseaba no haber escuchado eso. Deseaba no haber escuchado eso. Deseaba no haber escuchado eso. Deseaba no haber escuchado eso. ¡Demonios! Gritó en su cabeza, a la par que tapaba sus ojos con sus manos, intentando así borrar la noticia por la que fingió estar feliz.

Como si esta lo empujara hacia el suelo, el de hebras carbón se deslizó por la superficie hasta estar sentado. Una vez allí, no supo cuando, pero pequeñas lágrimas estaban recorriendo rostro, como si sus luceros, antes brillantes, fueran nubes que no dejaban de derramar sus gotas en un día triste y gris. Y vaya que lo era.

La voz de Andrew se reprodujo en su cabeza cuando le dio la noticia hace solo minutos, y como si fuese un puñar, esas palabras se clavaron en el una vez más.

Andrew iba a ser padre.

Aquello le quitaba el aire al hechicero. ¿En qué momento pasaron dos años desde que su antiguo amor se casó? ¿Cómo fue que jamás se percató de que aquello podría pasar en cualquier momento? ¿Cómo iba a hacer para volver a actuar con normalidad frente a Andrew si cuando este le notificó de su boda ya le había constado bastante?

Sus manos abandonaron su rostro lloroso y se controvirtieron en puños que golpearon bruscamente el suelo, emitiendo un golpe seco cargado de impotencia que esparció una onda de magia por toda la habitación. Estaba enojado, o por lo menos quería estarlo, pero aunque lo intentara, no podía. No podía porque no le correspondía. Los temas sentimentales que involucraban a Andrew ya no eran de su incumbencia, pues él mismo fue quien se condenó en un intento de ayudar al colorado y serle fiel a su maestro.

Era todo un egoísta, y con quien estaba enojado en realidad, era con él mismo por ello. Berenice tenía razón, debió seguir su corazón en vez de su mente que le insistía por serle fiel a un hombre tan antiguo como el tiempo que no se permitió ser feliz cuando pudo. Pero lo hecho, hecho estaba, y sería cuestión de tiempo para que esos nueve meses se pasaran volando como lo habían hecho esos dos años en los que su corazón no paraba de sufrir pequeños ataques por su gran amor por Andrew, que parecía estar consumiéndolo cada vez más.

(...)

—¡Tío Douxie!— Exclamó el niño de 5 años con el pelo tan naranja como su padre, mientras corría con una gran sonrisa hacia el mago. Aquel apodo, al cabo de un tiempo, dejó de ser malo para pasar a ser algo que lo llenaba de una sensación cálida, más cuando venía de aquel niño inocente de abultadas mejillas.

El de hebras carbón, estrechó al menor entre sus brazos, y más tarde lo alzó contento, dando vueltas con él en sus brazos como siempre lo hacía cuando veía al de baja estatura. Cuando paró y las risas se apaciguaron, se percató en la figura de su antiguo amor, quien le otorgaba una hermosa sonrisa.

Quizás, existe la posibilidad de que el pecoso encontró atractivo a Douxie cuidando de su pequeño, pues se quedó unos segundos fugaces viendo al azabache, hasta que el menor interrumpió su juego de miradas.

—Mira lo que me regalaron Elvira y Leonor— El niño, le enseñó el nuevo muñeco que tenía entre sus brazos al azabache, quien desvió sus ojos al objeto mullido entre las manos del pequeño.

—Se ve increíble, Caleb— Alagó Douxie, acercándose al padre del mencionado. Este, le hizo un ademan con la cabeza que el mayor interpretó como un “¿Podemos hablar?”, por lo que devolvió la vista al niño entre su brazos —Pequeño, ¿Quieres ir a presentárselo a Archie?— El susodicho asintió de manera efusiva, con una sonrisa que brillaba igual que el atardecer —Ve, debe estar en la biblioteca— Indicó antes de que el menor saliera corriendo hacia el pasillo con su característica inocencia. Cuando sus pisadas y risas se escucharon lejos, los jóvenes se miraron en silencio por uno segundos.

February Memories | Tales Of ArcadiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora