13. Decaffeinato II

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Sentí cómo un nudo en mi estómago se retorcía, desafiando toda posibilidad de aceptar la realidad que se desplegaba ante mí. Por más que lo intenté, no lograba conciliar el sueño. La imagen de Vittore y su novia compartiendo un beso en su perfil de Instagram se había grabado en mi retina.

Durante el resto de la noche, fui incapaz de cerrar los ojos mientras repasaba desde el primer momento que lo vi y quedé completamente cautivada, hasta aquel instante en que me apuntó con su arma y casi me disparó. Pasé la noche reflexionando sobre si recibir esa bala me habría dolido menos que verlo besando a otra mujer.

Al día siguiente, me veía horrible. Bajé las escaleras y hallé a mi hermana sumergida en el placer de su taza de café, mientras los dulces aromas de la mañana danzaban en el aire. Sus ojos se abrieron en evidente sorpresa al verme. Marianne me preguntó si algo sucedía, a lo que me negué. Tomé una rebanada de Chambelone para el camino y besé a cada uno de mis sobrinos que desayunaban, mientras la señora Farina, los esperaba para llevarlos a la escuela. La suegra de mi hermana, se movía inquieta por la casa, criticando hasta el último detalle.

—¡Dios mío, te ves terrible! —exclamó la señora Farina, con su franqueza característica, horrorizada al verme. Cerré los ojos y dejé caer la cabeza de lado, riéndome de mí misma. Había aplicado corrector para disimular las ojeras y añadido más rubor de lo habitual en mis mejillas para ocultar mi rostro cansado, pero su expresión de asco indicaba que no había funcionado.

Salí de la casa y en el exterior,y vi tres figuras que destacaban bajo el hermoso árbol de cerezo en flor en el jardín: un hombre mayor, con la sabiduría grabada en las arrugas de su rostro, otro en sus cuarenta, con una mirada picara, pero que denotaba experiencia, y el más joven, de veintitantos rebosante de energía juvenil. Los tres me miraron y saludaron, para luego seguir llevando pancartas y lazos celestes sobre una antigua camioneta azul desgastada.

Examiné detenidamente una de las pancartas, que mostraba la imagen de Nicassio con ajustes notables en su rostro y especialmente en su calvicie. Levanté la vista y me di cuenta de que eran para la campaña electoral del pueblo. En ese momento recordé que debía advertirles sobre lo que había escuchado mientras espiaba a los Cacciatori.

Alessio y su hermano Nicassio salieron del garaje, aparentemente concentrados en su conversación. Los hermanos Leoni, eran completamente opuestos. Alessio conservaba una frondosa cabellera, en contradicción al despejado cráneo de su hermano, el cual, le llevaba una ventaja considerable en la altura. Mientras se cercaban las diferencias entre ambos se me hacían cada vez más evidentes.

—Buongiorno, Alessio, Nicassio. —saludé, esperando captar su atención entre el bullicio matutino.

—Buongiorno, bella. —dijo Nicassio amablemente.

—Menos mal que ya están aquí. —dijo Alessio, dirigiéndose a los tres hombres que entraban al jardín para cargar otra ronda de pancartas.

—Acaso lo dudaba, Capo. —respondió el más joven.— nosotros los rumanos somos bravi ragazzi. —su voz al pronunciar el italiano, era tropezada y jocosa a la vez.

—Lo sé, Mica, lo sé. —dijo Alessio. — como les comenté antes, necesito que distribuyan los carteles de la campaña de mi hermano por todo el paese y parte del paese vecino.

—Cuenta con nosotros, capo. —respondió el mayor y enseguida se pusieron manos a la obra.

—Alessio... Hay algo importante de lo que necesito hablarles. —lo miré con la esperanza de que comprendiera la seriedad de mi tono.

—Ahora no es un buen momento, Elena. —dijo Alessio. —Pero es que... —repliqué. —Hablaremos después. —Alessio, no fue grosero pero sí determinante con sus palabras, claramente seguía enojado conmigo. No podía seguir insistiendo, se me hacía tarde para entrar al trabajo, así que me resigné por el momento y los dejé seguir con sus preparativos.

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⏰ Last updated: Mar 17 ⏰

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