Capítulo 02: Antesala del desastre.

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II

La peor parte de toda esta venganza era el papel que yo debía desempeñar

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La peor parte de toda esta venganza era el papel que yo debía desempeñar. Dado que era el único al que no había hecho mayor cosa que robar y, según ellos, no me afectaba en absoluto; pues «me sobraba», era el encargado de retarlo a adentrarnos en el bosque. Me juraron que él no me golpearía, a diferencia de a ellos. Odiaba admitirlo, pero quizás tenían razón, lo cual significaba que hacía esto más por Liam e Isabela que por mí y no estaba mal con ello. Se había metido con mis mejores amigos.

Era la hora del almuerzo, ya los profesores por la mañana nos habían dado una larga excursión por los derredores, sin llegar hasta la frondosidad de Mágara, que era como habían nombrado a este bosque; y nos habían advertido de los peligros que podíamos desatar si desobedecíamos, o nos alejábamos del grupo. Había resultado casi un milagro que recordara que dijeran eso; puesto que, mientras lo decían, Ángel había pedido permiso para ir a orinar, nadie imaginó que en verdad iba a verter somnífero en el termo de Alexander. Por consiguiente, desde el momento en que se fue hasta que regresó con una sonrisa, no imaginé sino fatalismo.

Bajé mi vista hacia mi plato de comida, no me apetecía para nada, pero me obligué a picar algo o los desmayados en el bosque seríamos dos. Por debajo de la mesa, Liam apretó mi pierna y lo volteé a ver de inmediato. Él, en una gesticulación fugaz, levantó las cejas y desorbitó los ojos. Caí en cuenta de que estaba al borde de hiperventilarme, tenía el rostro caliente y me faltaba el aire. Tomé bastante agua y fijé mi mirada en el cielo. El sol estaba a nada de caer y darle paso a la noche, a la función.

En lo que quedó del crepúsculo, nos fuimos con Liam e Isabela a tomarnos fotos. Desde que anunciaron que tendríamos este viaje, fue lo primero por lo que nos emocionamos. Liam expresó su necesidad por cambiar la monotonía de su feed de Instagram; e Isabela y yo concordamos con él. Por lo tanto, nos fuimos a explorar los alrededores. Capturamos cada detalle con nuestras lentes, con un enfoque particular en la habilidad fotográfica de Liam.

Mientras caminábamos a través del húmedo sotobosque, el suave crujido de las hojas bajo nuestros pies despertó en mí una fascinación arraigada. Nos adentramos un poco más en el denso follaje, el aire palpitaba con una energía vibrante que pulsaba a través de mis dedos. Mientras tanto, la flora susurraba y tejía secretos intrincados entre el enredo de las azafranadas copas de los árboles. A pesar de mi deseo de compartir esta sensación con Liam e Isabela, vacilé y acabé por descartarla como una mera invención de mi fanatismo por los espacios naturales.

Hubo un momento en el que me alejé un poco de ellos, en dirección al camino de la espesura del bosque; pero me detuve a la mitad y me recosté en el suelo cubierto de hojas. Al ser octubre, todas ardían con un poético tono naranja, lo cual me recordó que mi decimoctavo cumpleaños sería en dos días. Mis padres me habían alertado desde que cumplí diecisiete que este sería un día especial y que me darían una gran sorpresa la cual cambiaría mi dirección en la vida. Por eso mismo, no les importaba la carrera por la que me decantaba. Ellos aseguraron que me esperaba algo mejor y quise creerles y abrazar el futuro incógnito que aguardaba por mí.

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