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Anahi paró el coche y se quedó mirando la moderna clínica de ladrillo rojo. Aquello era ridículo. Completamente ridículo. ¿Por qué había aceptado tal mascarada? No podría funcionar.

¿Cómo iba a entrar allí y saludar a Alfonso como si fuera el amor de su vida?

¿Por qué no habían discutido los detalles? Alfonso le había pedido que llegara el viernes a la hora de comer, pero... ¿qué debía hacer? ¿Echarse en sus brazos? ¿No esperaría un beso en los labios?

Debía haber estado loca cuando aceptó.

Pero era demasiado tarde para cambiar de opinión.

Con desgana, salió del coche y cruzó el aparcamiento. Cuando entró en la clínica, lo hizo con una sonrisa en los labios.

—¿Sí? —le preguntó una recepcionista rubia con cara de pocos amigos.

—Vengo a ver al doctor Herrera.

—El doctor Herrera ha tenido que salir. Además, no puede verlo sin cita.

—No tengo cita —dijo Anahi, tomando aire—. Soy...

—Puede venir el jueves a las cuatro.

¿El jueves? ¿Y qué pasaba si un paciente tenía que verlo con urgencia? ¿Lo hacían esperar una semana?

—No necesito una cita —le dijo a la rubia, intentando ser amable. Después de todo, iban a trabajar en el mismo sitio—. Soy Anahi Puente, la nueva enfermera. Y la...

—Prometida del doctor Herrera —dijo la recepcionista—. Ah, claro. Debería haberme dado cuenta.

Anahi consiguió sonreír.

—¿Por qué?

—Porque es usted tal y como la había descrito —dijo la mujer, mirando su mano izquierda—. Pero no lleva anillo de compromiso.

¿El anillo? ¡El anillo! A ninguno de los dos se le había ocurrido.

—Nunca llevo anillos al trabajo. Es antihigiénico —dijo Anahi rápidamente—. Pensé que empezaría a trabajar hoy mismo, así que me lo he colgado en la cadena —añadió, golpeándose la blusa. Aquella era una práctica común entre las enfermeras, de modo que no tenía por qué levantar sospechas.

En cualquier caso, el asunto del anillo pasó a segundo término cuando las puertas de la clínica se abrieron y una mujer empezó a gritar:

—¡Ayúdenme! ¡Que alguien ayude a mi hija! ¡La ha mordido un perro!

—No hay ningún médico en este momento —dijo la recepcionista—. Tendrá que llevarla al ambulatorio.

—¡Espere! Deje que le eche un vistazo —intervino Anahi, atónita por la falta de compasión de aquella mujer—. A ver... ¿qué te ha pasado cariño? —preguntó, acariciando la carita de la niña.

La pobre miraba a Anahi con los ojos llenos de lágrimas.

—Me ha mordido.

—¿Cómo te llamas, cielo?

—Abby —sollozó la cría.

—Vaya, tú te llamas Abby y yo, Anahi. Los dos nombres empiezan por A. ¿Dónde te ha mordido el perro, Abby?

—En el brazo —contestó la niña.

—Voy a llevarte a la enfermería, ¿de acuerdo? Ya verás como dentro de cinco minutos ya no te duele.

—No puede... —empezó a decir la recepcionista.

—Soy la nueva enfermera, así que supongo que a nadie le parecerá mal —la interrumpió Anahi.

Siempre AmigosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant