CAPÍTULO VII

2 0 0
                                    

Tengo ganas de llorar, pero creo que el efecto de los calmantes me lo está impidiendo. No sé si estoy agradecida o frustrada.

Ha sido un día eterno, y no son ni las cuatro de la tarde.

Decido llamar a Ed, necesito escuchar una voz familiar. Pero no contesta. Se le ha hecho costumbre. Debe estar ocupado, me digo, pero no hace que me sienta mejor.

Dejo el teléfono a un lado, en la cama, e, inmediatamente después, empieza a sonar. Pienso que puede ser Edward devolviéndome la llamada, pero me equivoco al mirar la pantalla. Número desconocido. No quiero contestar. Dejo sonar el teléfono para que se vaya a buzón, pero vuelve a sonar apenas segundos después. Esta vez no lo dejo sonar, directamente cuelgo la llamada. Pero la persona al otro lado no se da por vencida.

Suspiro, derrotada.

—¿Bueno? —finalmente contesto la llamada.

—Por favor, no cuelgues.

No puede ser verdad.

Cuelgo, y en seguida bloqueo el número.

¿Qué tan crédula debo ser para seguir creyéndole a Angelo?

Lo dejé entrar a mi casa aquella noche con la intención de que me dejara en paz. Y lo hizo, por cinco minutos. Pero ha vuelto otra vez, como siempre vuelve. Y peor, ha hecho que alguien cercana a mí sepa de él.

No sé qué le voy a decir a Georgia, no quiero tener que mentirle acerca de él, porque simplemente no me gusta mentirle. Tarde o temprano me descubre la mentira. Parece mi mamá cuando yo era una niña. No sé cómo hace.

El hecho es que decir la verdad implica recordar. Y peor, recordar en voz alta. No es solo tener los recuerdos vívidos en mi mente como una película de mal gusto que no deja de reproducirse nunca; es vivir todo, de nuevo.

Y no estoy preparada para contarle a alguien esa historia que solo nos pertenece a los dos.

Todas las historias tienen cicatrices, y pensar en abrir las cicatrices de mi historia con Angelo es... impensable.

No estoy preparada para contarle a alguien todo el sufrimiento que Angelo me causó, porque eso sería condenarme a odiarlo a él, porque en ojos ajenos eso es lo que él se merece, y yo simplemente no puedo. No lo puedo odiar. Nunca he podido.

He perdido la cuenta de cuántas veces lo he intentado. Siempre fallando. Mejor dicho, fallándome. Una y otra vez. Un ciclo sinfín. Simplemente, él no puede ser odiado. Al menos, no por mí.

Dejo salir un suspiro enorme y me tiro de espaldas en la cama. Estoy cansada, agotada. Me siento derrotada. Perdí en una guerra en la que no sabía ni siquiera que estaba participando.

Mi teléfono vuelve a sonar. Nuevamente un número desconocido.

No puede ser Angelo de nuevo, me digo. Pero siempre puede ser él.

—¿Sí? —contesto la llamada en el tercer timbre.

—Mariel Christine...

—¡¿Qué quieres?! —le grito al teléfono, harta.

Me duele el pecho instantes después.

—¿Podemos hablar? —su voz está ronca, pero calmada.

—¡No!

Cuelgo la llamada. Bloqueo este número también.

Estoy agitada, de repente. Mi respiración es muy irregular y solo quiero golpear su estúpida cara. Doy un golpe al colchón, y después a las almohadas. Pero no es suficiente.

Noches de Precipiciosحيث تعيش القصص. اكتشف الآن