05. No te alteres, o monstruos vendrán por ti

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No te dejes intimidar por los miedo en tu mente. Déjate llevar por los sueños en tu corazón.

-Roy T. Bennett.

El pequeño Riley de cuatro años jaló la solapa de la chaqueta de su acompañante para llamar su atención.

Él bajó la cabeza para verlo y le regaló una sonrisa que intentó ser tranquilizante, pero aún se veía ese atisbo de miedo, de nervios. Ese hombre sabía que algo... algo malo iba a pasar, y que solo sería cuestión de tiempo.

-¿Qué pasa, campeón?

El pequeño Riley torció los labios, pesando en lo que quería decir para decirlo con las palabras que podía pronunciar:

-¿Mi mami?

Un sentimiento de nerviosismo invadió la expresión de su acompañante.

-Ella... ella estará bien -mis oídos captan el sentimiento de tristeza en su voz-. Tú también estarás bien.

El niño lo vió, no le creía. Algo malo estaba pasando, lo intuía en... alguna parte de su panza.

-Mi mami -insistió.

Su acompañante mayor se puso a su altura y colocó ambas manos sobre los hombros del pequeño, descendiéndolas lentamente por las bracitos del niño, cubiertos por una chaqueta de blue jean y estampado de aviones cocidos a mano, todo en un intento de relajarlo. Esa chaqueta, yo... aún la tenía guardada en mi caja de recuerdos. Dejó de quedarme a los seis, lo recordaba bien.

-Ella estará bien, confía en mí, campeón.

Parpadeé varias veces a la mención de ese apodo. «Campeón» se me empezaba a hacer bastante... familiar.

Ahí no había sido la primera vez que había escuchado ese apodo.

-¿Tú etagás ben? -preguntó con dificultad, las palabras con «r» le resultaban difíciles, incluído su propio nombre.

El hombre asintió, sonriendo de labios cerrados.

-Estaré bien, todos estaremos bien, Riley.

Siguieron su camino a la escalinata de la entrada principal del orfanato donde aún seguíamos presenciando la escena Amaria, Craysor y yo. Me sentía... estupefacto. Ver el recuerdo de aquel día que me dejaron en ese lugar ya hace diez años me deja... fuera de lugar. No sabía qué pensar, ni qué sentir.

Yo... yo no sabía nada. Me sentía perdido en un montón de sentimientos.

Al llegar al inicio de la escalera, el hombre se quedó abajo mientras que mi pequeña versión se subía dos escalones para ser un poco más alto. Sonreí por eso, de verdad que estaba enano de crío. Su acompañante se acuclilló y empezó a acomodarle el cuello de la chaqueta y la pequeña mochila que llevaba. La mochila... ¿Qué es lo que había pasado con ella? ¿Se la regalé al único amigo que había hecho en el orfanato el día que lo adoptaron? ¿O solo la perdí?

Ese momento fue... un instante perfecto de tranquilidad. Nada más que un chiquillo disfrutando de la bonita noche de estrellas en la compañía de un adulto que, capaz en su momento, lo conocía.

Solo que ningún momento tranquilo dura tanto tiempo. Mucho menos en mi desgraciada vida.

En el silencio de esa noche estrellada, un alarido gutural interrumpió el ulular de los búhos y el canto de los grillos. Fue como el grito de Holly en el callejón esta tarde, solo que peor, más... monstruoso. Más horrible. El hombre dejó de acomodar la chaqueta del pequeño yo y miró hacia el cielo, asustado.

El Soñador | Riley Grace y Los Sueños Vivientes #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora