Capítulo Siete.

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—¿Sungie?

La sacudida en su hombro junto con el susurro de su nombre logró que Sungie despertara de golpe, parpadeando repetidamente para enfocar la silueta de su hermano sentado sobre sus rodillas a su lado en la cama. El rizado cabello se alborotaba en todas direcciones y la tenue luz de la lampara veladora, sobre la cabecera de la cama, delataba la marca de la almohada en su mejilla.

Pasando las manos por su rostro para terminar con el adormecimiento que lo cubría, volvió a mirarlo—. ¿Que sucede?

—Nosotros no devolvimos el dinero que tomamos para llegar aquí.

—No, no lo hicimos.

Felix se rascó distraidamente la nuca, pensativo—. ¿No deberíamos devolverlo? No era nuestro dinero.

—Mm —se sentó, encendiendo la lampara de noche—. ¿Por qué recordaste eso ahora? Es tarde, Felixy.

—No puedo dormir.

—¿Tienes hambre?

—No —tomó el peluche que había dejado sentado cerca de su almohada—. Creo que deberíamos pagarle a la señora Charles.

—¿Como piensas hacer eso? —interrogó—. Papi dijo que no volveremos allí otra vez, aunque tuvieramos el dinero, no podríamos darselo.

Los dedos pequeños del menor pellizcaron el brazo del otro cuando este cerró los ojos, preparado para dormir de nuevo—. Podemos enviarselo por correo.

Sungie suspiró—. ¿Por qué estas siendo tan insistente?

—Me siento culpable, Sungie.

—¿Por qué te sientes culpable tú? Yo fui quién entró a su habitación y tomó el dinero, tu no tuviste nada que ver.

—Somos mellizos, estamos conectados y siento culpa por lo que hiciste.

—Esos son los gemelos, Felixy.

El pequeño puso mala cara—. Nosotros siempre enfermamos juntos.

—Eso es porque tienes las defensas de un bebé y luego me pegas tus microbios a mi.

—Yo no hago eso.

Sungie arqueó una ceja—. ¿No recuerdas cuando te refriaste hace un par de meses? Tuve que llevarte desde el instituto a casa sobre mi espalda, y estornudaste sobre mi todo el tiempo. Me enfermé y la señora Charles quitó a los demás niños de nuestra habitación para que no los contagiaramos.

—Casualidad.

—Lo que digas —sonrió.

Volvió a sacudirlo cuando el mayor cerró los ojos—. Aun quiero pagarle, Sungie.

Rendido, suspiró—. Bien, espera aquí —saliendo de la cama, buscó en su mochila por el dinero que les había quedado luego de viajar y lo contó rápidamente—. Nos falta demasiado.

—¿Como lo conseguimos?

—No lo sé —mordisqueandose el labio, miró a su hermano—. Podriamos preguntarle a papi.

—Nosotros robamos el dinero, no él.

—Lo sé —se acostó nuevamente—. Tal vez nos deje hacer algún trabajo, como haciamos en la casa.

—Aquí no hay cesped que cortar, ni hojas que barrer. —apuntó.

—Encontraremos algo, hermano, pero nada podemos hacer ahora mismo —palmeó la almohada a su lado—. Vuelve a dormir, lo solucionaremos mañana.

Tu Mirada en Mi - Minchan Where stories live. Discover now