Aquella noche estaba sentada en mi tejado.
Mientras brillaban las estrellas, me quedé mirándolas una a una y miles de pensamientos
pasaron por mi mente.
Mi existencia estaba basada en una simple alma que contemplaba pasar la vida y no dejaba
de hacer rondar las mismas preguntas una y otra vez por mi cabeza.
-¿Qué crees que pensarán al vernos, Óscar?-
No obtuve respuesta; nunca lo hacía.
Llevaba cinco meses de soledad en la que me había quedado hundida desde que mi
hermano murió. La persona que significaba todo para mí había dejado esta vida porque
creyó que sería más sencillo no vivirla. Lo que no sabía es que ese 15 de julio sería la cruz
de mi existencia.
Solía sentarme a admirar el cielo con la inocente pero testaruda idea de que si le hablaba a
las nebulosas ellas me darían las respuestas que necesito. Ellas me recitarían y confiarían
en secreto las palabras que nunca pude oír. Me curarían las heridas que sangraban sin
cesar y que no podía coser porque ningún hilo era lo suficientemente fuerte.
Comencé a plantearme mi existencia. El qué me hace ser, el qué me hace seguir aquí.
¿Que me hace seguir aquí?
Estuve horas sentada en las tejas de la nocturnidad, pensando en todos los y si o los porqué, en el sentido.
Cuando desconecté completamente de la realidad y lo único que me hacía saber que
estaba viva era el escozor en mis ojos debido a los cristales que rodaban por mis mejillas y
por la sangre que corría por mis manos depositándose con cierta armonía en mí, me levanté
sin decir nada, y con sigilo entré en mi casa.
Recorrí el largo pasillo hasta llegar a la habitación situada en el fondo de éste y, mientras
contenía la respiración, abrí la puerta.
Aún olía a él, era como si estuviese a mi lado pese a su ausencia.
Abrí el cajón del escritorio y cogí la pistola de 9 milímetros que mi hermano escondía por si
entraban a robar, pero que iba a recibir un nuevo uso.
Me miré al espejo y con la mano temblorosa apoyé la cabeza del arma en mi sien.
Sentía el calor de mis lágrimas caer sin control y podía ver como se iba emborronando mi
reflejo cada vez más.
Cargué la pistola.
-Lo siento, Óscar. De verdad que lo siento...- Susurré.
Un fuerte estruendo se oyó en el cielo, sacándome de ese estado de trance y
devolviéndome a la realidad.
Me deslicé torpemente hasta el piano que había en la habitación y me senté en la banqueta
que este tenía.
Estuve allí lo que me pareció una eternidad, hasta que decidí evadirme un poco.
Abrí la tapa del viejo piano y observé una a una las partituras que aún seguían apoyadas en
el atril de éste. Hasta que di con una que captó especialmente mi atención.
Claro de Luna-Debussy Leí para mis adentros.
Coloqué el papel y comencé a tocar con suavidad mientras miles de recuerdos pasaban
como una película frente a mis ojos.
De pronto, un sonido peculiar empezó a gestarse en lo que parecía el interior de las
paredes. Lo ignoré pensando que serían los vecinos, pero fue creciendo a medida que
tocaba la pieza.
La casa comenzó a temblar y caí de la banqueta abajo. Me incorporé poniéndome alerta
ante cualquier situación pero paralizada por el miedo.
La estantería de la habitación empezó a temblar incluso más que el resto de la casa hasta
que nació una abertura en la mitad de ella.
La situación se apaciguó y mi hogar volvió a la calma habitual, exceptuando el increíble
hueco que se había originado.
De repente, una luz tenue salió del lugar. Luz la cual se fue intensificando a medida que me
ponía en pie.
Una dulce melodía que reconocí al instante surgió desde algún punto del misterioso
espacio.
-New Home, de Austin Farwell- Dije recordando las tardes ensayando en un dúo con mi hermano.
-Así es- Se escuchó desde el otro lado de la deslumbrante luz.
Me asusté inmediatamente, pero un atisbo de esperanza creció en mí como nunca antes.
Esa voz, esa inconfundible voz...
El resplandor se volvió ligero y delicado. Tanto, que el interior de la misteriosa puerta asomó
lentamente.
Contemplé un gran prado verde que se extendía hasta que daba la sensación de unirse con
el cielo. Estaba cubierto de margaritas y mariposas y envuelto en la cálida luminiscencia
que daba el sol de aquel lugar.
En él estaba lo que llevaba esperando lo que parecía haber sido una infinidad de tiempo.
Mi hermano se aproximó hacia la entrada de la estantería pero sin llegar a cruzarla.
Con cautela pero ilusión me acerqué él. Nos quedamos callados durante unos instantes,
simplemente mirándonos a los ojos como hacía tiempo que no habíamos hecho y,
disfrutando de la dulce melodía que continuaba rodeandonos.
-Te he echado de menos, hermanita- Me dijo. Pero yo seguía sin saber si todo eso era
real.
-Óscar...- Dije con la voz temblorosa. -Y yo a tí, muchísimo de menos- Me abalancé
sobre él en un fuerte abrazo que ansiaba más que nada en este mundo.
Lágrimas se originaron en mis ojos por el alivio y alegría que el reencuentro me ocasionaba.
-¿Cómo es esto posible, hermano? ¿Cómo es que puedo tenerte entre mis brazos?- Le
dije en casi un susurro.
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Margaritas para Óscar.
Short StoryLa pérdida nunca es fácil, y menos si ésta se trata de alguien tan cercano como es un hermano. Pero, ¿que pasaría si volviésemos a vernos?