CUATRO

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El gimnasio me traía viejos recuerdos, pero todo era diferente, aludía bastante a esos viejas memorias, el amplio ring seguía estando en el medio y varios hombres con sus feromonas a flor de piel a su alrededor en la zona de pesas que le daban más vibras de muerte.

Muchas veces me vi a mi mismo leyendo los periódicos locales de Daegu y descubrí que este gimnasio todavía seguía siendo nombrado en sus páginas. Aunque estuvo en decadencia desde que mi padre se retiró del boxeo por un accidente, pues, hace unos 5 años volvió a resurgir. Esta vez por sus buenos boxeadores y entre ellos, el chico que ahora estaba en una esquina solo saltando la cuerda mientras escuchaba música.

Se encontraba concentrado y todos parecían darle su espacio.

Aún recuerdo cuando mi padre intentó "reclutarme" cuando se vió así mismo fuera de condición para las peleas, toda la presión y el estrés fueron dirigidos a su único hijo que no le gustaba la violencia —Y seguía sosteniendo mi palabra — aunque los recuerdos de esos años atrás, me hervía la sangre. Todos los días, a las 5 de la mañana me hacía levantarme para entrenar. Los golpes como castigos, las palabras hirientes como “apoyo moral”.  Nunca, nunca fui suficiente para los ojos de mi padre.

Y si eso suena horrible, imagínate que de la nada llega un chico problemático. Desde que lo conocí a los 14 años, supe que en ese chico vivía un gran dolor y rabia en su interior y que lo canalizó en el boxeo. Mi padre lo miraba con entusiasmo. Pues a su puerta le llegó un campeón. Y entre los dos, hicieron mi vida imposible. Aún recuerdo cuando una vez a mi padre le hicieron una entrevista, muchos se preguntaron porque su hijo no estaba en la lista de nominados para la Liga de Boxeo. Respondió: “Mi hijo es una marica… no sabe siquiera defenderse. Yo no entreno a débiles. Yo busco luchadores.”

No le apenó decirlo así de fácil. Incluso creo que dijo más, pero el periodista prefirió acotarlo un poco. Quizás se apiadó de mí.

Vestido con ropa mucho más cómoda, camino hasta Jae que estaba al otro lado mientras leía al parecer el periódico. Cuando me ve, una sonrisa radiante adorna su cara y su mano rápidamente busca mi hombro para empujarme y darme un abrazo de los que te hace falta el aire.

ㅡ Gracias por venir… necesitaba una cara amigable.

ㅡ¿Tan mal están las cosas?

ㅡ Ni te lo imaginas. ㅡ me sonríe dándole una mirada rápida al gimnasio para volver a centrarse en mí ㅡ Tengo que entrenar a un tipo malhumorado.

Levanto mis cejas esperando hacerme el desentendido. Sabía que hablaba de Jungkook y que su mirada interrogatoria quería saber que fue lo que sucedió el día de ayer.

ㅡ Suerte con ello. ㅡ es lo único que agrego ante el silencio cuando volteo a ver dónde estaba Jungkook.

Seguía saltando la cuerda con su mirada en el piso. Podría jurar que llevaba haciendo eso sin detenerse. Su cabello caía sobre su frente, sudaba y era consciente de su cuerpo al llevar sólo una musculosa como prenda superior. Pero lo que más era característico de él era el tatuaje, el que tenía que conectaba desde su cuello hasta el hombro izquierdo y los otros dos que estaban sobre su rodilla.

Fue una mala decisión haberme fijado en esos dos tatuajes en sus piernas, porque ahora también estaba observando sus muslos cubiertos por pantalones cortos.

ㅡ Puedo preguntar, ¿dónde te estás quedando? ㅡ gracias a Jae, puedo volver en sí y mirarlo con rostro avergonzado. Pero no había escuchado sus palabras y me sentí demasiado obvio cuando levanta su ceja por mi silencio.

ㅡ Eh.

ㅡ ¿Dónde te estás quedando? ㅡ reitera.

ㅡ En un motel que está cerca de la cafetería Casa Blanca. ㅡ respondo mirando a otros tipos que levantaban pesas. Sus cuerpos eran mucho más corpulentos e intimidantes.

⏤͟͟͞͞  LOOK AT US NOW ✔Where stories live. Discover now