13 (Cuento corto)

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¿Cómo se me ocurrió aceptar cuidar el gato de mi vecina este fin de semana?¡Precisamente cuando se celebraba Halloween!

Tonta, más que tonta. Aunque no me dieron otra opción. No es que me lleve mal con los gatos, al contrario, siempre he tenido animales en casa, y me encantan. El problema es que ahora vivo de alquiler y mi casero no es partidario, lo pone claramente en una delas cláusulas del contrato de arrendamiento. En fin, pero mi vecina de la vivienda de enfrente es propietaria y se puede permitir el tener los que quiera.

Vivo en una urbanización de chalets , algunos, diminutos adosados con dos dormitorios como el mío, que comparto con una amiga, otros más grandes como el que está frente al nuestro.  También muy antiguos, calculo más de ochenta años. El de mi vecina es de los años sesenta, todo recamado de piedra, tejas verdosa, hiedra por todas partes, enorme. 

El jardín está algo descuidado, en sus buenos tiempos tuvo que ser espectacular, la señora es viuda, aunque también creo que le gusta la naturaleza en estado más salvaje, que recortarla en setos y rosaledas. o si no, no me explico esos sauces llorones y esos paterres descoloridos y salvajes.

Esa tarde de viernes recién llegada a casa del trabajo llamaron a mi puerta, me puse un albornoz sobre mi pijama y salí a abrir descalza.

Había una señora bajita de cabello cano peinado en una cardada permanente, abrigo azul de corte sobrio y elegante, con unas costosas perlas alrededor de su delgado cuello.

La reconocí enseguida, mi vecina de enfrente, Leonor Santibáñez la Viuda de Alarcón y tres apellidos más. Nunca supe qué edad tenía en realidad, estaba en la línea de los setenta y los "muy/muchos". Y no es porque su piel estuviese ajada, al contrario, sus ojos estaban llenos de vida, sus andares dispuestos y su mente despierta, sino que nunca lo pude averiguar simplemente mirándola.

--¿Señora Santibáñez? ¿Le ocurre algo?

Había hablado bastantes veces con ella, era una dama con mucha clase, una señora de los pies a la cabeza, culta, viajada con mucha clase, pero a la vez siempre amable, al menos con nosotras, sus vecinas más cercanas, dos estudiantes que a la vez trabajaban a media jornada. 

Algunos decían que loca, otros que una bruja, pero a mí nunca me pareció nada más que algo excéntrica. ¿Quién está libre de rarezas? Vivía sola en el enorme chalet de su propiedad, no salía demasiado. Le traían la compra a casa, y apenas recibía visitas. En ese caso yo también era otra "rarita de narices", trabajaba de ocho a cinco, lunes a viernes, iba a clases nocturnas de diseño de interiores y hacía la compra la semana que me tocaba y al salir del trabajo y mi parte de la limpieza de la casa.

Una vez cada mes cogía el finde un tren y bajaba al pueblo a ver a mi familia, el resto descansaba o iba al cine o a tomar algo con Patri mi compañera de gastos y vivienda, si no estaba estudiando, claro..

¿Quién era yo para juzgar la vida de nadie?

Doña Leonor sonrió, llevaba un gran bolso de mano color negro de piel de cocodrilo.

―Buenas tardes Elisa. Perdone que la moleste querida, pero salgo de viaje urgente ahora mismo y necesito un favor.

Miré por encima del hombro de la señora que apenas me llegaba a la barbilla. Un taxi estaba a su espalda, con el motor en marcha y metiendo una maleta del mismoestilo que su bolso.

―Oh, por supuesto― sonreí―. ¿Qué necesita?

―Que cuides a Trece unos días―me dijo―por supuesto, sé lo ocupada que estás y me permitirás pagarte por las molestias.

Sabía quién era Trece, un enorme gato negro de más de siete kilos, de una raza rarísima, que me hacía preguntarme si tuvo un gigante ruso entre sus antepasados lejanos. Era noblote y tranquilo, muy suyo como su dueña, pero para nada molesto para una casa. Pero mis circunstancias, viviendo de alquiler con otra compañera alérgica precisamente a todo lo que tuviese pelo y pluma...

13  (Cuento Corto Halloween, 2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora