7 de mayo del 2010, Coyoacán

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Querida amada mía:

Le escribo esta carta, no con la esperanza de que la lea, sino con la esperanza de que no se pierdan las palabras que hoy le dedico.

Bajo esta luna en la que le escribo, quería recordarle sutilmente cómo las manos mías no paran de pensar en su presencia, con el deseo de poder manifestarla en plenitud aquí, junto a mí, a la luz de las dos velas que alumbran mi madrugada. Pues le seré sincero, no pretendo comenzar a soñar sin antes tenerla presente y poder traerle las nubes hasta sus labios, romper sus miedos solo para poder abrazarla sin remordimiento y con la dulzura que solo usted, señorita, se merece.

La pienso desde aquella noche donde la vi entrar tan majestuosamente, tanto que mis ojos quedaron hechizados como si de un embrujo se tratase, pues caminaba con la delicadeza que solo un cisne sería capaz de profesar. Y le confieso, en sus muslos encontré la salvación que desde hacía tantos años no me visitaba. No me atreví a hablarle, con la certeza de que mi arrugado y vagabundo rostro evitaría cualquier mínima posibilidad de su atención. Sin embargo, le dejo esta carta que proclama el más sincero amor que un hombre le podría proponer a una mujer.

Hasta la siguiente vez en que el porvenir nos reúna entre el bosque de gente que esta noche nos vio nacer.

Con gran cariño: M. Bustamante.

Cartas a mi amadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora