Los pequeños neceseres de la muerte

12 1 0
                                    


  "Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar"

  ALEJANDRA PIZARNIK -LA CONDESA SANGRIENTA-


                                                             I

Esto es lo que ocurría en el baño en la casa de Linda, la casa 202: Una vela encendida, se llenaba una tina con agua tibia y perfumada, a su vez, se le dejan caer plantas que Linda nunca quiso tener claro el origen que les daba su madre, ni de la especie de cada una de las hierbas usadas . A cada planta se les unía un mechón de pelo, un diente de leche, un chorrito de sangre proveniente de un corte desde la yugular, por último, un trozo de carne (todo fresco). La madre se sumergía, permaneciendo inmóvil por más de un minuto, hasta que la presión en el pecho la obligaba a resurgir de la turbiedad rojiza (haciendo esfuerzos por alcanzar los tres minutos de apnea). Linda, la hija, hacía vista gorda a los jadeos de zombi que emitía la madre desde el baño, de los informes que parloteaba su mamá sobre que tan cerca estuvo de alcanzar la meta de los tres minutos. Nunca quiso saber si alguna vez los cumplió. Por algo subí el volumen, mamá, le decía, por algo intento estar lo menos presente cuando hablas sola.

                                                             II

La pequeña Ana de cuatro años. Desaparecida el jueves 6 de agosto. Marta de tres un lunes 3, mientras caminaba sola hacia su colegio. Patricio, también de la misma edad, desapareció el miércoles 12. Prudencia y Stephan, extraviados luego de salir a jugar a la plaza el 14 de agosto. Ambos tenían cinco y cuatro años respectivamente. Julia de dos años extraída de su casa. Ricardito de seis años no alcanzó a despedirse de su madre. Se realizó una búsqueda exhaustiva entre los vecinos que terminó en desesperanza y con denuncias a la P.D.I que sabían más a un conjunto promesas que a otra cosa.

                                                             III

¿Por qué me he condenado al encierro? Me han condenado, mi madre cargará con esa culpa, si es que alguna vez se le dará ese tipo de sentimientos. Ni siquiera puedo asomar una de mis mechas, dejar que pasen por una grieta, rendija o abertura y exponerlas ante la mirada corrosiva de todos los vecinos, de la cuadra. Por primera vez siento miedo absoluto al pensar en mi pie fuera, un poco de piel expuesta como afrecho para los demonios que, por naturaleza, nos engullen con reproche. Y yo soy presa por herencia y sangre, por ser de sus besos y caricias de madre, la mujer que llena mi cama con pinches, calzas, zapatillas, poleras y calzones que no son de mi talla. Un niño entra a nuestra casa viendo las cosas por última vez. Cruzan el umbral del baño y su respiración es anula con un corte veloz  e imperceptible (rezo por ello a diario); la vida se les va por un chorro espeso de sangre. ¿Cómo seremos capaces de explicar alguna vez al resto de la población, a los papás y mamás que honran su luto con el llanto qué junto a la desaparición de sus hijos se suma la "inexplicable" juventud de mi madre? Paseando campante con una adolescencia que ni el mejor cirujano devuelve. Los secretos de familia están cocinados con maldad, ceremonias que me he negado a aprender y practicar, pero de todas maneras, con dolor, callo en silencioso sepulcro.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Apr 04, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Av. SangraWhere stories live. Discover now