Capitulo Dos: El niño criado por los monos

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El gran bazar jamás se detenía, los gritos de los vendedores anunciando su mercancía y la música de los bailarines callejeros eran parte de la melodía que se escuchaba día tras día, tan estruendosos que nadie escucharía si alguien gritaba...

—¡Ladrón!—

Tan escurridizo como una serpiente y tan veloz como un ave, un joven se rio a carcajadas cuando el hombre dueño de un carro de fruta le lanzó un melón a la cabeza, fallando apenas por centímetros. MK tuvo el descaro de sacarle la lengua con diversión mientras regresaba su vista al frente. Las calles estaban abarrotadas, no sería difícil perder a ese sujeto.

—¡¿Otra vez tú?, sucia rata!—

A menos que llamaran a los guardias. MK suspiró, no era la primera vez que tenía a esos grandulones detrás de su cuello, y tampoco sería la última.

Mientras escapaba de la horda de soldados y por entre los rincones de las casas amontonadas unas contra otras, MK se perdió vagamente entre sus pensamientos.

No es como si no hubiera intentado trabajar antes, lo hizo, muchas veces cuando era niño, pero si el salario en todo Arapolis era una miseria, él, un infante sin padres y sin estudios no podría saber que lo que sus jefes le pagaban no era ni un cuarto de las rupias que debían darles. Al menos hasta que tocaba comprar comida, nadie quería venderle nada, asumían que el dinero que tenía lo robaba y le echaban sin darle una segunda mirada, muchas veces le arrojaron cubos de agua helada, o basura, con el tiempo se dio cuenta de que simplemente no era bienvenido y se convirtió en lo que todos pensaban que era.

—¡Ladrón!— Voces masculinas gritaron a coro, MK parpadeó con fuerza, esquivando por un pelo el estrellarse contra una carreta de madera. Sin detenerse de su carrera observó unos costales de maíz apilados cerca de una pared, usándolos como impulso para subir a los tejados, era más difícil que los guardias lo atraparan ahí, sus robustas armaduras de metal eran inútiles cuando se trataba de agilidad.

Estaba por perderlos de vista cuando el grito de una mujer le llamó la atención, desde lo alto divisó a una chica con los ropajes más finos que jamás haya visto en el bazar, blandiendo una espada para mantener alejados a otro grupo de guardias, los niños detrás de ella salieron corriendo una vez divisadas sus madres, perdiéndose rápidamente en la multitud.

Eso... sin duda fue algo nuevo en esos lares.

No lo pensó dos veces, escuchando detrás suyo a sus propios perseguidores acercándose cada vez más, MK se lanzó desde el tejado con ayuda de una cuerda convenientemente mal atada, cayendo justo en el círculo que rodeaba a la chica.

—¿Necesitas una mano?— saludó amigablemente para el desconcierto de la mujer, los ojos de la azabache se abrieron en horror por algo detrás del  chico.

—¡Cuidado!— gritó antes de lanzarse detrás de MK, chocando espadas contra un guardia que intentaba emboscarlos por la espalda. El de cabellos castaños aprovechó el espacio abierto para tirar de la mano de la niña y salir corriendo nuevamente.

Volviendo a su carrera de obstáculos que llamaban Gran Bazar, una brillante sonrisa se formó en sus labios al escuchar la risa burbujeante de la persona que corría junto a él.

Riendo como locos, esquivaron carretas, muros y escaleras, dejando sin aliento a los guardias que intentaban inútilmente seguirles el ritmo.

La de ojos jade vio por el rabillo del ojo como varios monos salían de entre el bazar, llevando diversos alimentos hacia la misma dirección que los dos humanos parecían seguir.

—Por aquí, estamos cerca— anunció entusiasta el chico antes de hacerlos caer a ambos en un gran montículo de paja. Mei no tuvo tiempo de prepararse, cayendo de cara hacia la montaña, los dos jóvenes se hundieron hasta el fondo, escupiendo paja de la boca mientras volvían a reírse.

Cuentos de Arapolis: El gran genio y el visir de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora