Las ventanas del infierno

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"Estuve muerta toda mi vida.
Por eso necesitaba emociones, inspiración; necesitaba sentir... necesitaba existir.
Y tu me diste todo eso y más.
Cuando llegaste a mis días, juro que pensé: 'esta vez gané. Esta vez me corresponde a mi ser feliz'. Y tus ojos parecían gritarlo a voces, la mañana en que nos presentamos y pasamos a ser vecinos.
Luego, cuando comenzamos a frecuentarnos seguido, cuando tratabas de sanar tus heridas porque te habían abandonado, experimenté el dulce sabor de sentirme acompañada.
¿Recuerdas las noches que pasamos juntos? Las estrellas eran, indudablemente, las más hermosas y luminosas que se encendían dentro de tu cuarto, con cada vaivén de tus caderas y mis gemidos acompasados.
Pero, todo lo maravilloso dura poco. Primero, ella volviendo y distanciándonos... luego tú buscándola inútilmente... y ahora... ahora que no respondes.
Te he estado hablando por más de una hora y no quieres contestar, ni siquiera mirarme ¿Por qué no vuelves tu mirada hacia mí? ¿Tan enojado estás conmigo? ¿Por qué tus labios están tan mudos? ¿Acaso te hice mal?"

La escena era conmovedora pero, a la vez, terrorífica.
Las cosas se habían distorsionado, torcido; si todo marchaba demasiado bien... ¿iba todo bien?... ¡claro que si!... ¿o no?

La oscuridad del sótano solo arrojaba angustia, humedad, hedor, ahogo y sangre.

Evelyn lloraba desconsolada golpeando sobre el pecho de Joseph. Él, solo se quedaba quieto y no replicaba.

La fantasía de una existencia juntos se desvanecía y se veía borrosa.

Eve se volvía a quedar sola porque Joe había decidido irse de su lado... y esta vez para siempre.

Él se lo había dicho: buscaría a su prometida donde sea, y si eso implicaba ir hasta el fin del mundo, lo haría. Joe amaba a Camila... pero no a Evelyn.

— ¡ Señor! Está todo listo para abrir la puerta — comunicó el oficial a su superior.

— ¡Muy bien! Esperen a mi orden — espetó el detective.

El inspector caminó nuevamente hasta la acera del frente. Allí esperaban expectantes los Wellington.

— Bien, estamos por ingresar a la vivienda de su vecino. Me dijeron que hace poco lo conocieron, ¿verdad? — preguntó el policía a la pareja.

— Si, es cierto. Conocimos al señor Jung hace poco. Tuvimos poco contacto pero nos pareció muy amable — explicó Rob Wellington.

— Empezamos a sospechar que había algo raro luego de que él se enteró que la casa era nuestra y que Evelyn López era  nuestra arquitecta. Luego fue que él desapareció  — continuó Sonya Wellington.

— Fuimos hasta allí y nadie contestaba a nuestros golpes en la puerta — comentó el vecino.

— Lo que nos alarmó y nos hizo decidirnos a llamarlos fue que Evelyn ayer nos llamó desesperada pidiéndonos ayuda; que Joseph estaba mal y no respondía. Nos extrañó que ella estuviera allí. Por eso marcamos al 911— dijo angustiada la vecina.

— No se preocupen. Hicieron lo correcto al acudir a nosotros. Ahora la sotuación está bajo nuestro control — aseguró el detective.

Los oficiales se apistaron en la entrada de la casa de Joseph listos para ingresar.

Cuando el inspector dió la orden, rompieron la abertura y entraron buscando a Joe dentro de la casa.

Revisaron cada espacio pero... nada.

— ¡Aquí! ¡Hay una puerta! Seguro es de un subsuelo — exclamó un subalterno.

Se dirigieron hacia allí y sacaron las visagras del acceso, puesto que estaba cerrada desde el interior. Un olor fétido les golpeó en la cara.

Bajaron con cuidado, pues el lugar estaba en cerrada penumbra. Solo las tenues luces de las linternas de los policías servían de iluminación.

Al llegar abajo, la imagen que tuvieron fue horrorosa: Evelyn, totalmente desquiciada y desarmada en llanto, abrazaba el exánime cuerpo de un Joseph que, irónicamente, ahora la observaba a través de aquellos huecos donde habían estado sus orbes alguna vez y que, ahora, parecían las ventanas del infierno.

LA VENTANA EN MI CABEZAWhere stories live. Discover now