2

279 41 6
                                    

Thor frunció el ceño al ver a Kaira tiritando de frío bajo su manta. Ella estaba pálida y tenía los ojos enrojecidos, claros indicios de que se estaba resfriando. En silencio, Thor se sentó a su lado.

—Voy a estár bien, no tienes que quedarte— le hizo saber cuando asumió que tal vez el pelirrojo ansiaba regresar a casa.

Aunque Kaira se había convertido en una buena amiga, Thor no estaba acostumbrado a cuidar de mortales enfermos. Prefería combatir gigantes de hielo o entrenar, no administrar tés calientes y controlar temperaturas. Todo eso le parecía aburrido y tedioso.

Pero ella era especial, y Thor no podía negarse a nada que ella le solicitase. Así que ahí estaba, mirándola mientras tosía y estornudaba, suspirando cada vez que debía levantarse a preparar más remedios caseros.

Cuando Kaira se durmió después de beber una infusión de menta, Thor aprovechó para tomar un libro de la estantería y leerlo en silencio. Kaira parecía más tranquila cuando dormía, y el sonido de su respiración era casi tan relajante como el viento en los bosques de Asgard.

De vez en cuando, Thor dejaba el libro a un lado y le pasaba una mano por la frente para comprobar si la fiebre había bajado. Su mirada se posaba en el rostro enfermo de Kaira, y se sorprendía pensando que en realidad no le importaría mucho si tuviera que cuidar de ella durante más tiempo. Los mortales eran tan frágiles, y Kaira se había ganado un lugar en su corazón. Thor sonrió para sí mismo antes de volver a sumergirse en la lectura, decidido a velar su sueño toda la noche si era necesario.

A la mañana siguiente, Thor se despertó ante el cegador sol que se filtraba por las ventanas  Parpadeó un par de veces, confundido, antes de recordar dónde estaba y por qué.

Kaira aún dormía plácidamente a su lado, un poco sudorosa pero mucho más relajada que la noche anterior. El pelirrojo sonrió, satisfecho de saber que su resfriado estaba mejorando.

Se levantó con cuidado de no despertarla y fue a la cocina en busca de algún alimento para ella. Sus habilidades en la cocina no eran envidiables, él era un guerrero, no un cocinero. Sin embargo, quería preparar algo para cuando la chica despertara, sabiendo que estaría hambrienta.

Sus intentos de cocinar algo para la humana ocasionaron un desastre, y frente a eso, prefirió tomar algo de fruta que le entregó cuando la oyó despertarse.

—Ten, fue lo mejor que encontré— se limitó a decir, desviando su mirada con desinterés.

—Gracias Thor, no tenías que hacerlo— agradeció ella, tomando las frutas que sirvieron como desayuno.

Thor se sentó junto a ella. En esa ocasión había algo nuevo en la mirada de Thor, mucho más íntima de lo habitual.

Kaira se sonrojó al pensar en lo que había sucedido durante la noche. Thor se había ofrecido a compartir cama para mantenerla caliente, y se había quedado profundamente dormido abrazándola. Se sentía extrañamente feliz y nerviosa a la vez. Nunca se habría imaginado que un día Thor se preocuparía tanto por ella.

—Debo regresar a Asgard— indicó mientras se ponía en pié.

Kaira reprimió la decepción y  despidiéndolo con una sonrisa, prometió guardar ese día en su corazón para siempre. No tenía idea de hacia dónde los llevarían los sentimientos que habían surgido, pero estaba segura de una cosa: el héroe más poderoso de Asgard había robado su corazón.


El viejo claro del bosque no parecía  haber cambiado en absoluto después de todos esos años. Los viejos árboles aún levantaban sus ramas como brazos que se abrazaban el uno al otro. El sol se filtraba entre las hojas secas, como si fuera el mismo día en que Thor y Kaira se conocieron.

Thor se dirigió a la tumba de roca gris tallada bajo uno de los árboles  del claro.

Las flores silvestres seguían brotando a su alrededor, como si la vida misma floreciera en homenaje a ella. Thor se arrodilló y besó sus dedos antes de depositarlos en la fría piedra.

—Ha pasado tiempo— susurró con aflicción.

Los ecos de su risa todavía resonaban en ese lugar, aunque se desvanecían poco a poco. Su corazón se sentía vacío sin ella, pero cada día en el que visita esa tumba, su espíritu le llena de nuevo.

Thor cerró los ojos e imaginó que Kaira estaba allí junto a él, tal y como en los viejos tiempos. Su mano cálida acarició la suya y las lágrimas dejaron de brotar. El amor que compartieron nunca moriría, porque para Thor, su corazón seguiría alojándose junto al suyo, en este claro sagrado que sería su tumba para siempre.

Su amor, eterno. Así era y así sería.

El frío había invadido el hogar de la pelirroja. La estufa estaba encendida, pero el calor parecía no llegar a ninguna parte.

Kaira temblaba bajo sus gruesos suéteres y bufanda, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo. Mientras tanto, Thor estaba sentado en silencio, ajeno al frío.

Parecía sumido en su propio mundo. Hablaba poco y respondía aún menos, lo que intrigaba y desconcertaba a Kaira.

—Esta cabaña siempre ha sido muy fría— tiritó con los labios morados.

El fuego crepitaba, pero el calor no llegaba a la pelirroja. Suspiró, con una exhalación visible en el aire. Thor aún permanecía inmóvil, con la mirada perdida en las llamas.

Impulsada por el frío, Kaira se acercó a él y se recostó suavemente contra su hombro.  Tal acción tensó durante un momento al dios,  sorprendiéndose, pero relajándose con el correr de los minutos.

Su piel tenía un tacto cálido y suave como la seda.

Kaira cerró los ojos, disfrutando del calor que emanaba de él. Se sentía extrañamente reconfortada a su lado, olvidando por un instante el frío. Una sensación de bienestar la envolvió, ajena al fuego.

Thor volteó hacia ella, con sus ojos amarillos brillando con una emoción difícil de descifrar. Kaira sonrió y se acurrucó más contra él. A su manera, habían formado una extraña amistad. Un vínculo entre dos almas solitarias que se comprendían sin necesidad de palabras.

—Creo que puedo encargarme de eso— finalmente, el nórdico rompió el silencio.

—¿De verdad?—

Thor se detuvo frente a la cabaña de madera, cubierta de viejas enredaderas. Había venido a Midgard en busca de respuestas, pero se encontró a sí mismo sumido en la nostalgia.

Los recuerdos le asaltaron de repente, arrasándolo. Recordó aquellas tardes en las que se escapaba del palacio para pasar tiempo con Kaira en su cabaña. Su refugio particular, donde se sentía en paz.

En sus adentros, Thor podía ver a Kaira saliendo a su encuentro, con una sonrisa radiante y dos tazas humeantes de té. Su corazón se llenó de alegría al verla, como siempre.

Un día, el té pasó a segundo plano. Thor no pudo contenerse más y la besó contra la puerta de su hogar. El primer beso íntimo que se dieron.

Recordaba el tacto suave de sus labios, el perfume floral de su piel, el rubor en sus mejillas. Y el sentirse completo entre sus brazos. Había descubierto en Kaira al fin el calor de un verdadero hogar.

Un sollozo se elevó de su garganta, rompiendo el silencio. Años habían pasado, y sin embargo la añoranza era tan intensa como siempre.

La cabaña permanecía tal como la recordaba, albergando secretos y recuerdos. Recuerdos que le desgarraban el alma, aunque también la colmaban de una profunda dicha.

Memorias de un dios 《Thor》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora