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El hecho de que mi padre me haya vendido sin mi consentimiento a Alexander me hace pensar que mis decisiones no son aceptadas y nunca lo serán. No imaginé una vida llena de esclavitud donde se tendría que hacer lo que los hombres demandan. Pensé que mi vida sería diferente, pero me equivoqué. Ahora me hallaba en un avión, a punto de aterrizar en Los Angeles donde me espera mi futuro marido, a quien no conozco y jamás he visto en mi vida.

—Pasajeros con destino a Los Ángeles por flavor prepararse para el aterrizaje.

Mientras más me acercaba peor me sentía. Tomé mis maletas en el momento en que aterrizamos, y bajé, esperando ver a un tipo gordo, viejo y obeso esperando por mi. ¿Que tan desagradable tendría que ser Alexander para que tuviera que recurrir a una esposa comprada? No quiero ni imaginarlo. Busqué entre la gente al peor hombre que existiera, deseando que esto fuera una pesadilla. Papá cometió un error al hacer esto y jamás lo perdonaré.

—¿Mariela Valdez? —preguntó alguien detrás de mi. Era una voz varonil y suave. Me di la vuelta y casi me voy de espaldas al ver al hombre frente a mi, no porque fuera feo o desagradable sino todo lo contrario.

—¿Si? —quise saber. No creo que el sea Alexander. Aunque en el fondo desearía que si.

—Bienvenida, soy Alexander...

Abrí los ojos del asombro porque no me lo puedo creer, ¿Alexander? El hombre parado frente a mi no tenía nada de feo, era guapo, apuesto, varonil, elegante y hermoso. ¿En serio es él? ¿Por que compraría a una esposa si cualquier mujer moriría por ser suya? Sin embargo, no puedo olvidar que Alexander es el causante de que haya tenido que abandonar mi país, mis amigos, mi vida e incluso a mi novio. Por el, por su avaricia.

—El tipo que me compró—espeté. Alexander suspiró profundo, como esperando que esa fuera mi reacción.

—Mariela, es un gusto conocerte.

—No puedo decir lo mismo —me crucé de brazos—¿Por qué querría alguien como tú comprar una esposa? Si ni siquiera me conoces.

—Aquí no es momento para hablar de eso, vamos a casa —me tomó del brazo pero lo quité de inmediato, sin embargo, Alexander lo volvió a tomar, esta vez con mas fuerza. Tanta que me hacía daño. —Lleven sus maletas—ordenó a dos hombres, supongo son sus empleados.

—Suéltame, eres un salvaje. Ni siquiera sabes cómo tratar a una dama —lo pellizqué pero de nada servía. Afuera del aéreo puerto nos esperaba un flamante coche lujoso, era como una limusina. Abrió la puerta y ambos entramos. Dentro olía a coche nuevo. —Ya empiezo a entender por qué necesitarías una esposa comprada.

—Mariela, no sabes lo que estás diciendo.

El coche se puso en marcha.

—Entiendo que estés enfadada pero todo tiene una explicación.

—Me quitaste mi vida —lo miré a los ojos—No tuve oportunidad de elegir.

—Ten más respeto a la hora de dirigirte a mi por favor. Estoy siendo paciente porque apenas nos estamos conociendo pero mi paciencia tiene un límite.

—No te tengo miedo —espeté.

—Deberías. Mira, Mariela, trata de relajarte porque cuando lleguemos a casa hablaremos de todo esto.

—Jamás aceptaría ser tu esposa, Alexander.

—De acuerdo. Pero no tienes elección, serás mi esposa y mi mujer quieres o no. Ya está escrito, cariño, tu padre firmó un contrato conmigo y si lo incumples ellos se van a la quiebra. ¿Eso quieres para tus padres, verlos arruinados?

Fruncí el ceño porque eso no me lo imaginaba.

—¿De que hablas?

—Hablo de que por eso estás acá. Tu padre me debe mucha plata, tanta que quedarían quebrados.

Poco a poco empecé a atar cabos.

—¿Es por eso que estoy aquí? ¿Para salvarlos?

—Algo así.

Me sacrificó.

—No lo puedo creer.

—Es lo único que tienes que saber. Ya sabes que no tienes elección.

No dije mas nada, simplemente me quedé pensando en mi familia y en qué prefirieron no perder su fortuna a perderme a mi.







La limusina se estacionó en una mansión enorme, era de esperarse. Era tan grande que no sabía dónde terminaba. Bajamos, el empleado se llevó las maletas.

—Sígueme —demandó Alexander. Lo seguí porque no tenía elección, quiero huir pero no sé cómo, tal vez si ideó un plan de escape pueda servir. No me importa mis padres, a ellos no les importé. No quiero vivir el resto de mi vida con este hombre. Entramos a la enorme mansión, sus paredes eran color crema con cuadros millonarios y adornos carísimos. Alexander parecía tener muchos millones de dólares. Nos dirigimos a una sala de estar, donde había un sofá en forma de U y un televisor de unas setenta pulgadas.

Alexander se sentó y me miró de pies a cabeza.

—Estas mucho mejor que en las fotos que tu padre me enseñó. Deberías haberlo visto, parecía enseñarme un catálogo de sus mejores modelos, estaba extasiado.

Apreté la mandíbula.

—¿Que ganas haciendo todo esto? ¿Por qué yo? ¿Por qué no mi hermana que es más bonita? ¿Por qué no mi madre incluso? Parecen tener la misma edad.

Alexander sonrió de lado.

—Eres muy atrevida, ¿te lo han dicho? Muy bocona también, necesitas a un hombre que te dome y te enseñe modales a las malas y ese seré yo.

Quise reírme.

—Estas fumado, ¿verdad?

Alexander pareció enojarse por eso que incluso se puso de pie y me tomó de ambos brazos de manera amenazante.

—Una palabra más de esa forma y te tendré que castigar.

—¿Que puedes hacerme, Alexander? El solo hecho de permanecer parada junto a ti me produce asco.

Alexander elevó una ceja. En un abrir y cerrar de ojos me cargo en su hombro.

—¿¡Que haces?! —pataleé. Subió las escaleras conmigo hasta llegar a una habitación. Allí me bajó y nos encerramos. —¿Que demonios te pasa?

—Tu te lo buscaste —se sacó su saco. Hasta ahorita me doy cuenta de donde estamos, una habitación llena de juguetes sexuales, cosas para tortura entre más. Me quedé quieta y en silencio, imaginándome lo peor.

Miré a Alexander con miedo, pero este solo sonreía.

Esclava del CEOWhere stories live. Discover now