La cabaña embrujada👻

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  El terreno que atravesábamos era yermo, sin vida, y casi desprovisto de árboles; lo cual era extraño, teniendo en cuenta que estábamos en el borde de una montaña, y lo más lógico es que hubiese un río y abundante vegetación.

  Lo único que nos servía como escondrijo eran unos entrantes cavernosos en la base de la pendiente. Ni siquiera las aves se animaban a cantar. Algo no estaba bien en ese lugar.

  En nuestra huida del campamento llegamos a escuchar algunos disparos, pero hace unos kilómetros habían cesado. Estábamos solas allí, en medio de la nada literal.

   De pronto, Melisa paró en seco. Sus ojos estaban fijos en algo lejano.

—¿Qué pasa? —reaccioné alarmada.

  Ella dudó un instante.

—Nada, es que... me pareció que algo se movía detrás de aquella piedra.

—¿Gente del campamento? —propuso Vanesa.

—No lo creo. Ya nos hubieran salido al paso.

Caterin resopló.

—¡Lo que nos faltaba! Ser las protagonistas de una película de terror de bajo presupuesto.

—Pero nosotras no seremos tan tontas como la pandilla de esas pelis —se jactó Nora—. Mientras no nos separemos, todo va a ir bien.

Las palabras de Nora parecían habernos calmado, pero no por mucho tiempo.

—Lo de no separarnos solo es factible si el asesino tiene el típico cuchillo de carnicero —dijo Caterin después de unos minutos—. Pero ¿y si tiene una granada?

—¿O una ametralladora? —continuó Melisa.

—¿O una bazuca? —Se sumó Vanesa a la paranoia.

—¡Oigan, oigan! —Nuestra líder perdió la paciencia—. ¡¿Se pueden calmar, partía de maricas?! No hay ni un alma aquí. Relájense.

Nora se quedó mirándonos por unos segundos antes de darse la media vuelta para seguir adelante, dejándonos petrificadas. Caterin fue la que se atrevió a romper el silencio con una risa contenida.

—Esta ya se tomó muy en serio su papel.

  Seguimos caminando sin decir palabra hasta que llegamos al final del camino que bordeaba la montaña.

—Esperen —jadeó Caterin—, creo que nos hemos alejado demasiado del campamento. Es mejor volver.

—¿¡Estás loca!? ¡Aquí no nos va a encontrar nadie! —aseguró Nora.

—Ese es exactamente el problema. Los GPS solo funcionan para la red interna del campamento. Fuera de esos límites no hay señal. Y tampoco es que hayamos dejado migajas de pan por el camino.

—¡Ey! Allá veo una casa —llamó la atención Melisa, que usaba su mano de visera.

A lo lejos, una pequeña y descuidada vivienda —si es que pudiera llamarse así— era un oasis en un desierto de terreno inhóspito.

—¡Oh genial! ¡Y ahora la cabaña de la bruja de Hansel y Gretel! —se quejó Caterin.

—¡No! —negó Vanesa con rostro pálido— ¡Es la cabaña embrujada!

                                 ***

  Todas recordábamos las advertencias de Erik el primer día de campamento.

—¡Solavaya! ¡Pirémonos de aquí! —soltó Caterin dando marcha atrás.

—¡Eh! ¿Dónde está el espíritu aventurero de la chica que lee fantasías urbanas como Cazadores de sombras? —la provocó Nora.

—En primer lugar —se defendió ella—, esta situación no sería una fantasía urbana, sería una fantasía rural; y en segundo lugar, prefiero vivir esas aventuras en un libro desde la seguridad de mi sofá. Gracias.

  Una réplica de Nora quedó en el aire porque los reconocibles disparos de las armas de la simulación sonaron a solo unos metros a nuestras espaldas. Debían de provenir del sendero de la montaña que habíamos dejado atrás.

  No lo pensamos dos veces y corrimos hacia la cabaña a toda velocidad impulsando la silla de Vanesa. Por lo llano del  paisaje, nuestros “ejecutores” nos localizarían nada más finalizaran el sendero de la montaña. La luz del día no nos favorecía.

   Llegamos a la puerta de la “cabaña embrujada” y echándonos la sensatez en los bolsillos, atravesamos la escalofriante puerta que, para nuestra gracia o desgracia, estaba abierta.

  Una vez dentro, y en medio de la casi penumbra, nuestra reacción inesperada fue reírnos a carcajadas.

—Estamos locas de remate, de verdad —reía Caterin—. Preferimos entrar en la casa embrujada antes de que nos dispararan con rayos láseres.

—Más bien, preferimos resguardar la victoria —corrigió Melisa sin aún poder controlar la risa.

—Chicas, creo que ya no me considero tan afortunada de tener compañeras como ustedes —bromeó Vanesa, contagiada con la reacción del grupo.

—Tranquilas, yo las protegeré de todo mal —declaró Nora sin poder conservar la seriedad—. Aunque, si esto es una película de terror, no les prometo nada. Es sabido que las personas negras siempre mueren al principio.

—A menos que la película sea de Netflix —agregué yo.

Un silencio cayó sobre la oscura habitación antes de que todas volviéramos a estallar en una sonora carcajada. Estábamos tan nerviosas que solo atinábamos a decir tonterías.

—Sí, es verdad, si se trata de Netflix todavía tengo esperanza —convino ella.

De repente, las risas cesaron, y por obvias razones.

Una puerta en el interior de la lúgubre morada se había abierto de par en par, o más bien, había sido pateada hasta casi ser separada de sus goznes. Una figura de pelo cano y expresión no muy amigable clavaba sus ojos como agujas en cada uno de nuestros cuerpos paralizados por el pánico. Pero lo peor, sin duda, era la enorme escopeta que sostenía entre sus huesudas manos, la cual no parecía que disparara rayos láseres.

¿Fangirl? Siempre (#PGP2024)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt