Capitulo 27

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Los ojos de Pablo se abren desmesuradamente, al verme bajar el cierre del vestido. No se levanta, y precisamente eso es lo que quiero, permanece atento y vigilante en la silla, como un depredador analizando y disfrutando el baile indefenso de su presa, frente a sus ojos.

Sus iris verdes se oscurecen y su respiración se acelera. No dejo de verle mientras la tela del vestido se desprende de mi piel al terminar de deslizar la cremallera. Retiro, suavemente, las tiras del vestido, descubriendo mi sostén de seda verde jade. Un gruñido escapa de sus labios al notar la protuberancia de mis erectos pezones, ese sonido es tan potente, tan posesivo y erótico; que un estremecimiento viaja por mi cuerpo y humedece mi parte más cálida y necesitada.

Contoneo mis caderas, pretendiendo quitar la ceñida tela, pero lo que hago es un espectáculo total, dejando que mis senos se sacudan y provoquen a la bestia. Y Pablo me recompensa con otro gruñido, muerdo mi labio, tratando de controlar la sonrisa que amenaza con dibujarse; doy dos pasos más, con la tela del vestido bajo en mi cadera. Pablo sisea de nuevo y se irgue, tratando de acercarse a mí, o de atraerme hacia él. Acaricio mi cabello y lo acomodo sobre un hombro, le doy la espalda y en silencio le pido que me “ayude” con la parte de atrás que se “niega” a deslizarse por mis caderas.

Sus manos no tardan en atender mi petición silenciosa, suavemente, desliza el vestido por mi cuerpo, hasta que este queda olvidado en el suelo. Las manos de Pablo abrazan mis caderas, y sus pulgares frotan círculos en mi piel.

—¿Estoy logrando algo? —Mi voz es ronca, cargada de deseo y de pasión.

—Un poco, pero aún no estoy muy convencido —responde, con la voz queda y rasposa. Sus ojos verdes miran todo mi cuerpo y luego se posan en los míos—. Eres preciosa.

—Igual que tú —digo, su boca se abre para refutar pero yo me inclino y dejo un beso en su cicatriz. Mi lengua se abre paso, y trazo la piel maltratada. Su respiración se agita mucho más, y sus manos se aferran con mayor fuerza en mis caderas—. Eres hermoso, Pablo. El hombre más hermoso para mí — susurro sobre su boca. Sus labios se tuercen en una media sonrisa y tira de mí hacia él para devorar mi boca.

Jadeo sorprendida, al caer en su regazo. Pongo mis rodillas a cada uno de sus lados y dejo caer mi cuerpo sobre el suyo, apoyando mis manos en sus hombros. Su dureza hace contacto con mi suavidad, y puedo sentir el calor de mi sexo y el suyo. Él gruñe, desliza sus manos hasta mi trasero y presiona hacia abajo, mientras su boca sigue reclamando a la mía. Estoy en mi ropa interior y el se encuentra completamente vestido.
Tenemos que arreglar eso.

Tiro del saco y la camisa rompiendo el beso; incómodamente, logro deshacerme de ellas, con ayuda de Pablo. Riéndonos, cuando estuve a punto de caer. Paso mis manos por su pecho y desciendo hasta su abdomen mientras él vuelve a apoderarse de mis caderas. La piel de gallina se esparce por todo su inmaculado cuerpo. Mi lengua sale para humedecer mis labios. Pablo sisea cuando bajo mi boca a su pecho y trazo un camino hasta la parte trasera de su oreja derecha.

—¿Está funcionando? —vuelvo a preguntar, dejando que mi lengua juegue con el lóbulo de su oreja.

Gruñe y vuelve a apretar mi trasero, puedo sentir lo tenso que se encuentra su cuerpo y la manera en la que se estremece por contenerse. Jadeo y sonrío. Estoy haciéndole perder la calma, trata de contenerse y dejarme jugar con él, pero le cuesta. Adivino que desea inclinarme sobre el escritorio y empujarse fuertemente dentro de mí. La idea hace que mi sexo se contraiga, un escalofrío se cuela y me humedezco mucho más. Pablo lo siente, gruñe de nuevo y muerde mi hombro.

Me alejo y me levanto de su regazo, cayendo de rodillas en el suelo y llevando mis manos al cinturón de sus pantalones. Desabotono su pantalón y lo acaricio por encima del mismo. Donde la mancha de mi humedad queda como prueba.

—Susana —gruñe como si le doliera, sus dedos se aferran a los lados de la silla y sus nudillos se torna blancos. Sonrío y bajo la cremallera. El sonido se hace fuerte en la habitación y lo siento contener la respiración cuando sumerjo mi mano y lo libero. Salta con el primer contacto de mi lengua en su erección. Lamo la punta y enrollo mi lengua volviéndolo loco y desesperado, cuando sus caderas se mueven, buscando más, lo tomo, todo lo que puedo dentro de mi boca y succiono.

Deja escapar un profundo gruñido y su cabeza golpea hacia atrás. Sus dedos se acercan para enredarse entre las hebras de mi cabello. Lo trabajo, subiendo y bajando mi boca sobre su eje, acariciando sus testículos en el proceso. Lamo y chupo, gimiendo y mostrándole que así como él disfruta lo que le hago, yo disfruto haciéndolo para él. Su respiración se torna errática y sus sonidos son cada vez más profundos y fuertes. Siento como se contrae su estómago y como tira de mi cabello para alejarme. Pero estoy lejos de hacer eso. Lo quiero todo. Voy a llegar hasta lo último. Me aferro a él y succiono con más ahínco. Subo y bajo, ayudándome con mis manos; Pablo se estremece y en unos segundos estalla en mi boca, su sabor es salado y me encanta. Continúo bebiendo de él hasta que está demasiado sensible y me alejo.

Me levanto con una sonrisa en mis labios al verlo desecho, agitado y satisfecho frente a mi. Su pecho sube y baja por el esfuerzo de respirar y su piel está cubierta de sudor.

—¿Y ahora? —pregunto. Pablo gruñe, se levanta bruscamente y me agarra de la cintura, estrella su boca en la mía y me levanta sobre su escritorio. Debo poner mis manos sobre el borde para aferrarme.

—Déjame demostrarte cuan convencido estoy —gruñe. Sus manos bajan las copas de mi sujetador y su boca se posa rápidamente en mi pezón izquierdo, succionando y lamiendo. Gimo, sintiendo como mi cuerpo acepta sus ardientes caricias y como una corriente viaja desde mi pecho hasta el sur de mi cuerpo. Su mano libre tira de mi cabello y lo hala hacia atrás inclinando mi cabeza y elevando mis pechos hacia su exigente y hambrienta boca. Suelta mi pezón erecto y sensible con un sonido de “pop” y pasa al siguiente. Su mano en mi pelo se retira y baja hasta mi sexo, frota círculos sobre mí clítoris, por encima de la tela húmeda.

Cierro mis ojos, gimo y me retuerzo por las sensaciones que inundan mi cuerpo. Poco a poco, y gracias a su boca y sus expertas manos, voy escalando en la cima de mi orgasmo. Cuando creo que queda poco para alcanzarlo, Pablo se aleja. Abro mis ojos y gruño en protesta. Pablo sonríe, y sus ojos adquieren un brillo depredador. Sus manos toman mi tanga verde y tiran de ella, casi rasgándola. Se enredan en el tacón de mi zapato, desesperada por sentirlo, sacudo mi pie para deshacerme de ella. Pablo ríe entre dientes y, dejándome sin aliento, es él quien cae de rodillas ahora.

—Oh Dios —gimo. La visión de él entre mis piernas es suficiente para hacerme delirar, o eso es lo que pensaba, porque cuando muerde la cara interna de mi muslo, el agónico y torturado gemido que sale de mí, me dice que Pablo puede hacerme mucho más que delirar.

Vuelve a morder y jadeo, su lengua sale y lame la piel, subiendo hasta trazar mi entrada. Gimo su nombre y dejo caer mi cabeza hacia atrás y vuelvo a cerrar los ojos.

—Mírame —ordena Pablo. Lo hago y esta nueva visión me hace estremecer. Sus piscinas verde oscuro me observan con hambre, lujuria, deseo y algo más. Es tan intenso que el aliento trastabilla entre mis labios—. No hay nada más que desee y que anhele, que no seas tú. Susana —susurra antes de arremeter contra mí.

Succiona mi botón y su dedo es empujado dentro de mí. Muerdo mi labio para no dejar escapar el grito que nace en mí al sentir el aumento de la presión y las mil y una olas de sensaciones placenteras que me embargan. Pablo continua su asalto, succionando, mordiendo y acariciando. Sus dedos son reemplazados por su lengua y no puedo evitar volver a cerrar mis ojos.

—Susana, mírame, no dejes de mirarme, por favor. Déjame observarte, ver tus ojos, tu piel sonrojada y tus labios entreabiertos cuando te corras para mí —sisea. Nuevamente obedezco, lo miro; mis ojos se conectan con los suyos, mostrándole el deseo, la pasión y cada sensación que él despierta en mí.

Mi pasión parece alimentar la suya, introduce de nuevo un dedo tomando ritmo, la oficina se llena de nuestros gemidos y olores. Eso, y la sensación de sus dedos dentro, es mi perdición. Mi orgasmo estalla, lanzándome de la cúspide al abismo de la pasión y el éxtasis. Mi cuerpo se sacude con cada espasmo, y mi boca grita el nombre de Pablo.

—Eso es cariño. Así.

Se levanta, sonriendo de la misma manera en la que lo hice yo hace unos momentos; dejar caer su pantalón y acerca su erección hacia mí. Suspiro, a pesar de que aún mi cuerpo se sacude por mi anterior orgasmo, también se llena de deseo y necesidad por sentir a Pablo dentro de mí, llenándome completamente. Frota la cabeza en mi entrada, tentando y provocando. Enlazo mis ojos de nuevo a los suyos, y sacudo mi cadera pidiéndole que lo haga, que me reclame.

Lo hace.

De una sola estocada, Pablo se adentra. Ambos gemimos. Mis manos se aferran a sus hombros y espalda, y tiro de él para besarlo. Sale totalmente de mí y vuelve a empujar y sollozo su nombre. Repite el movimiento y una vez dentro, rota sus caderas haciendo rodar mis ojos. Continua esos movimientos tortuosos por unos segundos, haciéndome delirar. Su boca desciende a mi cuello y toma mi piel entre sus dientes, mientras sus movimientos se hacen más contundentes y rápidos.

—Dios, Susana, me vuelves loco —gruñe.

—Y… tú a mí —jadeo—. Hmm.

Sus manos se aferran a mi trasero para atraerme más hacia él. Empuja y empuja, conduciéndome de nuevo hacia la cúspide. Quiero caer, quiero volver a sentirme cayendo en las garras del placer; pero también quiero que él caiga conmigo. Contraigo mi sexo y, aferrándome de sus hombros para impulsarme, trato de encontrar con mis caderas, sus embistes. Pablo gruñe levantando su rostro, sé que aprueba lo que hago. Sus ojos brillan y su boca se transforma en una fina línea. El sudor se esparce por toda nuestra piel, nuestro cuerpo.

—Estoy tan cerca.

—Lo sé, nena, lo sé. Se siente increíble. —Las venas en su cuello se tensan y su rostro se colorea.

—Quiero…

—Lo sé —dice y empuja con más fuerza, con más desesperación. La presión se vuelve insoportablemente exquisita y sé que he llegado, es hora de caer.

—¡Pablo! —grito y me corro. Él empuja un par de veces más, ruge y estremeciéndose, se corre dentro de mí.

Aún unidos íntimamente, Pablo esparce besos por todo mi rostro, mientras intentamos regular nuestra respiración. Lo abrazo y atraigo hacia mi cuerpo, me estremezco cuando mis sensibles pezones se frotan en su pecho. Pablo acaricia mi rostro, mi cabello y mis costados. Me mira y dibujando la más linda y satisfechas sonrisas dice:

—Me encantan tus métodos de persuasión.

—A mí también.

Unos minutos después, cuando estoy tratando, inútilmente gracias a las caricias y besos de Pablo, acomodar mi aspecto. Alguien toca a la puerta de la oficina.

Me tenso y mis nervios hacen su aparición.

—Oh mi Dios, creo que nos han descubierto —chillo y miro en  pánico a Pablo.

—Sí no se dieron cuenta de lo que hicimos cuando cerraste la puerta con seguro, o cuando gritaste mi nombre al correrte; creo que se darán cuenta apenas y vean tu cara satisfecha y tu piel y labios sonrojados.

—Pablo —gimo y golpeo su hombro. Me besa tiernamente y, permitiéndome sentar frente a él, le dice a la persona que pase.

Una muy colorada Mariana asoma su rostro. Nos mira avergonzada y tratando de contener una sonrisa.

—Lo siento, señor, pero los coordinadores llevan más de veinte minutos esperando en la sala de reuniones por usted. De no ser porque uno de ellos está amenazando con irse, no estaría importunándolos.

¿Importunándolos? Oh mi Dios.

Tragame tierra.

—Gracias Mariana —sonríe Pablo al ver mi incomodidad—. Diles que voy en camino, se me presentó algo de última hora.

—Sí señor —responde. Me mira y me brinda una radiante sonrisa antes de cerrar la puerta y dejarnos solos otra vez.

—Ugh —dejo caer mi rostro entre mis manos—. Creo que ahora todos en esta oficina sabrán lo que hicimos aquí.
Pablo ríe y camina hasta donde estoy yo.

—¿Y qué amor? —¿Amor?—. No somos los primeros ni los únicos que se aman en la oficina de alguno. Además, con el animo que tengo en estos momentos, creo que voy a terminar diciendo que sí a todo, y ellos van a estar felices y deseando que vengas más seguido a gritar mi nombre en esta oficina.

—¡Pablo! —exclamo escandalizada, golpeándolo de nuevo. Trato de mostrarme molesta por sus palabras, pero su sonrisa y ese brillo juvenil en sus ojos me lo impiden—. ¿Dónde está el correcto y gruñón Pablo? ¿Qué hiciste con él? ¿Qué le sucedió?

—Te conoció —responde—. Eso fue lo que le sucedió. —Mi corazón da un brinco en mi interior por sus palabras. Mis ojos se humedecen. Le doy un beso y sonrío—. Yo… —Abre su boca para decir algo más, pero el teléfono suena, interrumpiéndolo—. Debo ir a la reunión.

—Lo sé.

Me mira, acaricia mi rostro y vuelve a besarme. Caminamos hasta la puerta y se vuelve hacia mí.

—¿Cenas conmigo esta noche?

—Sólo si me dices que pude convencerte. —Sus ojos se iluminan y niega con la cabeza.

—No tengo ninguna oportunidad contigo, ¿verdad? —suspira, abriendo la puerta de la oficina.

—No.

—Bien, iremos a esa fiesta.

—¡Yupiiii! —grito y me abalanzo sobre él—. No sabes cuánto significa esto para nosotras.

—Y tú no sabes lo que esto significa para mí.

—Creo que lo sé. —Es un paso enorme que Pablo está dando conmigo —. Y es por eso que… haces latir más fuerte mi corazón.

—Al igual que tú al mío. —Toma mi mano y la lleva hasta su pecho, sobre el latido acelerado de su corazón.

Lo miro y sonrío ampliamente. No será un “Te amo” entre los dos, es algo más y es hermoso.

—Te veo esta noche.

—Puedes apostarlo —respondo, guiñándole un ojo y corriendo fuera de la oficina y de los ojos curiosos. 

Desde mi ventana Where stories live. Discover now