Aceptación

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Capítulo 5.

Durante las clases, mi corazón latía con fuerza por la ansiedad y nerviosismo que sentía. Estaba planeando mi encuentro con Tweek, ignorando por completo el monólogo del profesor. Ideé un millón de cosas que podría hacer o decir, pero me arrepentía de cada una de ellas casi al instante en que se me ocurrían, no me sentía convencido.

No podía ser demasiado directo, porque quizás creería que le estaría jugando una broma o, peor aún, podría causarle un ataque de nervios. Pero si le daba demasiadas vueltas al asunto, podría hartarlo y perdería por completo mi oportunidad, y después de todo, sólo tenía una. Tenía que asegurarme de que todo saliera lo mejor posible.

Repasaba en mi cabeza diálogos, respuestas, me preguntaba también ¿estaría bien llevarle flores? ¿sería demasiado gay? ¿le ofendería? Tenía tantas dudas y temores, pero me daba valentía pensando en que no tenía nada más que perder. Estaba casi seguro de que me rechazaría, así que haría mi mayor esfuerzo, sin importar si lucía demasiado tonto; no quería arrepentirme de no haberlo intentado lo suficiente.

El tiempo de clases se me pasó volando, y finalmente, llegó el momento en que sonó la campana. Desvíe mi camino a casa, a pesar de que casi comenzara mi programa favorito, ya no me interesaba perdérmelo, y me dirigí hacia la única florería que había en el pueblo. Hablé con la chica del lugar y le conté un poco de mi situación; me comentó entonces que el mejor color de flores para pedir disculpas eran las blancas. Me costó todos mis ahorros, pero le compré el mejor ramo de rosas blancas y me dirigí rumbo a casa de Tweek.

Mientras caminaba, sentía cómo mi estómago se revolvía, sentía mis mejillas calentarse, mis manos temblaban y me faltaba el aliento. Me sentía ridículo y notaba las miradas de las personas fijas en mí y en las flores. Empecé a sentirme un poco inseguro. ¿Olía bien? ¿Debería haberme vestido diferente? ¡Agh! Nunca me habían importado esas cosas, ¿por qué me sentía tan nervioso? Tweek, sin duda, era diferente. Jamás me hubiera importado la opinión de alguien más. Jamás me hubiera esforzado tanto por alguien más.

Cuando me di cuenta, ya me encontraba afuera de la casa de los Tweak. Tomé una profunda respiración, jalando un poco el cuello de mis ropas para que, según yo, la circulación del aire mejorara. Me acerqué a la puerta, escondiendo el ramo en mi espalda, y toqué con determinación.

Escuché pasos acercándose, seguro de la madre de Tweek. Tragué saliva y, de repente, Tweek abrió la puerta. Mierda, no esperaba que fuera él quien lo hiciera, me quedé en shock por un momento. Parecía igualmente sorprendido por mi presencia, pero después de un eterno momento de incertidumbre y silencio incómodo, extendí mi brazo para entregarle el ramo en completo mutismo, con la cabeza gacha, sintiendo mi rostro ardiente.

—Me disculpo por todo lo que ha pasado —empecé a hablar, pero sentí mi garganta cerrarse. Antes había practicado y repasado un millón de frases que podría utilizar para confesar mis sentimientos, pero nada más salía. Me invadió el pánico.

Él se mantuvo en silencio, después sentí su mano sobre la mía, sosteniendo las flores. Entonces pude ver su rostro, una obra de arte salpicada con rojo, y sentí un flechazo directo en el corazón. Era la primera vez que lo veía frente a frente desde que acepté mis sentimientos, y todo se sintió tan diferente. Mi pecho pesaba, pero era una sensación reconfortante, nueva e incluso aterradora, porque fue tan intenso que sentía que me mareaba. Si me decía que no luego de esto, al menos podría vivir feliz con el último recuerdo de su rostro sonrojado y sus ojos brillando.

Pero entonces desvió la mirada, frunciendo el ceño.

—Acepto tus disculpas, ¿necesitas algo más? —me preguntó, su tono de voz sonaba frío, y de nuevo pasé saliva, asintiendo con la cabeza.

—Hay algo que debo confesarte —dije, ganándome de nuevo su mirada—, n-no quiero que pienses que es una broma, ni nada por el estilo, y entiendo si te molesta o después de escucharme prefieres que no volvamos a hablar más —demonios, estaba dándole demasiadas vueltas, titubeaba, y sentía que estaba a punto de vomitar—... ¡Pero Tweek! —intentaba decirlo, no podía.

Todo me daba vueltas, nunca antes me había sentido tan nervioso en mi vida.

—Tweek, y-yo... yo... —podía notar cómo se veía algo confundido, incluso frustrado porque no fuera directo al punto, y parecía estar a punto de decir algo, pero tomé coraje, fijé mi mirada en un lugar fijo en el suelo, y por fin exclamé— ¡Creo que me he enamorado de ti!

¡Lo había dicho! ¡Lo había hecho! Volví mi vista hacia su persona, temiendo encontrar una expresión de desagrado, pero me hallé con todo lo contrario. Su rostro estaba rojo, sus tics nerviosos se tranquilizaron, y me miraba sorprendido, casi como si no pudiera creérselo. Permanecimos observándonos en silencio, y me sentía tan avergonzado, quería que la tierra me tragara. Estuve a punto de salir corriendo por la humillación que me había hecho pasar a mí mismo, porque quizás esto no había sido una buena idea, pensé, quizás debí guardarme mis sentimientos gay para mí mismo, me reclamé, pero entonces escuché que se aclaró la garganta, levanté mi vista.

—¿De verdad, Craig? —preguntó, rompiendo el silencio, y yo avergonzado, asentí con la cabeza, con una sonrisa nerviosa. Él me sonrío de vuelta, con serenidad, y yo sentía a mi corazón latiendo más rápido de lo que nunca antes—. Yo también —susurró, y no sabía si había confundido sus vocablos... Porque no había forma en que—... Creo que también me enamoré de ti —musitó, y lo había escuchado bien. No era una alucinación, no era una fantasía.

Sentí que el tiempo se detuvo, que no había nadie más en el mundo, que nada más importaba. La pesadez que me presionaba el pecho se esfumó, y me sentía cálido, me sentía tan completo.

¿Así se sentía la felicidad?

No pude contener mi emoción, me acerqué a él y lo tomé de las mejillas, viéndolo con atención, él se sonrojó por la repentina cercanía, sin embargo no se alejó.

—¿Puedo besarte? —las palabras salieron solas de mi boca, y sabía que seguramente mi cara se veía muy tonta, porque estaba embelesado, hipnotizado. Cerró sus ojos, asintiendo muy levemente con la cabeza, entonces con un movimiento inexperto y nervioso, uní nuestras bocas.

Fue un beso dulce y suave, lleno de ternura y amor, y sentí que todo mi cuerpo se derretía. A pesar de ser sólo un roce entre nuestros labios, envió corrientes eléctricas a cada parte de mi ser. Fue tan maravilloso, y aunque sólo duró unos segundos, estaba seguro que esa sensación quedaría impregnada en mis sentidos por el resto de mis días.

Después de separarnos, lo miré. Estaba llorando, y no me di cuenta de cuando las lagrimas habían comenzado a escurrir por mis mejillas también, pero ahí me hallaba, tan indefenso, sólo por él.

Estaba tan feliz.

Nos tranquilizamos un poco y me invitó a pasar a su habitación, ahí le expliqué cómo había sucedido todo, cómo había estado sintiéndome desde que me alejé de él, que aunque no tenía excusa para el como lo traté, hice las cosas que hice porque estaba confundido y en negación.

El me confesó que se había enamorado de mí desde el momento en que vine a su casa por primera vez, cuando lo hice creer en él mismo, y me sentía tan tonto por no haberme dado cuenta de mis sentimientos desde antes. Después de explicarle cómo me sentía, tomé la palabra de nuevo, apenado.

—¿Entonces? ¿Ahora podemos ser novios... de verdad? —pregunté, tímido, y con una sonrisa, se acercó para darme un abrazo.

—No sabes cuán feliz sería...

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