Capítulo 08.

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Chiara.

Dos semanas han pasado desde que me mudé con Caleb, está demás decir que ya me acostumbré tan rápido, que siento que tengo años aquí.

Lo cierto es que, temo querer quedarme cuando esta farsa termine.

Claro, farsa.

A veces me odio por sabotearme a mí misma, pero sé que Caleb jamás me perdonaría si se enrara de todo lo.
que he hecho todos estos años lejos de él.

Es decir, el sabe de lo que soy capaz, pero yo también se de lo que él es capaz, y tengo muy claro que enterarse de lo que en realidad soy, de abril que en verdad significa ser parte de mi vida conlleva, no dudaría en alejarse.

Después de todo, el ya se fué una vez.

Y sin avisar.

—Bien, nos vemos a las cinco, te pasaré buscando—Se acerca a mí, dejando un beso en mi coronilla.

—Puedo llegar sola.

—Eres mi esposa, vendré por tí—Una última mirada y se va para salir de casa.

Luego de unos minutos escucho las camionetas acelerarando y me levando corriendo de la cama, estoy desnuda pero tomo la sábana para cubrirme en espera.

La puerta se abre sin previo aviso y sonrío.

—¿Lo tienes?

—Por supuesto—Responde Fer tras darme una mirada curiosa.

—Excelente, es la hora—La ignoro y camino al baño para alistarme.

—¡Tienes cinco minutos!—Grita desde el cuarto.

A lo que yo ruedo los ojos y me dedico a lo mío.

***

Cristiano Kellerman, líder de la mafia Alemana, claro que su nombre no tiene nada que ver con Alemania, pero al igual que Caleb, su madre es estadounidense, de allí su nombre.

Pero en fin, el punto es que, Kellerman es un traidor de mierda, y el que mi esposo haga negocios con él me hace intervenir.

—¿Estás segura de querer hacer esto?

—Ya lo has preguntado tres veces, Martín.

—Si el señor Russo la descubre...

—Nadie lo sabrá—Lo corto.—Nadie destruye a la Reina.

Miro a través de las pantallas al engendro de Cristiano, está sentado en el Club Laguerfield fumando un puro con una zorra en sus piernas, bueno, con Fernanda en sus piernas.

, los negocios en Galápagos han sido...—Lo escucho a través de los micrófonos que tiene mi mano derecha, están en sus aretes, son pequeños y fáciles de infiltrar.

Tenemos más de dos horas vigilándolo, esperando el momento perfecto para ejecutar el plan.

—¿Cuánto falta?—Pregunto impaciente.

—Debería entrar ya.

—Último retoque.

Me miro en el espejo de la camioneta, y sonrío satisfecha antes de abrir la puerta para bajar.

—Llegó el momento.

Entro al club encubierta, saludo a varias personas que están encubiertas, fingiendo ser visitante habitual del lugar.

Debo admitir que mi plan inicial era otro, pero luego de pensarlo decidí jugarme a lo seguro, ¿y qué más seguro que unas buenas curvas con una imagen misteriosa?

Todo lo que un mafioso ama, que lo ignoren.

Me paseo en el lugar, no hace falta decir que la atención de varios hombres se dirigen a mí, o bueno, a la persona que creen que soy.

Una vez en la barra me siento, me atiendo uno de mis chicos en cubierto, así que no es problema para hacer mi papel.

—Lo de siempre, por favor—Regulo mi voz para hacerla pasar desapercibida.

—Seguro.

Lo veo marcharse en busca de mi bebida, y justo cuando se pierde en la barra siento su presencia en mi espalda.

—No creo haberte visto por aquí antes.

Sonrío para mis adentros y me volteo de manera rápida, haciéndome la sorprendida.

—¿Disculpa?

Me da una sonrisa encantadora, que haría caer a cualquier chica, pero no soy cualquier chica.

—¿De dónde eres?

Una pequeña risa escapa de mis labios, haciendo que mire hacia ellos.

—No tengo porqué decirle nada sobre mi vida a un completo desconocido—Respondo mordaz.

Alza ambas cejas sorprendido.

—Irónico, nadie me había hablado así antes.

—Oh, es una total tragedia—Digo con sarcasmo—Supondré que soy la primera en ponerte en tu lugar.

—¿Mi lugar?

—Así es—Me acerco un poco a su rostro, retándolo.—No puedes pretender llegar aquí y querer que responda tus preguntas, no sé quién te crees.

Una carcajada brota de su boca, es tan espontánea que casi sonrío.

Los otros socios que estaban en el lugar lo miran confundidos, supongo que nunca habían visto a un hombre como él reír.

Supongo que esa es mi cara cada que veo a mi esposo reír.

Tengo que de pensar en Caleb.

—Es realmente extraordinaria, Señorita...—Deja la palabra en el aire para que responda, pero antes de contestar el lugar se llena de varios hombres que conozco muy bien.

Carajo.

Caleb entra con su ejército, Cristiano se tensa y yo me vuelvo a la barra haciéndole señas a Chris, uno de mis hombres.

—Russo.

—Kellerman.

Puta mierda.

Estrechan sus manos a escasos centímetros de mí, y aunque tengo una peluca, lentes de contacto y otro tipo de ropa sé que me podría reconocer.

—¿Estás ocupado?—Pregunta mi esposo, dándome una mirada desconfiada.

—Algo así, pero podemos dejarlo para otro día, ¿verdad?—Le responde Kellerman mientras me pregunta.

Yo sólo asiento, sin intención de hablar, y antes de que pase otra cosa me levanto sutilmente para largarme de ahí.

—Tienes que dejar de buscar putas, Kellerman.

—Lo dices porque estás casado.

—Felizmente casado...

Es lo último que escucho antes de salir, y aunque sonrío por dentro quiero matar a alguien.

—¿¡POR QUÉ MIERDA NO ME AVISARON!?—Llego a la camioneta quitándome la peluca de un tirón.

—No vimos cuando llegó, Señora—Responde Martín apenado.

—¡La próxima vez los depediré a todos!—Grito para dejarlo salir y aunque sé que no es cierto, eso estuvo cerca—¿¡Dónde diablos está Fernanda!?

—Aquí estoy—Responde en calma, entrando a la camioneta—Y conseguí lo que buscabas.

Lanza unas carpetas, y los documentos que salen de ellas me hacen olvidar el enojo.

—Lo hiciste—Sonrío leyendo todo.

—Lo hicimos.

—Te tengo, maldito Alemán.

Pacto Con El Diablo [+18]Where stories live. Discover now