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Descendió del autobús dos horas después de haberlo abordado. Era la única persona que no portaba un portafolio, mochila o maleta, todos los demás pasajeros parecían listos para quedarse varios días o vivir definitivamente ahí. Sesshōmaru esperaba no tener que pasar más de un día en aquella ciudad.

El bullicio de la ciudad nunca había sido su fuerte, Shikon —la ciudad donde se encontraba anteriormente— era menos ruidosa que Goshinboku. Jamás pensó que Kagome terminaría en un lugar como ese.

Caminó lo suficiente para encontrar un lugar que se encontrara solo y se transformó en una esfera de luz, anteriormente había recorrido Shikon a lo largo y ancho en su forma humana y eso había hecho que se tardara mucho tiempo en encontrar a Rin, pero cuándo lo hizo pudo verificar que su apariencia no había cambiado tanto como lo hubiera esperado y tampoco lo había hecho su aroma.

Era por eso qué estaba completamente seguro de que su olfato lo ayudaría a encontrar a Kagome en esa ciudad tan grande, de que aquella cualidad que lo diferenciaba del resto de los humanos lo ayudaría a ponerle fin a su búsqueda.

Ocupó toda la tarde para su búsqueda, el sol parecía estar a una hora de esconderse finalmente del firmamento cuándo un el olor leve de Kagome se asentó en un parque, era uno casi a las afueras de la ciudad, pero el rastro sólo se mantenía ahí, como si hubiera pasado una gran cantidad de tiempo sentada sobre una banca en particular y después... nada.

Sesshōmaru no tenía nada más. Ni siquiera un rastro que buscar, ni una señal, nada que pudiera guiarlo hasta la sacerdotisa.

—¿No has pensado que ha sido suficiente? —Le había preguntado un día anterior su madre mientras sostenía entre sus manos una copa de vino—. Yo ya me hubiera dado por vencida.

Pero no le había respondido, realmente no tenía una respuesta clara en ese momento. ¿De verdad aquel rastro de su olor desvaneciéndose era lo último que tendría?

Miró el firmamento, el atardecer desde ese lugar no se podía contemplar muy bien, pero lo poco que se veía era suficiente para él por ese día. Observó al cielo cambiar, pudo incluso contemplar un poco las estrellas y como la luna luchaba por ocupar su lugar en el firmamento. También fue capaz de captar cuándo las luces de aquel parque se encendieron.

Se quedó observando un largo rato, con la mente en blanco, sin ningún plan armado en su cabeza; no había considerado la posibilidad de que Kagome no estuviera ahí. Y la realidad le golpeó de frente de la misma forma que en antaño, cuando al estar con ella

Y un destello fue lo que llamó su atención.

Debajo de uno de los faroles se encontraba una banca con un solo individuo sentado ahí, miraba distraídamente también el espectáculo del cielo, pero su mano se mantenía firme en aquel carrito lleno de cuadros visiblemente pintados a mano.

Sesshōmaru se acercó más para saciar su curiosidad, la pintura más grande que poseía aquel hombre parecía un retrato, pero no uno cualquiera: un retrato de Kagome. Tan sólo había pintado su cara, pero su cabello largo negro rebelde estaba perfectamente bien retratado y el rastro mejor cuidado era el de sus ojos.

Aunque...

—Es un bello retrato, ¿no es así? —Comentó el hombre, prestándole atención—. La chica de verdad fue muy amable por dejarme pintarla.

Así que Kagome había estado en aquel lugar.

—¿Dónde está?

—No lo sé —dijo el hombre—. Comentó que su familia viajaba mucho, que no tenía un lugar fijo, por eso me permitió pintarla. Era una chica muy generosa.

—Ese símbolo. —Mencionó finalmente. En la frente de Kagome se encontraba pintada una luna menguante, tan parecida a la que él ocultaba debajo de su flequillo.

—Ah, eso, ella me pidió que lo agregará, dijo que pertenecía a un clan importante.

—El de los Inu Yōkais —completó él.

El hombre sonrió. —Así que es usted —buscó entre sus pertenencias algo y le ofreció un sobre blanco. Sesshōmaru lo miró, antes de tomarlo—. Esa joven me dijo que le diera esta carta a la persona que conociera el significado de aquella luna menguante.

Esas fueron las palabras que necesitaba, abrió el sobre que le era ofrecido y dentro encontró una hoja blanca con una pequeña carta.

"¿Me has estado esperando, Sessh? Yo también lo he hecho. Te he buscado en cada lugar que mi familia viaja y nunca tengo éxito, por eso me atreví a pedir este pequeño favor; soy consciente de que, si mi familia sigue mudándose con frecuencia, nunca podremos reencontrarnos. Es por lo que me separaré de ellos cuándo lleguemos a la pequeña ciudad de Midoriko.

Estaré ahí, esperándote.

Siempre he estado esperándote.

Kagome."

Tan pronto terminó de leer miró al hombre parado todavía frente a él y asintió, dándole las gracias y empezó a caminar hasta perderse en las calles, cuándo se vio solo, se transformó en una esfera de luz.

No iba a perder ni un minuto más.

Eternidad (Sesshome) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora